Si el cine de género coreano ha experimentado cierto declive estos últimos años, no ha sido ni mucho menos por la devaluación de esa virtud casi funambulista constituida en unas ‹set pieces› que, en ocasiones, incluso redimían determinadas propuestas de la auténtica nada que hubiesen supuesto sin ellas, sino más bien por una repetición casi extenuante de tropos que han restado no sólo atrevimiento, también capacidad de sorpresa a un cine alejado de su mejor versión: así, y si bien uno sigue volviendo al thriller coreano en busca de ese abrumador e inverosímil cóctel que proveen algunas de sus secuencias de acción, se ha perdido una frescura que casi definía el producto. Resulta evidente, sólo echando un vistazo a su sinopsis, que con el debut en la dirección del actor Jung Woo-sung (precisamente co-protagonista de Hunt. Caza al espía, ópera prima de otro intérprete como Lee Jung-jae) no nos alejamos ni mucho menos de esos lugares comunes que han sido causa del mencionado agotamiento, pues al fin y al cabo una historia de redención del ex-miembro de una organización criminal que quiere recuperar su familia y alejarse de las antiguas actividades desempeñadas, no es ni mucho menos un dechado de originalidad.
No obstante, y lejos de elementos estilísticos y formales, hay en la escritura de esta A Man of Reason ciertas particularidades que fortalecen la ejecución de un ejercicio de algún modo inesperado: y es que, ante todo, en ella queda condensado un tono que si bien no rehúye algunos de los elementos esenciales del género, en todo momento es capaz de glosar a través de la mirada de su protagonista ciertas características que parecen subvertir el prototipo de (anti)héroe tan común en este tipo de propuestas, afianzando incluso una veta humorística tan instintiva como oportuna que sin duda ofrece un pertinente reflejo de las constantes en las que se mueve dicho personaje. Así, en su perseverancia y disposición inamovible, Woo-sung sabe captar la esencia de un individuo dispuesto a todo con el mero objetivo de abandonar su pasado, menos a volver a emplear las herramientas y mecanismos que forjaron su carácter a manos del universo criminal habitado. Y es en ese gesto tan nimio como al fin y al cabo definitorio, donde reside el particular triunfo de un film sin miedo a, como su propio protagonista, expresarse libremente, huyendo de lo prescrito, conocido y, al fin y al cabo, funcional.
Pero lejos de la condición de ese personaje, A Man of Reason manifiesta a la perfección su actitud en un aparato formal donde no parece haber lugar para volver la mirada atrás, un hecho reforzado especialmente por ese ‹travelling› lateral desde el que sigue a su protagonista en una de las últimas secuencias mientras este sigue su camino, ignorando la incesante persecución a la que será sometido por diversos personajes, pero en especial por esa pareja que refuerza el, por momentos, extravagante carácter que atesora el film. Jung Woo-sung consigue, pues, mediante estos elementos y una mirada tan desencantada como imperturbable, firmar uno de esos ejercicios únicos en su especie: una ‹rara avis› a la que no le tiembla el pulso para, asiéndose a ellas, desafiar las convenciones sin necesidad de llegar a un punto de ruptura, simplemente jugueteando con la esencia de un género que sin lugar a dudas requiere propuestas como la que nos ocupa, tanto por su propensión a un entretenimiento que no teme manejar esos tropos a su antojo, como por la personalidad de una escritura que sabe dejar momentos memorables, pero ante todo certificar la identidad de un personaje cuya redención termina deslizándose más allá de un pastoso y previsible tedio, de la mera comparsa, para articularse con una inapelable voz propia.
Larga vida a la nueva carne.