A pesar de que Lee Kwang-kuk firma con este A Tiger en Winter su cuarto largometraje como director, su condición de asistente de dirección en el último tramo de la filmografía de Hong Sang-soo pesa de manera implacable no solo en la promoción del film, sino en la arquitectura formal que se despliega a lo largo del metraje. Sin embargo, resulta cuando menos reduccionista limitarse a contemplar la obra como un mero artefacto de copia y pega. No solo porque de entrada no es tan sencillo como parece aplicar una fórmula, por mucho que se esté directamente implicado en ella, sino también por la dificultad inherente que supone intentar escapar de la etiqueta y sacar a relucir la personalidad propia en la dirección.
Este proceso es justamente el que se produce durante el film. Un arranque que podría situarse fácilmente en el primer tramo de la filmografía de Sang-soo y que nos introduce en el universo de relaciones frustradas y crisis creativas bajo la égida de una ciudad, Seoul, que se presenta como un marco reflejo de los sentimientos de sus protagonistas: fría, solitaria, desangelada.
Sin embargo todo ello deja paso a un producción dramática más lineal, con un tono y factura que se aproxima por momentos al K-Drama televisivo sin caer, eso sí, en los excesos almibarados ni en subrayados musicales innecesarios. Poco a poco pues, nos deslizamos ante una historia donde incluso hay espacio para la introspección, los silencios, los dilemas morales y cierto comentario social (muy de refilón, eso sí) al respecto del mundo laboral y las condiciones de trabajo que se dan en Corea.
Pero si por algo se caracteriza A Tiger in Winter es por la subversión en lo emocional del modelo Hong Sang-soo. Si acostumbramos a encontrar artistas en crisis creativa, sin más ‹background› que algún comentario aleatorio al respecto, buscando refugio, consuelo o inspiración en amores pasados, presentes o ilusorios, aquí Kwang-kuk plantea un juego inverso, donde la relación ya existente se resquebraja precisamente por estas dudas y páramos creativos. A partir de aquí el juego funciona en una búsqueda interna-externa consistente en encontrarse uno mismo al tiempo que restablecer la complicidad rota con el amor perdido.
Es por ello que, cuanto menos, resulta estimulante esta composición en la que las culpas, por así decirlo, están repartidas y donde no existe una visión unidireccional del conflicto. Y es que a pesar de situarnos desde el punto de vista masculino, Kwang-kuk consigue que la presencia fuera de campo del contrapunto femenino esté siempre flotando en el ambiente, a veces como fantasma de traumas, a veces como asidero emocional y siempre como última meta a ser recuperada.
Porque finalmente A Tiger in Winter hace del amor y sus conflictos el último bastión donde se estrellan los problemas de toda índole que se suceden. Plagios, soledad, crisis creativas y de confianza, trabajos basura acaban por ser meras piedras en el camino hacia un objetivo tan idealizado como ansiado. Algo que se tuvo, se perdió y cuya recuperación es algo tan lejano, peligroso y, sin embargo, presente como el tigre al que hace referencia el título.