A Taxi Driver: Los héroes de Gwangju es una película de Jang Hoon que narra una historia real sucedida en el año 1980 en Corea del Sur, en la que un taxista ayuda a un reportero alemán a cubrir los sucesos del levantamiento de Gwangju, contribuyendo a revelar las prácticas represivas brutales del ejército surcoreano y allanar el camino para el establecimiento definitivo de la democracia en el país.
No sorprende que una historia como la de Kim Sa-bok y Jürgen Hinzpeter haya sido llevado al cine, pues el valor simbólico que ha alcanzado en la cohesión de la cultura democrática de su país es algo innegable. Ésta es, desde luego, una obra plagada de valores humanistas, dura y sufrida pero idealista en el fondo, y concebida en primer lugar como un homenaje a ambos personajes, su lucha y su contribución. No veremos ningún tono irónico ni mucho menos una actitud revisionista en ella, pero tampoco es algo que se eche de menos en una obra como ésta.
Es en ese último aspecto donde en teoría podrían aparecer más reticencias. ¿Qué aporta una película que en su base no está haciendo más que repetir y reflejar en ficción ideas que han calado y forman parte del imaginario de la sociedad surcoreana? En ese sentido A Taxi Driver resulta una obra inevitablemente impersonal, que canaliza, sin ninguna clase de filtro interpretativo, un sentimiento colectivo, y que lo único que hace, al final, es reafirmarlo.
En todo caso, esta negatividad inicial con la que abordo la cinta termina suponiéndole una oportunidad para reivindicarse. Y es que todo lo que podría mencionar del filme acerca de su falta de riesgos y su acomodación a un discurso y una visión de la historia ya de sobra aceptada e incrustada en esa sociedad palidece ante una simple observación: está bien realizado. La fotografía es competente en su uso del color y en su manejo de encuadres, trasladando de la cotidianeidad al caos y de la felicidad al horror con una facilidad impresionante, y destacando sobre todo en la narración visual de esa primera toma de contacto con la represión militar, a pie de calle y llena de transiciones caóticas y un ambiente irrespirable. A nivel narrativo establece un ritmo preciso y coherente, utilizando también de manera eficiente el shock visual para construir un relato creíble en el que las motivaciones y el desarrollo de las mismas suceden con naturalidad, en especial el de Kim Sa-bok que destaca como un personaje que debe reconstruirse desde su misma base y cuyo crecimiento a lo largo de la narración era algo especialmente crítico. La película responde a su mayor reto con eficiencia, apoyada no solamente en un guión que nos hace empatizar con cada paso del despertar del protagonista, también en una excelente interpretación de Song Kang-ho que capta a la perfección los matices de su personaje y ahonda en la credibilidad de su retrato emocional.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce en cuanto a la ejecución narrativa y estética de A Taxi Driver. En particular, la obra adolece de una ingenuidad preocupante al apelar al espectador, como si estuviéramos viendo un producto de otro tiempo o por completo carente de consciencia de lo trillado y a estas alturas hasta parodiado y subvertido de su propio lenguaje. Verla utilizar esas cámaras lentas y esas frases pretendidamente profundas o cortantes en secuencias que pedían a gritos una ejecución sobria resulta en ocasiones sonrojante, y le dan una apariencia boba que no es precisamente lo que una historia como ésta debería transmitir. Probablemente esto sea una cuestión cultural generada por la diferente exposición a dichas fórmulas narrativas y para su país de origen y verdadero público objetivo esto resulte completamente aceptable, pero yo no puedo más que distanciarme mucho de la película y su discurso emocional en esos momentos.
Por la convicción de su ensalzamiento democrático frente a la represión y por mostrar una parte de la historia reciente de Corea del Sur de gran valor simbólico, no es complicado entender el entusiasmo generado por esta película, como tampoco es en absoluto difícil recomendarla. Ni siquiera mis problemas personales con el uso de algunos recursos para el énfasis estético o emocional me impiden reconocerla como una obra en ocasiones cautivadora, pero sobre todo, en general y a lo largo de todo su metraje, eficaz. Incluso los caminos tan transitados por los que discurre esta cinta se han de recorrer bien, y en ese sentido, con todos sus altibajos y reticencias, no puedo más que aplaudir en último término la propuesta de Jang Hoon.