¿Cómo enfocar la génesis de un universo propio? ¿Cómo dar forma a un marco específico para sentar las bases de algo más que la concepción de un género? Aaron Moorhead y Justin Benson debutaban en 2012 con Resolution, título que tras una reacción airada desde ciertos sectores, poco a poco se ha ido haciendo con la etiqueta de un culto que bien podría extender El infinito (The Endless), que esta semana llega a nuestra cartelera. Porque, y dejando atrás ineludibles conexiones entre ambos films, el debut tras las cámaras de ambos cineastas se proyecta como el paradigma de un cine de género sin género, donde el fantástico se aborda desde una concepción puramente etérea y aquello que podríamos asumir como un contexto más cercano al horror subliminal es afrontado desde una suerte de hiperrealismo que moldea las bases de una de las temáticas más valiosas de la obra de Benson y Moorhead: la amistad. Pero no amistad como concepto pueril ni obvio en el que se vea reflejado en los protagonistas una especie de buenrollismo, ni mucho menos se dirima desde una conexión particular que funcione de enlace entre ambos personajes. Lo que plantea Resolution es la convergencia de polos opuestos: por un lado, Chris, que posee una vida estable junto a su pareja, con la que está a punto de tener un hijo; y por el otro Michael, solitario e independiente debido a su adicción a las drogas, que marcaron, al parecer, sus últimos pasos entre la civilización. Aquello que en El infinito se confronta a partir de la visión marcadamente escéptica de Justin y el anhelo de Aaron por hallar un nuevo camino con el que dejar atrás ese bucle infernal en que se han transformado sus vidas, se refleja en la decisión que tomará Chris cuando decida reencontrarse con Michael, para así intentar que se rehabilite y vuelva de nuevo entre los, para él, vestigios de una sociedad que rechaza del mismo modo que Aaron: su percepción acerca de un mundo que ha dejado atrás porque no se sentía feliz en él, cambia en torno a un elemento disuasorio que le obliga a huir de toda realidad.
Resolution explora en la determinación de Michael por alejarse de cuanto le rodea, un vínculo que se antojaba muerto. Aislado en una cabaña, disparando al aire y en un estado de enajenación más que evidente es como recibe a Chris, evidenciando una condición que no hace más que reforzar un discurso tan absurdo como nihilista. Pero no por el hecho de emprender una búsqueda irracional como respuesta, sino en la asunción de una forma de vida donde, como terminará demostrándose, lo más fácil es perder el control. Una circunstancia que llevará a Chris a tomar la resolución de esposarle y evitar así que continúe su personal descenso a los infiernos. Lejos de presentar esa situación como un conflicto que se persona en la superficie, nos encontramos ante un choque entre dos modos de afrontar la madurez que nos llevan tanto al debate entre ambos protagonistas como a un diálogo donde, de alguna manera, se presenta un interés tácito en comprender la tesitura del otro. Hechos (y palabras) que describen una relación donde la divergencia no se establece desde el factor emocional —y es que, de algún modo, tanto Chris como Michael se sienten presos de una coyuntura que no proyecta distancia alguna entre ambos—, y toda la evolución del relato se resuelve en la colisión de dos carácteres, dos formas de afrontar el propio periplo, pero jamás en la fragmentación de un vínculo cuyos caminos pueden diverger, pero no desmontar aquello cuya existencia conocen ambos.
El film de Moorhead y Benson se debate entre un terror que opera desde lo existencial y las barreras del fantástico desde el cual se establece la construcción del universo presentado. El sutil manejo de la tensión, rechazando articular un horror cuya atmósfera se teja en la consecución de recursos que resultarían intrusivos para el tono de la cinta, se manifiesta pieza clave en el relato. Toda alusión al cine de género es introducida desde la insinuación de ese fantástico, tan febril como extraño en el modo de insinuar los recovecos de un escenario que gana enteros en la concepción de intrincado rompecabezas. Resolution, que no pierde su poder de sugestión al depositar en manos de sus protagonistas las posibilidades de ese insólito puzzle, encuentra por contra la manera de tejer un ambiente enigmático reforzado por la percepción de un oculto que se nos escurre entre las manos, y trepida en su alucinada conclusión, a la postre forja del germen sobre el que se sostiene El infinito (The Endless). La lectura de un género que se afianza en la evidente carencia de medios del film, y halla en la economía de recursos uno de sus mayores aliados —ya no por no poseerlos, sino por el hecho de escenificar con tino la tonalidad y matices de una obra que reverbera en las decisiones de su libreto—, es quizá el mayor estímulo de un título que conoce a la perfección sus virtudes y defectos, y obra en consecuencia, logrando la conquista de un cine que se alza como una voz honesta en la que no cabe otra opción que reflejarse con la misma sinceridad e ingenuidad que lo hace uno de esos dípticos excepcionales para el cine de género contemporáneo.
Larga vida a la nueva carne.