Saint Denis 93 es un distrito parisino que aloja casi el diez por ciento de su población. Un lugar con su propia Universidad Paris 8. Un barrio lleno de personas de diversas procedencias. Un espacio para conversar en el que se organiza el concurso de oratoria Eloquentia. Durante el período académico, una veintena de alumnos de distintas carreras —como son psicología, trabajo social, comunicación audiovisual y otras enseñanzas— compartirán el aula junto a la profesora de expresión corporal. Otro docente de respiración. Un poeta que los reta a encontrar la creatividad y seducción que llevan dentro. Y por supuesto el director del curso, empeñado en que liberen al máximo su expresividad y sean los mejores oradores. Hasta que solo quede una o uno del grupo.
Desde el año 2013 —según explican los prolegómenos del documental— estructurado como una cronología a partir del inicio del curso. Entonces los propios alumnos dan sus nombres y cuentan las ambiciones o deseos que tienen sobre las enseñanzas que quieren recibir. Las cámaras se sitúan frente a ellos, dentro del grupo, para que los espectadores nos incorporemos como uno más, con pulso de reportaje televisivo, usado este apelativo en el mejor sentido. De hecho, la película parte de un episodio de la serie documental francesa Infrarouge, emitido en 2016 y titulado A voix haute (En voz alta). Para su pase por salas de cine y el Atlántida Film Festival se ha incluido la frase La fuerza de la palabra porque tanto los profesores como los alumnos y otras personas implicadas, definen la oratoria como una estrategia, las palabras como armas. No para que sirvan de ataque al opuesto, sino como argumentación y razonamiento. La adaptación no supone un cambio radical respecto a su formato en televisión, que ya era un producto de calidad, aunque se amplía en veinte minutos de metraje y mantiene elementos propios de la televisión como esa introducción breve que anticipa algunas secuencias posteriores del film.
Las escenas que se desarrollan dentro del aula son las que consiguen mayor veracidad e interés. Muestran sin prejuicios a los jóvenes del curso, todos diferentes en sus condiciones sociales, aunque hermanados en la procedencia de clase media con matices. Destacan varios a los que dedican capítulos individuales que ayudan a profundizar más en sus familias y orígenes. Como Eddy, un veinteañero que quiere ser actor. O Shouleila, de raíces musulmanas, volcada en el humanismo. Los acompaña uno de los alumnos mayores, en torno a los veinticinco años, que vivió mucho tiempo en la calle, junto a su madre y hermanos después de perder la casa en un incendio. O el benjamín del grupo, el más inocente y chistoso. Todos, sin excepción, confían en ese poder de la palabra para conseguir sus anhelos.
Una década después del estreno de La clase, de Laurent Cantet, el cine francés sobre la educación ya debería estar en un callejón sin salida por repetición de las fórmulas. Pero es evidente que la temática sigue más viva que nunca. Solo hay que revisar films recientes de la cinematografía gala como En la casa, Ganar al viento, El buen maestro, o incluso títulos más canónicos en su búsqueda del público, como La profesora de historia o Una razón brillante. En concreto este último film, dirigido por Yvan Attal, comparte muchos rasgos con A viva voz por la temática y los personajes. Si también se siguen rodando películas de superhéroes, comedias coyunturales y variaciones de agentes secretos en grandes cantidades, sin cuestionar mucho las repeticiones que se aprecian en ellas, deberían juzgarse con la misma ligereza las películas que afrontan el sistema educativo. En oposición a la filmografía escolar pretérita más famosa, la mirada no está enfocada solo en los maestros como protagonistas, cuando el profesor Tackeray lidiaba con delincuentes en potencia en Rebelión en las aulas. El señor Keating desplegaba su sus poderes persuasivos ante un elitista club de los poetas muertos. O el todopoderoso Daniel que dirigía la escuela infantil de Hoy empieza todo. Desde La clase de Cantet, el protagonismo se sustenta entre el grupo de alumnos, sin olvidar a sus maestros, pero sin dejar de focalizarlo en los jóvenes. Tal vez el concurso de elocuencia sea la parte más espectacular del metraje, en detrimento de un desarrollo que mantiene de forma impecable la evolución, relaciones e intervenciones de los compañeros.
En contraste con la era de youtubers exhibicionistas, aunque también predomine mucha vanidad en la oratoria, merece la pena esta lucha dialéctica, contra la banalidad onanista de los videoaficionados.