Si les hablo de Rosemary’s Baby (traducida, como en muchos otros casos, nefastamente en España con el “spoilerico” título de La semilla del diablo) raro será a quien no le suene. Lo mismo con los nombres de Roman Polanski, su director, o Mia Farrow y John Cassavetes. Sin embargo, si les digo el nombre de Elmer Modlin con toda seguridad no sabrán quien es, algo lógico si tenemos en cuenta que este actor pasó su no muy dilatada carrera con más pena que gloria realizando de figurante en multitud de films, uno de ellos el ya citado clásico de terror (donde se le puede ver en la parte derecha del fotograma que encabeza).
Partiendo de un hallazgo en forma de caja con fotos y pertenencias de la familia Modlin, Sergio Oksman emplaza al actor en un fotograma de La semilla del diablo para presentárnoslo debidamente. Los primeros fotogramas pasan rápidamente por delante de los ojos del espectador para restarles importancia y llevarnos directamente a la imagen adecuada: una en la que Elmer Modlin aparece asistiendo a la escena cumbre del film de Polanski, rezagado entre un cúmulo de figurantes que simplemente tenían la misma función que la del actor: hacer acto de presencia.
A partir de ese plano, arma Oksman el esqueleto de un relato entorno al material encontrado entorno a la familia que un día debieron ser los Modlin. Acertadamente, el cineasta español decide prescindir de reconstrucciones escénicas y realiza un sorprendente hallazgo formal: lo único que ve el espectador son las fotografías de los Modlin tendidas sobre una mesa mientras la voz en off describe detalladamente una historia que el propio director ha reconocido ficcionar desde un buen principio. Así se evita la fatigosa reproducción de unas vidas que describen perfectamente tanto las fotografías encontradas por Oksman como algún que otro retal de video que es empleado como si de ‹found footage› se tratase.
Llama la atención el hecho de como sin recurrir a nuevo material más allá del encontrado, su director construye una nueva historia y reformula hábilmente códigos con tal de llegar a un punto determinado: ese punto es, ni más ni menos, que el de dotar de una marcada ambigüedad a la vida de unos personajes que realmente ni Oksman conoce. Es así como el espectador llega a un punto en el que no sabe si realmente eran gente muy rara, una particular familia o, directamente psicópatas. Un punto realmente cinematográfico si tenemos en cuenta que la raíz de la historia podría no serlo.
Así, lo que bien pudieran ser vidas normales y corrientes (con un punto excéntrico, todo sea dicho) son transformadas en un relato marcado por lo incierto y turbio del mismo, que pese a no mantener ese poder de sugestión que si tienen sus primeros minutos durante todo el metraje, se puede decir que otorgan un trabajo sólido en el que los límites del cine se vuelven a poner en entredicho en un fascinante ejercicio que no tiene desperdicio alguno.
Larga vida a la nueva carne.