Partamos del argumento base: ‹muay thai›, prisión tailandesa y la lucha de un hombre solo por sobrevivir en ella. De buenas a primeras podría parecer que estamos ante, o bien un film protagonizado por Scott Atkins, un telefilm melodramático de mediodía apto para la siesta o bien una curiosa y bizarra mezcla de las dos opciones anteriores. La realidad es que el film de Jean-Stéphane Sauvaire bien podría acercarse a ello y, de hecho, se mueve en el fino alambre de esas producciones “basadas en hechos reales” tan propensas a la exageración y a una cierta pornografía de lo sentimental en la narración.
Algo hay de todo ello en A Prayer Before Dawn. El tremendismo como forma de epatar está presente en todo el metraje pero, sin embargo, mediante el aparato formal dispuesto, queda no solo absolutamente justificado sino que se antoja necesario para comprender el trasfondo argumental, para asumir que no es tremendismo sino una avalancha de situaciones que son tremendas per se y merecen ser retratadas como tales, sin dulcificarlas a pesar del riesgo que supone caer en el exceso, en la hipérbole.
Tanto lo que supone el retrato de la vida carcelaria como lo estrictamente relativo a las artes marciales se muestran de la misma manera, haciéndonos comprender que no son mundos separados sino un continuo universal reducido al concepto lucha. Por sobrevivir, por respirar, por tener un hueco donde dormir. De hecho, al final, todo lo relativo a los combates pasa a un plano lateral, secundario, solo apuntado como dato biográfico del protagonista. Una estrategia que permite centrar la mirada en la cotidianidad para, posteriormente convertir el ‹muay thai› en gatillo disparador de la (posibilidad de) redención y convertir lo violento en válvula de escape.
Para ello el director opta por centrarse en dos elementos básicos. Por un lado una atmósfera sucia y opresiva, muy centrada en la mugre y en la deshumanización de la vida penitenciaria. Por otro una cámara obsesiva, cercana, que convierte el metraje en una experiencia física casi cercana al documental. Estos elementos permiten abstraer al espectador de la ficción y sumergirlo en una experiencia de realidad donde cada minuto de metraje supone una batalla, una vivencia del dolor y el sufrimiento.
A Prayer Before Dawn es pues un producto híbrido cuya gran virtud es el de ser en todo momento capaz de mantener algo tan difícil como sustentar el tono y su coherencia discursiva y formal. Cierto es que a nivel argumental no sorprende, reproduciendo situaciones, personajes y estructuras archiconocidas. No obstante sí es capaz de empacarlas en una narración sólida, a ratos agobiante, que permite en todo momento mantener el listón de la tensión permanentemente elevada. Una película que sabe cómo sacar petróleo de sus planteamientos programáticos y que preocupa con mimo de no dejarse caer en la rutina cinematográfica ni abandonarse a lo lacrimógeno o al ‹happy end› tradicional. No, no estamos ante un film redondo ni rompedor, pero si con algo tan sorprendentemente potente y capaz de dejar imágenes grabadas a fuego en la retina de la audiencia.