Un hombre cuya integridad es dañada por el poder. Su delito, residir junto a su familia en unas tierras demasiado apetecibles para una compañía. Resulta especialmente acertado el título internacional con la que Lerd está circulando en los festivales (ganadora de Un certain regard en Cannes), como hace estos días por Gijón. Y es que esta cinta iraní dirigida por Mohammad Rasoulof tiene en la integridad su principal baluarte temático, en esta lucha del hombre con la corrupción revestido de un componente bucólico, de grisáceo y lóbrego toque, como es la orografía de la propia Irán.; en este caso no sólo se reducirá a la propia localización de la trama, casi oficiando de encuadre poético y afligido, sino que gracias el desarrollo de su propio personaje nos permitirá conocer los preocupantes mecanismos a nivel burocrático de la propia nación. En este eterno compromiso del cine iraní arraigado en bastantes ocasiones en la sutil denuncia, A Man Of Integrity se lucirá como un buen telón de fondo para dinamitar a un personaje principal como Reza, prototipo de hombre servicial hacia su trabajo y esclavo profeso a su cotidianidad, que verá como los engranajes de su existencia se verán acechados por el poder y la supremacía de una clase bastante más alta que la de su (autoimpuesta) idiosincrasia.
Varias son las cosas que funcionan en la película, desde la intimista interpretación de su protagonista (Reza Akhlaghirad), perfecto como ese hombre superviviente al constante varapalo recibido de las altas esferas, hasta el ritmo sosegado impreso en la narración, que se fusionará con ciertas secuencias con tendencia a la conmoción emotiva, acertadas en su contexto. Pero bajo su estirpe de humano retrato sobre la víctima de la corrupción, y la injusticia que sepulta al hombre corriente, conviene reincidir en las lecturas de fondo que puedan sacarse de la sucesión de escenas que Mohammad Rasoulof esgrime por el metraje; recordemos que el director sería vetado por las autoridades iraníes tras ser arrestado por supuesta propaganda hostil al gobierno del país. Por ello, no sorprende que en su entorno A Man Of Integrity esgrima una Irán que en los estamentos oficiales se ve perversa y adulterada, entendiendo que Rasoulof obvió completamente la sutileza habitual de este tipo de relatos denuncia. Esta coyuntura también puede justificar el aura fatalista que parece rodear la historia en todo momento, bajo una atmósfera gris y hasta por momentos apocalíptica (reincidida en las secuencias anexas a Reza y su granja, epicentro de todo el entramado) que convergen con las más cristalinas luminiscencias de las escenas burocráticas de oficinas y despachos, donde las acciones que allí se suceden parecen hablar por sí solas sin recurrir a la ayuda estética.
Película valiente, y no solo por el hecho de estar rodada casi de manera clandestina en la propia Irán, sino por arroparse de una total falta de estridencias en mostrar una sociedad con siniestras filias a la hostilidad y con un fino enlace por lo corrupto. Empaque opresivo que parece salir del propio ímpetu creativo de Rasoulof en su alegato (su proceso con la justicia iraní aún está abierto), en la historia de la búsqueda de este hombre por la defensa de su integridad, quien parece sentir en todo momento la turbiedad que invade esa cotidianidad anhelada, auspiciada por su piscifactoría, enclave que se convertirá en el protagonista de uno de los momentos más relevantes e inolvidables de la película.