Hace un par de años la humanidad estaba confinada en sus hogares con la única posibilidad de salir para comprar víveres, aburridos y depresivos, mirando con angustia un porvenir desalentador. Pero el lugar donde la situación fue en verdad crítica era en los hospitales. Independientemente de la buena o mala gestión de los gobiernos a la hora de afrontar la pandemia, los centros de atención médica se vieron con frecuencia desbordados por el número de pacientes y por ende incapaces de atender de manera efectiva a todos los casos que acudían a sus puertas; en esta película se describe la cotidianidad de uno de dichos hospitales.
Este es un documental de observación, pues a pesar de que los realizadores intervienen de manera esporádica en las conversaciones, lo que prima es el curso natural de las acciones y los ritos diarios entre médicos y pacientes. De igual forma la propuesta estética apuesta por un naturalismo dilatado con largos planos fijos en los que se siguen las acciones de los personajes y al mismo tiempo se crea un aura de monotonía y encierro. Así, el ritmo funciona acorde a ese sentimiento de impotencia y aburrimiento en un periodo de colapso.
Los cineastas son prudentes en cuanto a qué presentar y qué no, por ello en ningún momento seremos testigos de la muerte de alguno de los pacientes, ni veremos cadáveres u operaciones chocantes. Pero a pesar de ello si habrá espacio para las conversaciones del personal médico que reflejan su impotencia, una impotencia también monótona, pues la frustración frente a la incapacidad de salvar a todos los pacientes no se traduce en un sentimiento trágico o melancólico, sino más bien en una suerte de resignación, de aceptación de la tragedia como algo normal. Por ende, las cifras se acumulan, las sábanas se lavan y vuelven a tender, y todo queda limpio y solitario como si nada hubiese pasado.
El ritmo por momentos es demasiado pesado a pesar de su coherente propósito, y no porque la duración de los planos sea excesiva, sino por el efecto producido por el mismo encierro. Todo sucede al interior del hospital y, por ello, se echa en falta un sentido más global, que diese la oportunidad de abandonar las paredes de ese espacio blanco, aunque fuera para recorrer las calles vacías y reflejar la tragedia de la pandemia más allá de los procedimientos médicos y el aburrimiento de quienes con incertidumbre esperan alivio; más teniendo en cuenta que a veces los ritos en el hospital son solo eso, el típico protocolo de atención a los pacientes de toda la vida y en base al cual valdría la pena preguntarse si el estado normal o natural del hospital no es quizás muy similar al de la cuarentena, dado que tampoco es que haya recibido un flujo de pacientes excesivamente grande. Por contra, siempre se siente que hay poca gente en medio del relato; además, las reflexiones o momentos de los diversos personajes en ocasiones no van más allá de lo obvio, dándole apenas un carácter especial a muy pocas escenas.
Los anteriores defectos o intenciones, que podrían haberse ampliado en pro de un riesgo mayor, salen a relucir con fuerza en mi percepción como espectador al entender el fenómeno del Covid como uno de los sucesos históricos más relevantes del siglo XXI (quizás el más importante), por ende esta propuesta tan conservadora en sus conclusiones o aproximaciones se percibe demasiado pequeña frente al tamaño de su tema. Un tema que, a pesar de haber sido ya tratado (quizás con demasiada premura) a través de diversos documentales, sigue sin encontrar un realizador que sea capaz de realizar una exploración precisa de lo que fue ese período de desaliento así como la profundidad de sus consecuencias.