Benji y David son primos pese a que la realidad se empeñe en demostrar lo contrario. Entendamos, en ese sentido, primos como seres cercanos, familiares a los que, aunque sea, ves una vez al año y por acción u omisión conoces. No obstante, cada gesto del uno y del otro da a entender a la perfección que esa presunta cercanía, ese lazo tendido, quedó en la lejanía tiempo atrás. Con ello, y con los preámbulos a ese viaje que realizarán en avión para llegar a Polonia donde su abuela, ya fallecida, vivió, Jesse Eisenberg desata ese ‹timing› cómico al que lleva siendo propenso el cine independiente (o cine “indie”) de los últimos años, y que como es obvio el actor percibió y desarrolló trabajando con cineastas que fueron dando forma a esa nueva hornada que dejaría atrás los tan añorados años 90. Diálogos, aspavientos y gestos que se irán haciendo característicos delimitan a dos personajes que no podrían estar más en las antípodas, pero sobre los que el realizador arroja una mirada tierna y nada condescendiente: pueden equivocarse, tener defectos que desaten rencillas o lleven alguna situación al terreno más incómodo posible y ser imperfectos en toda la extensión de la palabra, pero ante todo demuestran que el mejor modo para entenderse es hablar y, con ello, intentar confrontar esos matices que desplazan lo superficial para encontrar el camino adecuado, aunque en ocasiones haya que abrirse en canal y pensar en la idoneidad de aquello que uno ha expresado; o también está la opción de Benji: quitar hierro a cada palabra como si no fueran de uno mismo, como si todo fuese fruto de un impulso repentino que no hay que preservar en la mente, sino aceptar como la naturaleza con la que cada cual decida exteriorizar sus pensamientos.
A Real Pain se manifiesta así como una de esas auténticas ‹road movies› en las que sí hay un desplazamiento más allá del físico: mientras Eisenberg va desentrañando pasajes de esa singular odisea, Benji y David se reconocen a la par que se observan con extrañeza, van hallando paulatinamente aquello que parecía perdido y dotando de un sentido específico a cada particular instante, intensificando así una búsqueda que no se delimita a concretar una huida, en especial en el caso de Benji —aunque finalmente espoleada por su primo—, sino también a hallar una esencia que en algún momento se antojó perdida, pero que recupera su curso paso a paso, peripecia a peripecia, conversa a conversa. Y es en ese devenir, las veces agitado, las veces apaciguado por ese carácter tan explosivo como la mayoría del tiempo distendido de Benji, donde el intérprete y cineasta capta las luces de una obra que nunca se entrega al impacto dramático o a la gravedad de lo que pueda haber llevado a ambos personajes a recorrer Polonia: su banda sonora, que acompaña todo tipo de momentos, desde los más calmados hasta los más íntimos (¿puede haber intimidad entre porros?) y transparentes, es una muestra de ello, pues nunca hay énfasis en su aparición, siempre conduce el relato sin pausa pero sin prisa, matizando pero sin subrayar, como si fuese un compañero más de viaje.
Es, pues, en esas pequeñas decisiones, donde A Real Pain encuentra un equilibrio muy pertinente, que dota del tono adecuado a cada escena y, por si fuera poco, logra que sea más fácil comprender la dimensión de sus protagonistas, por burradas que puedan llegar a hacer o por más que el absurdo se persone de vez en cuando en esas reflexiones en voz alta que quizá a nadie le interesaría oír, pero de algún modo deben permanecer. Porque, en realidad, a Eisenberg no le interesa lo más mínimo que aquello que puedan opinar sus personajes sea de recibo o no: lo verdaderamente sugerente es dotar de una humanidad, en ocasiones bordeando el patetismo y la discordia, y cincelando esas imperfecciones de las que hablaba en un principio, a esos dos individuos, confiriéndoles una magnitud distinta. Al fin y al cabo, no dejan de ser dos tipos distintos, vulnerables, contradictorios y pasionales que reaccionan como lo pide el cuerpo y la circunstancia, logrando que esa ternura que arroja su autor se materialice en el absurdo o la emoción más primitiva, pero encuentre un ligero recoveco entre tantas idas y venidas. Y puede que en ese talante tan emocional que parece contener A Real Pain no llegue tan lejos como uno esperaría, pero cuanto menos constituye un viaje ligero y desprovisto de alardes que es, quizá, aquello que mejor define a David y Benji. Puesto que aunque uno pudiera pensar en grandes cambios y escenarios donde concretar ese torrente afectivo que en algún momento puede llegar a traslucir, no hay nada como sentarse en los asientos de un aeropuerto para ver cómo el discurrir de las cosas provee una trivialidad que nunca está de más abrazar en la vida.
Larga vida a la nueva carne.