Obra debut del nipón Keiichi Kobayashi, Sobre el cielo rosa ha recibido el máximo galardón en festivales como Gijón o Tokyo, e incluso participó de la selección World Cinema de Sundance. Guionizada, fotografiada y montada por el propio cineasta, se erige como una suerte de anime que, sin embargo, emplea recursos lejanos de un estilo cuyos parámetros rompe por completo con una realización apoyada en una luminosa fotografía en blanco y negro, una edición bastante alejada de lo que suponen las directrices del cine actual, y el empleo de un estridente sonido que parece querer enfatizar ciertos aspectos entorno a su puesta en escena.
Lo que bien pudiera ser un defecto, deriva en virtud en más de una ocasión al lograr que todo ello funcione como conjunto minimalista donde tanto la duración del plano como la sencillez de su fotografía sirven como perfecto acompañamiento al elenco actoral encabezado por una Ai Ikeda que comprende a la perfección las posibilidades del conjunto y lo refuerza con una acertada interpretación que, pese a dar pie a ello, no tiende a la sobreactuación resolviendo ese registro cómico que subyace en (casi) todo momento con una personalidad impropia de una actriz debutante.
Ello contribuye a reafirmar un particular tono que, sin embargo, no parece compartir algunos de sus anclajes con la historia que cuenta. No quiero decir con ello que Kobayashi vaya en una dirección distinta a lo que sería el epicentro del relato, sino más bien que de tanto en tanto ese discurso tomado por el director japonés parece no encajar bien las aptitudes de un trabajo que acude a una faceta dramatizada que en ningún momento busca tomar tintes de una gravedad que no beneficiaría al conjunto y sabe, a regañadientes, quedar engarzada en la cinta, pero quizá no se amolda a esa senda (semi)humorística que traza Kobayashi.
De este modo, el relato de una muchacha que tras encontrar una cartera con 300.000 yenes, decide donar una dos tercios de ese dinero a uno de sus compañeros de pesca, derivará en una suerte de fábula de tintes bastante light donde, cuando una de sus compañeras descubra la cartera y el dinero (los 100.000 yenes restantes) que hay en ella, decidirá devolverlos al dueño, y en el momento en que este descubra que falta una parte del dinero, convenza a Izumi, la protagonista, para llevar a cabo un periódico donde las únicas noticias que aparezcan en él sean positivas, algo que aceptará de buen grado debido a su afición a ponderar los artículos del periódico, aunque nada termine siendo como ella había imaginado en un principio, desplegará flancos sugeridos a medida que el film avance.
La actitud en cierto modo agria, en cierto modo mordaz, de Izumi contrasta a la perfección con el carácter más infantil de sus dos compañeras, y en especial con las, a priori, cándidas intenciones de Sato, quien se irá descubriendo poco a poco como un personaje más vil de lo que pudiera parecer; y es que los propósitos de Izumi, siempre enfocados con ese contrapunto ácido e incluso en cierto modo juguetón, toparán con las formas —algo toscas— de un Sato no dispuesto a dejarse vencer por una muchacha que apenas levanta un palmo del suelo.
Su narración, de una parsimonia y regodeo ciertamente orientales, no consigue dotar de la cadencia necesaria a un trabajo donde las tentativas de Keiichi Kobayashi se diluyen tanto en el irregular metraje del que hace gala Sobre el cielo rosa, como en las salidas tonales de una de esas películas que, por su peculiar enfoque, convencerá a más de un amante del cine oriental, y por sus hechuras de «rara avis» construída no como vehículo para epatar, sino más bien para reflejar unas inquietudes que en realidad tampoco van tan lejos, servirá como la perfecta piedra de toque a aquellos que estén interesados en descubrir una perspectiva distinta y, en especial, única, condición que por suerte el nipón no emplea en ningún momento para convencer a un espectador que quedará más prendado por otras virtudes no tan apegadas a su categoría de rareza como pudiera parecer.
Larga vida a la nueva carne.