No hay nada tan intenso como la primera historia de amor. Un sentimiento de incertidumbre unido a la adrenalina de cada momento deja huella durante el resto de la vida de la persona que lo vive. El cineasta Daniel Ribeiro nos trae A primera vista, filme que se alzó con el Teddy Award en el Festival de Berlín del pasado año, consiguiendo además un gran número de premios internacionales, así como en su país de origen, Brasil. Y es que Ribeiro parece saber muy bien qué camino elegir y qué historias quiere contar. Del nacimiento de su cortometraje Eu Não Quero Voltar Sozinho (2010), el cual alcanza hasta la fecha los cuatro millones de visitas en Youtube, se nutre de los mismos actores para desarrollar en su primer largometraje el primer beso adolescente.
Leo (Ghilherme Lobo) es un joven ciego integrado en la sociedad que le rodea. Su discapacidad no le impide realizar actividades con sus compañeros de clase, relacionarse con su amiga Giovana (Tess Amorim) o acudir a una fiesta adolescente donde el ponche sin alcohol es el plato fuerte. El argumento es claro y contundente, cómo Leo vive el amor a través de su ceguera, sin recaer en el melodrama facilón del que podría nutrirse el director aprovechando dicha discapacidad. El conflicto se genera cuando llega un nuevo alumno a clase y, sin proponérselo, genera un choque en la amistad formada por los dos amigos. El típico y clásico trío amoroso. No obstante, aunque la esencia es la misma el contenido es diferente, ya que la ficción cobra vida cuando es el propio personaje el que descubre su homosexualidad a través de la cercanía que va experimentando junto al nuevo estudiante, Gabriel (Fabio Audi).
El amor es ciego se hace patente a lo largo de la cinta de una manera física y literal, pues, ¿cómo es posible saber si ese sentimiento es correspondido cuando no puedes ver a esa persona reaccionar? Este asunto queda perfectamente reflejado y la tensión que el protagonista vive nos envuelve y nos cautiva. Aun así, el director no llega a profundizar en su totalidad y parece que todo esté premeditado, formando una alegoría de tensiones sexuales no resueltas. Ciertamente, A primera vista podría verse como una historia de amor que presenta múltiples dificultades dadas las circunstancias; sin embargo, a medida que avanza la historia parece que va cobrando facilidad, sin llegar a saber realmente cual es el trasfondo que se nos quiere mostrar, pues si la intención es contar como un adolescente con discapacidad visual se enamora, lo consigue y, realmente, se enamora como cualquiera de nosotros. Una excusa para introducir una historia homosexual sin más, que recuerda en ciertos casos a Los amores imaginarios de Xavier Dolan o a aquellas maravillas de la Nouvelle Vague en las que el juego de tres es el principal aliciente para el argumento, como Jules et Jim de Truffaut o Banda aparte de Godard.
Gran acierto es la fotografía en tonos claros que colorea los planos generales abiertos que permiten ver las diferentes reacciones de cada uno de los protagonistas. A su vez la dualidad en la elección musical llega a expresar más que cualquier diálogo, introduciendo temas de la banda Belle & Sebastian que aportan frescura y novedad en la vida del protagonista, el cual solamente disfruta con la música clásica. Un simbolismo logrado con creces.
A primera vista es una historia universal, con aspectos comunes de la sociedad adolescente de hoy en día en el que no existe relevancia ni enfoque concretos referidos a los problemas que se plantean, solamente la vivencia y certeza de que el amor verdadero es tan solo el primero.