Un año de luna de miel puede parecer un período excesivo para un mundo habituado a que el amor sea algo secundario y subyugado a otros intereses como el poder o la riqueza. La joven esposa portuguesa de Lord von Ketten ha sacrificado su hogar en su tierra natal por un hombre al que ahora reclama la guerra con el obispo de Trento. A portuguesa comienza con un viaje a un remoto castillo del norte de Italia en el que su amante esposo la deja sola rodeada de sirvientes, por su seguridad, lejos de la violencia y la sangre a la que ahora debe enfrentarse por un tiempo indeterminado. Hasta que se alcance la paz o se encuentre el final, en un sentido u otro. Todo aquello para lo que von Ketten supone la realización de su destino tradicional como hombre en su contexto histórico es una trampa que lo retiene lejos de aquello por lo que lucha. Por otro lado, la abnegación de la portuguesa por amor —encarnada por la actriz Clara Riedenstein— es también una condena a la nostalgia y a la privación del mismo. Dos perspectivas se abren en el film de Rita Azevedo Gomes sobre la identidad y el sentido de la existencia de los personajes desde la mirada de la mujer que espera a su amado como si de Penélope esperando a su Ulises se tratara.
Sin embargo el relato no es uno sobre la espera, sino sobre lo que ocurre durante ella y cómo afecta y transforma la misma esencia de la protagonista desde la distancia y la incertidumbre de un regreso nunca seguro. El paso del tiempo se observa a través de la evolución del crecimiento de sus hijos y las relaciones con el servicio, los visitantes o los fugaces reencuentros con su esposo. Todo con una aproximación cercana a lo naturalista de la captura del entorno y sus personajes deambulando por las habitaciones o pasando el tiempo al aire libre —nadando, cantando, leyendo—, creando estampas costumbristas de gran poder evocador y sensorial a través de los sonidos, la luz, el tacto con las plantas o las piedras sobre las que se sostiene esa fortaleza en la que habitan. Una fortaleza que parece construida sobre la muerte de interminables conflictos pasados y no para conservar la vida que ha prevalecido a pesar de ellos. Pero también se percibe un tratamiento teatral de los diálogos, desarrollados a partir de secuencias largas, declamaciones elaboradas y precisas que expresan desde lo textual los anhelos y los sentimientos, pero que también esconden sus reproches, pesares y temores.
El tratamiento de estas secuencias en exteriores con cámara fija y planos generales resulta de una brillantez escénica sublime, componiendo planos de estética pictórica en los que la profundidad de campo juega un papel crucial en la descripción temporal y espacial. Según quien tenga la palabra o la importancia de su discurso se ocupa un lugar más prominente y cercano o central en una coreografía actoral precisa, dejando estáticos otros elementos y personajes como referencia que observan las conversaciones desde los márgenes, desde posiciones que ocupan en el momento y desde su posición social. La acción así del simple movimiento, de su expresión física, se vuelve parte inherente a la psicología de las interpretaciones sin necesidad de gestos especialmente significativos.
Un año de luna de miel es demasiado, pero once de guerra son insuficientes para satisfacer las ansias de grandeza, de perdurar en la historia. A la portuguesa la tratan de hereje y probablemente lo sea. Porque en su relación con un lobezno que crece y se convierte en un animal de gran fuerza e instintos está la clave para entender una personalidad reprimida por las circunstancias que no se conforma, que no acepta su destino, que encierra el poder para llevar a cabo cualquier empresa si no estuviera a merced de otros a través de las cadenas y grilletes del amor que ha elegido.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.