Tres jóvenes hermanas comparten una casa de Buenos Aires tras el reciente fallecimiento de su abuela. A Marina, Sofía y Violeta no les es sencillo asumir la pérdida, sobre todo a la hora de reorganizar una nueva vida entre ellas. Las dos hermanas mayores parecen centradas en sus estudios, mientras que la más joven recurre al comportamiento perezoso para calmar el calor bonaerense. Las riñas y el sentimiento de melancolía llegan a monopolizar los minutos que las muchachas comparten entre las paredes de la vivienda, un hogar cuya estabilidad física y humana no parece que pueda aguantar mucho más.
Hace ya seis años que se estrenó Abrir puertas y ventanas, ópera prima de la argentina Milagros Mumenthaler y que por fin llega a nuestro país. Lo que nos ofrece la realizadora latinoamericana es una obra que transcurre exclusivamente en el mencionado hogar de las hermanas, aunque no se trata de una película en la que abulte el diálogo. De hecho y pese a que las palabras ostentan su cuota de relevancia, son los silencios y el lenguaje corporal de las protagonistas, junto a la música que escuchan, los aspectos que conducen el film hacia su verdadero sentido.
Como bien indica su título, Abrir puertas y ventanas nos invita a los espectadores a entrar en ese pequeño universo paralelo que se han construido las hermanas tras la pérdida de su familiar más cercana. En cierta manera, la expresión del título también puede ser una metáfora de la interrelación entre las tres chicas. Pese a su lazo fraternal, no se conocen tanto como pueda parecer y, además, las puyas que se lanzan son constantes, como si cada una abriera sus puertas y ventanas en un plano figurado para dejar salir todo lo que llevan dentro, tanto lo bueno como lo malo.
No es que Abrir puertas y ventanas sea una película incómoda de ver, pero la historia que cuenta Mumenthaler está exenta de una distinción entre lo bonito y lo triste de la vida. Con un tratamiento visual tan natural, que permite ver con claridad el sudor veraniego y las lágrimas, es lógico que la cineasta optase por otorgar la misma perspectiva a sus escritos. Esto se traduce en una clara apuesta por no desvelar nada que la trama no requiera, desgranando los antecedentes con cuentagotas y dejando alguna incógnita sin resolver, y por permitir que suceda aquello que deba ocurrir, sin sacrificar un buen momento en pos de conseguir un memorable desenlace. Este, por cierto, resulta algo insípido aunque en absoluto erróneo.
Sirva lo dicho anteriormente para contextualizar una clase de film que vulgarmente algunos suelen definir como aquel en el que “nunca sucede nada” pero que, en realidad, se nutre de pausadas secuencias y coherentes planos para narrar algo que sería muy difícil contar de otro estilo manteniendo cierta pasión cinematográfica. Sí se puede colocar entre lo menos bueno de Abrir puertas y ventanas una cierta tendencia al inmovilismo estilístico en la última parte del film, sin querer alejarse de esa zona de confort elaborada durante buena parte del mismo.
Merecidas las alabanzas, en cualquier caso, que esta producción argentina cosechó en diversos festivales allá por 2011, incluyendo entre ellas el premio a la mejor película en Locarno. Vista la obra, no extraña nada el reconocimiento a la actriz María Canale, que borda el ya de por sí buen papel escrito por Mumenthaler y se convierte en el vehículo de sentimientos más palpable de las tres chicas protagonistas. Pero más allá de esta merecida distinción, son la tricefalia fraternal y el acompañamiento visual (no hay que olvidarse de la cuidada fotografía) los que distinguen a Abrir puertas y ventanas como una película mucho más que meritoria.