Como ya hemos comentado en alguna ocasión, resulta imprescindible profundizar en el universo de Yasuzo Masumura si es que se desea comprender los cambios estructurales experimentados por el cine japonés gracias a la aparición de la Nueva Ola del cine de los sesenta. El fascinante cine de Masumura sentó las bases fundacionales para la generación de ese nuevo cine más próximo al ritmo y a la filosofía de las sociedades occidentales y por tanto devastador de las rígidas tradiciones y mandamientos del séptimo arte nipón, es decir, ese cine amparado en los intensos melodramas feudales o urbanos dirigidos por maestros de la talla de Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi, Mikio Naruse o Hiroshi Shimizu por mencionar a los cuatro directores clásicos japoneses más populares. Sin embargo uno de los aspectos que bautiza a A Wife Confesses como una de las obras más extrañas, oscuras y magistrales del genio japonés consiste en el hecho de que ésta adopta la forma de una especie de punto de inflexión comunicador del cine más transgresor de espíritu occidental de Masumura con el arte tradicional de los viejos maestros hacedores de películas en tiempos pretéritos, lo cual convierte a la misma en una obra de referencia de imperdible visionado.
Y es que A Wife Confesses aparte de ser considerada como la mayor obra maestra de Yasuzo Masumura por buena parte de la crítica especializada en cine japonés, es del mismo modo una de las películas más contenidas y poéticas del maestro nacido en Kofu. Los fanáticos del Masumura más visceral y aguerrido seguramente echarán en falta en la cinta objeto de esta reseña ese toque pretendidamente provocador (yo diría incluso lascivo) y osado que ostentan las cintas más desgarradoras y polémicas del cineasta oriental. El morbo de la carne es sustituido en este caso por otro tipo de morbo, más soterrado e incisivo, que apunta directamente en contra de la machista sociedad japonesa de principios de los sesenta, una sociedad en plena batalla de confrontación entre modernidad y tradición, en la que a pesar del «boom» económico y la apertura cultural a occidente aún imperaban rígidos mandamientos que reducían el papel de la mujer a la de una mera esclava con el único designio de satisfacer sexualmente a la parte masculina de la pareja conyugal. Ese es el punto crítico argumental del film, puesto que A Wife Confesses es fundamentalmente un retrato de la lucha por superar el sometimiento masculino llevado a cabo por una aparentemente inocente y desgraciada mujer, moraleja que es ocultada bajo la máscara de un melodrama judicial en el que asistiremos a la reconstrucción de los hechos que condujeron a la muerte (supuestamente provocada de forma premeditada por su mujer para cobrar un cuantioso seguro de vida) de un veterano profesor universitario víctima de un accidente durante una jornada de alpinismo compartida con su esposa y con un joven empleado de una empresa farmacéutica.
La película construye los primeros compases de la misma bajo los paradigmas del cine de Nicholas Ray, ya que el montaje y narración del primer vector del film evoca directamente a la obra maestra del director estadounidense Llamad a cualquier puerta. Así, tras un arranque made in Masumura que servirá para presentar someramente el perfil de los personajes principales, la cinta situará la acción en el marco de la celebración del juicio de acusación en contra de la desdichada Ayako (interpretada con un misterioso mimetismo y naturalidad por la belleza actriz fetiche de Masumura Ayako Wakao —sorprende que actriz y personaje compartan nombre, seguramente un recurso obsesivo del bueno de Masumura—). El desarrollo del juicio será utilizado para recomponer, por medio de unos sugerentes flashbacks narrados por los diversos testigos que toman la palabra en el estrado, los hechos que rodearon la muerte del viejo y respetado profesor, exponiendo con todo lujo de detalles el malévolo y sádico perfil del asesinado, el cual debajo de su respetable apariencia esconde un diabólico temperamento con el que somete y veja a su joven esposa bajo una relación de dominación motivada por el origen humilde de Ayako, una mujer desposeída de su naturaleza y que únicamente volverá a tener esperanzas de resurrección vital justo en el momento en el que conocerá al joven Osamu, un hombre de carácter humilde y bondadoso que ofrecerá un halo de esperanza a la desesperanzada existencia de la desgraciada Ayako.
Uno de los puntos más incisivos y críticos contra el sistema que emana del film es sin duda el juicio de valor que genera la propia ejecución de la muerte del viejo maestro en un accidente de montañismo, y es que tras caer por un barranco y quedar colgado de una cuerda que pende de la cintura de su mujer Ayako, ésta ante la opresión que el peso de su marido la infunde, y a punto de morir asfixiada, decidirá cortar la cuerda que le une físicamente (y metafóricamente) a su amo y señor, provocando de esta manera la muerte de su esposo. En el juicio se dilucidará si Ayako cortó la cuerda con la única intención de sobrevivir evitando así caer arrastrada al vacío por el peso de su marido y salvando pues su vida y la de su acompañante o si por el contrario debe ser culpada por no haber sacrificado su vida junto a la de su esposo, como dictan los mandamientos de la buena mujer japonesa, o lo que es peor, si cortó la cuerda con la intención de asesinar con premeditación a su cónyuge para así cobrar el seguro de vida recientemente firmado por el mismo a instancias del joven Osamu, siendo pues el corte de la cuerda el acto de ejecución de una muerte planificada.
Aunque el esqueleto fundamental del film gira entorno al esclarecimiento de las verdaderas intenciones de Ayako, Masumura aprovechó el triángulo amoroso sobre el que pivota el hilo argumental de la película para insuflar a su obra de una atmósfera directamente emparentada con el thriller clásico americano, y es que es fácil reconocer ciertos trazos que invocan a la gran novela de cine negro El cartero siempre llama dos veces o del mismo modo a clásicos del cine negro de fábrica como por ejemplo el Perdición de Billy Wilder. Ciertamente intrigante e inspiradora resulta la puesta en escena llevada a cabo por Masumura, el cual se mueve como pez en el agua en las pantanosas aguas enfangadas por la ambigüedad y la confusión de unos personajes marcadamente grises que hacen complicado cualquier símbolo de empatía con los mismos. Y este carácter ambiguo y laberíntico manufacturado a través de una fotografía en blanco y negro de tono asfixiante y sudoroso es precisamente el fundamento que marca a A Wife Confesses como uno de los melodramas más ambiciosos y admirables del genio oriental, dotado de un sentido clásico que resultará difícilmente localizable en posteriores trabajos de Masumura.
No obstante, a pesar de que la cinta huye de los tics más habituales de los trabajos más maduros de Masumura, si que se reconocen en la misma algunas de las obsesiones del maestro, siendo las más patentes ese regusto por las atmósferas enrarecidas plenas de opresión tanto física como metafísica, así como esa fascinación del japonés por la tragedia de consecuencias funestas y por el pesimismo desbocado. Técnicamente la película es una de las cintas en las que mejor se manifiesta el virtuosismo técnico de Yasuzo, el cual hace gala de una visión espacial que esboza con la precisión de un matemático unos encuadres al alcance únicamente de los grandes talentos del cine. Y es que A Wife Confesses además de ser una epopeya existencialista de un marcado humanismo liberador para la mujer, es también un perfecto entretenimiento cuyo ritmo no decae en ningún momento que conecta al mejor Nicholas Ray con ese director imprescindible del nuevo cine japonés que es Yasuzo Masumura.
Todo modo de amor al cine.