No hay mejor día para hablar de esta película, que nos anuncia el adiós a un festival que ha hecho menos larga la espera. Llueve, y se han truncado los pocos planes que nos quedaban lejos de un techo, pero algo propondrá un día de tormenta para que se convierta en inolvidable. David Moragas advierte desde su presentación una pasión innata por las comedias románticas, y como hijo del amor, los encuentros casuales y la sonrisa perenne que alimentan todas esas películas, se nos aparece con aura mariana como un digno discípulo capaz de crear con voz propia.
A Stormy Night tiene algo de tormenta de verano: efímera pero potente, motea los colores de la ciudad dejando pequeños charcos que pisamos con el peor calzado del año hasta empaparnos de su presencia. Una torpe relación con el agua que transmuta hacia el encuentro entre dos desconocidos, dos jóvenes en apariencia opuestos que junto a un escenario sencillo y un agradable blanco y negro, lejano a comprometerse con la forma para que disfrutemos con fuerza el fondo, son los únicos elementos que necesita el director para avanzar en su primer largo.
Potencialmente luminosa, pese al anuncio de esa tormenta que sirve de excusa para que se encuentren dos hombres en una misma casa, la cámara tiene cierta predilección por los detalles, por enfatizar con ligereza todo aquello que se dice con palabras o se silencia entre pequeños gestos y miradas, siempre limpias, sobre la curiosidad que genera la otra persona. Moragas aprovecha un choque que no llamaría cultural a estas alturas, tal vez situacional, entre un español y un neoyorkino que van descubriendo que la vida se marca con pequeños matices. Nos han prometido una única noche de lluvia, así que todas esas fases que autores tan dispares como Woody Allen o Noah Baumbach pueden dilatar en el tiempo —nombres que podrían venir a tu mente mientras observas los tics del film—, se comprimen en pequeños pasos prácticamente inspirados por el ahora, que parecen invitarnos a recibir sus discursos con naturalidad.
El amor pulula en el aire… o no necesariamente, porque ambos demuestran (sin enfatizar) puntos de vista opuestos no llegando nunca a romper el diálogo por ello. También son capaces de moldear sus visiones futuras, invitando a reflexionar en voz alta sobre las más puras creencias que opinan de cualquier nimiedad. Ellos se empiezan a reconocer en el otro mientras nosotros les vamos descubriendo desde la nada, en un magnífico gesto de empatía colectiva y buen rollo que transmiten en todo momento.
Avanzan sin apenas darnos cuenta del torpe conocimiento inicial a la tensión, pasando por confesiones de quien lleva mil años dentro de una misma cama o la sorpresa que se disfruta ante lo incierto, pero lo mejor es descubrir a Jacob Perkins y sus estudiados rizos, que trae consigo una mirada serena y asertiva muy zigzagueante y atractiva en este leve ‹tour de force› que transforma una noche cualquiera en un búnker emocional del que se sale con una placentera sensación de imposible reencuentro.
A Stormy Night nos ofrece todos los guiños imprescindibles en una comedia romántica indie que sacrifica las grandes cabriolas por el ‹feel good›, pero lo hace de un modo inteligente, con las ideas claras para disfrutar de un rato ameno en el que encontrarte en algún momento en la situación de cada personaje y abrazar un poco de optimismo ante las dudas de los demás. Transparente, de diálogos ágiles e imágenes consentidas, con dos hombres aprovechando la ocasión más vibrante para ser mentirosos y tremendamente sinceros antes de un adiós programado. Porque sí, A Stormy Night vuelve a definirse como las gotas de tormenta de verano, que se evaporan con facilidad tras conseguir ser las protagonistas unos instantes.