La sombra de Kaurismäki es alargada. Esa afirmación resuena en la retina y el recuerdo del espectador más avezado en el cine del finlandés desde los primeros compases de esta curiosa propuesta noruega, donde se pone de manifiesto que los planteamientos de aquel y su peculiar mirada para contar historias no dejan de crear escuela.
Es un cine premeditadamente soterrado y triste por cuyas arterias bombea un cuidadoso a par que malsano catálogo de fracasos, sufrimientos y decepciones, mezclado con una espesa y gruesa capa de humor negro endiablado y, por momentos, zafio que no pasaría demasiados controles de calidad en circuitos comerciales.
Si bien, la teoría del guión cinematográfico nos asegura que, en el discurso moderno, el personaje principal debe realizar acciones coherentes y verosímiles en base a la búsqueda de un bienestar del que no goza en el punto de partida del relato, esta actitud se ve truncada y puesta en tela de juicio en estos ejercicios nórdicos. La realidad es representada y concebida por estos personajes con especial aspereza y desesperanza emocional, generando un clima que dificulta el acceso al efecto penetración en la historia y desarma la placidez espectadora con secos bofetones de amargura. Miradas de perdedores que nunca dejan de serlo, cuya aventura transcurre entre el estatismo y la desorientación. Ausencia de héroes y de glorias impostadas que actúen como falso ornamento de un esqueleto que nos radiografía en nuestra más pura y desnuda fatalidad.
El humor se acciona aquí como resorte involuntario ante la reiteración y cadencia del desánimo atmosférico, recurso necesario y notoriamente válido para contrarrestar y suavizar el dramatismo inherente de este tipo de propuestas. No debemos olvidar que, ante todo, se trata de un juego de radicalización expresiva donde la realidad es frecuentemente deformada y caricaturizada, extrayendo de ella toda su dudosa belleza en el culto al feísmo y a lo mórbido.
Es aquí donde la pretensión más contemplativa y paródica de esta película hace de ella un título valiente y rescatable. La ironía se usa correctamente como sustrato simbólico. Exactamente no como humor puro, sino como separación del dramatismo brutal y primario. Una actitud malévola, de enfant terrible, que rechaza el calado ético y la prepotencia del aleccionamiento, cuestión reservada para otros realizadores europeos más consciente de su arraigada faceta autoral.
Un título cuyas constantes técnicas en términos de estética, ritmo y montaje retan tanto a la paciencia como a la implicación interna del espectador, que se puede sentir desubicado y desconectado, si no se tiene conocimiento previo de este tipo de propuestas, ante una frugal representación de ausencias y soledades donde lo dionisíaco no tiene forma ni cabida.
A Somewhat Gentle Man supone, en definitiva, una mirada de planteamientos castizamente independientes que se sostiene en una calculada dureza dramática, la sobriedad interpretativa de un excelente Stellan Skarsgård y un sentido de humor especialmente siniestro y mordaz.
Un cine humilde, hasta cierto punto divertido y sin muchas pretensiones que parece recordarnos que, más allá del aspecto desangelado de las canas y las ojeras del protagonista, existe una voluntad de transmitir un lenguaje destilado con sinceridad, transparencia, honestidad y veracidad.
La fuerza expresiva de sus contrastes, la mordacidad de su rudo acabado surrealista, personajes contradictorios a uno y otro extremo del relato y las referencias socarronas del humor negro anteriormente mencionado son los elementos de peso que hacen de este título una estimable recomendación que será mucho más disfrutable, por supuesto, si ya se conocen de antemano las piezas de Kaurismäki de las que indudablemente bebe esta obra.
Una broma pesada, la que nos plantea Hans Petter Moland, que se presenta con una permanente melancolía, asociada a una visión pesimista y profundamente fatalista, pero remarcablemente irónica, de la vida del ser humano. Porque, en definitiva, más allá de robots alienígenas o meteoritos espaciales, el cine está hecho por y para él.