Ir a ver una película brasileña que mezcla el cine experimental con el fantástico y el thriller pudiera parecer que no es una alternativa muy atractiva de cara a pasar un viernes tarde en una ciudad extraña para un servidor. Sin embargo creo que puedo afirmar sin temor a equivocarme que A misteriosa morte de Pérola aflora como una de las más agradables sorpresas del Festival D’A de Barcelona. Es cierto que nos encontramos ante una propuesta no apta para todos los paladares, puesto que opta por ese surrealismo de fábrica adornado con una serie de secuencias ciertamente inquietantes y perturbadoras que para nada tienen que envidiar al cine más grotesco desde el punto de vista psicológico cincelado por David Lynch, así como esa apuesta por la sensualidad en el sentido más estricto del término, es decir, dejando que sean los sonidos ambientales, la respiración enfermiza de los protagonistas, las sudoraciones o los sonidos estridentes los recursos narrativos que imperan sobre los escasos casi nulos diálogos que ostenta el film brasileño.
A misteriosa morte de Pérola parte de una premisa muy trillada en el cine social contemporáneo. Así, la cinta, que se divide en dos episodios conectados entre sí a través de la muerte de la solitaria protagonista del film, arranca como una especie de estudio de la esquizofrenia y la paranoia ligada a esas situaciones de aislamiento social así como a la soledad que azota a los moradores de esas deshumanizadas urbes occidentales en los últimos años. En este primer episodio observaremos cómo una mujer que vive sola en un apartado y luminoso bloque de apartamentos, sube unas escaleras a duras penas sin mayor obstáculo que su propio hastío vital. A pesar de arribar al hogar, la joven no parece sentirse cómoda, recorriendo sin sentido las habitaciones de la residencia o abriendo los ventanales para tratar de iluminar la oscuridad que parece embaucar su alma. El silencio escalofriante que aflora entre las opresoras cuatro paredes del hogar se verá interrumpido únicamente por la aparición de una especie de espectro que mira con ojos desafiantes a la moradora del apartamento, así como con las estridentes ensoñaciones que parecen explotar en la imaginación de la protagonista.
En el segundo episodio observaremos la llegada de un hombre (interpretado por el propio director, guionista y director de fotografía del film Guto Parente) que parece relacionado sentimentalmente con la heroína del primer capítulo (mujer que fallecerá repentinamente al término del primer vector del film de una tremenda herida en el cráneo adivinamos consecuencia de un posible suicidio no mostrado en pantalla). Este extraño personaje recorrerá igualmente los receptáculos de la habitación cayendo igualmente presa de la esquizofrenia y la paranoia que parece empapar el ambiente de la vivienda. En este sentido las máscaras que dibujan la locura, la total ausencia de límites temporales y el inquietante mundo de los sueños pintarán un cuadro inquietante que en ciertos tramos logrará incomodar sin duda al espectador mediante el empleo de toda una galería de imágenes subliminales, técnicas de hipnosis e instrumentos más propios del psicoanálisis.
Si bien el envite planteado por Parente podría haber quedado en el más absoluto de los ridículos, la cinta logra atrapar la atención del espectador gracias a una puesta en escena de tono onírico/enfermizo muy influenciado por un cosmos pictórico ciertamente enriquecedor (con claras reminiscencias a cuadros impresionistas así como al dibujo de Salvador Dalí). Los encuadres que ostenta la cinta son precisos y austeros, haciendo gala de un llamativo forraje visual salpicado con impactantes angulares pesadillescos en las secuencias más grotescas y surrealistas, donde los juegos de luces y sombras harán las delicias de los fanáticos del cine más achacoso desde una perspectiva psicológica.
Sujeta a todo tipo de interpretaciones, todas ellas seguramente válidas, A misteriosa morte de Pérola es por tanto una de esas películas que disfrutarán con sumo gusto los amantes de ese cine raro y extraño que hace descansar su espina dorsal sobre una propuesta visual arriesgada y metafórica. Es decir, una cinta que recorre el complejo camino de hacer leer entre líneas a una audiencia que requerirá sin duda un total compromiso de evasión de las líneas más clásicas de la narrativa cinematográfica.
Todo modo de amor al cine.