Abdullah Mohammad Saad… a examen

La llegada a salas de cineastas como Abdullah Mohammad Saad siempre supone un estímulo añadido en tanto se nos abre la ventana a una cinematografía inexplorada, la de Bangladesh —quizá Un río llamado Titash de Ritwik Ghatak sea su título más emblemático—, así como a uno de esos países a conocer en términos socio-culturales. Es, de hecho, en esa faceta, donde la figura del autor de la recién estrenada Rehana cobra un papel relevante al descubrir en su cine un acerado mosaico sobre aquellas problemáticas y particularidades que afectan al país asiático, componiendo una radiografía donde se revelan algunos de sus asuntos más urgentes, pero al mismo tiempo dotan de un revestimiento psicológico de lo más interesante a los distintos personajes que pueblan la obra del realizador. Un hecho ya constatable en su segundo largometraje, esa Rehana que tuvo la ocasión de participar en Un certain regard de Cannes, que en su debut tras las cámaras vuelve a asir unas constantes similares en el momento de exponer las contrariedades y complejidades de su personaje central

Así, y si en Rehana, más allá del componente social de la cinta, se trazaban las líneas de un carácter voluble e inestable, el de su protagonista, en Live From Dhaka nos encontramos con un individuo desequilibrado cuya psicosis se dibuja desde un buen principio en las distintas relaciones que sustenta, especialmente con su pareja, Rehana, donde movido por los celos su forma de actuar termina desembocando en situaciones incómodas y ciertamente desagradables. Abdullah Mohammad Saad no perfila, pues, un personaje fácil de asimilar, que lejos de esa personalidad nos lleva a cuestionarnos cuál es su razón de ser, por más que se detecte un egoísmo patente en algunas de sus decisiones. Al fin y al cabo, Sazzad es alguien que se mueve por impulsos, sin pensar en las consecuencias que pueden derivar de sus actos, y cuya meta, ante el desolador panorama (su coche parece ser su única propiedad), huir a Rusia igual que un amigo, puede llegar a ofrecer algunas claves, aunque no todas.

El protagonismo, de este modo, no sólo se revela en Sazzad, omnipresente durante los menos de noventa minutos durante los que se extiende la obra, asimismo lo hace en la ciudad de Dhaka, que se evidencia por momentos como el caldo de cultivo idóneo desde el que forjar personalidades de lo más dispares y turbadoras. Y es que esa enajenación que retrata el cineasta, no recae únicamente en la figura del protagonista, encontrando otras extensiones en quienes le rodean, como ese compañero de piso que le pide dinero con constancia y llega a amenazarle cuando ve que sus ruegos son ignorados. Dhaka se presenta, pues, como un personaje indisociable del panorama perfilado por el realizador, disponiendo en ese caos urbano y social, reflejo de un descontento que llega a las calles y las atraviesa en forma de levantamientos y hogueras de mobiliario, la incertidumbre de una sociedad apocada al desconcierto en lo que se antoja como un verdadero descenso a los infiernos.

Live From Dhaka realza esa condición mediante el uso de un sonido recrudecido que, acompañado por esa fotografía en blanco y negro, cuyo trazo el cineasta resigue cámara en mano, y los estridentes focos de una ciudad en constante rebelión, otorgan una extraña dimensión al periplo de Sazzad, las veces bordeado por pasajes pesadillescos y no necesariamente surreales —si bien realiza algún tímido acercamiento en ese sentido Saad—. El clima insostenible que lo envuelve todo sirve como percutor de una circunstancia que la cinta expone sin paños calientes ni justificaciones de ningún tipo: el devenir del protagonista puede que se mueva entre la inestabilidad de un ambiente social crispado y un carácter áspero, esquivo, inaccesible, pero el film huye de cualquier clase de juicio; sus actos hablan por sí solos, y aunque Live From Dhaka no recoja su trayecto en ocasiones con la expresividad necesaria para engendrar atmósferas que refuercen su componente psicológico, son todo lo que supone el principio del fin en un lugar del que no parece haber escapatoria y, si la hubiera, sus consecuencias no serán ni mucho menos placenteras.

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