Lav Diaz nos sitúa con A Lullaby to the Sorrowful Mystery en la Filipinas de 1896 y 1897, aquellas islas de final de siglo en las que los españoles mataban filipinos y los filipinos a su vez mataban filipinos. Es así que, por un lado, se nos presenta en un principio como los altos cargos de la colonia española ejecutan —en un plano que derrocha genialidad y en el que el ejecutado queda fuera de campo mientras quedan dentro del encuadre unas armas que parece que van a disparar a una multitud pero que no disparan, dándonos cuenta al momento de que estamos de espaldas a la acción principal, pero es algo que nos termina por dar igual porque a fin de cuentas tanto al sadismo de los que dominan en esta ficción como al espectador que contempla les llama la atención la representación del dolor ajeno que se manifiesta en rostros descompuestos y los llantos de los que lloran al ejecutado, de los que se quedan para seguir aguantando— a José Rizal, líder de la revolución filipina; por el otro lado, y después de una serie de secuencias que nos van situando de una manera enmarañada en el complejo de relaciones que allí se dan, el director de The Day Before the End (2016) nos lleva hasta la espesura del bosque para mostrarnos como, poco tiempo después del fusilamiento de José Rizal, un grupo de filipinos que pertenecen al levantamiento asesinan a Andrés Bonifacio, aquel a quien estaba destinado tomar en esta misma sublevación precisamente el relevo del héroe nacional citado aquí arriba. Y así, dado todo este caos, será que toma protagonismo en la pantalla la figura de Gregoria de Jesús, mujer del recién fallecido y de mucha presencia aunque su cuerpo se esconda, para reunir a otras tres personas, unas fijas y otras que llegan de repente, e intentar con ellas encontrar a su marido. Se hace evidente entonces el verdadero motor de la película, el de una búsqueda que, si bien parte de un «en el fondo sé que me lo han matado», irá adquiriendo un tono más trascendente en función de los personajes-símbolo-mito-Dios sabe qué son ni de donde han salido y de los diálogos que se suceden. Así, mientras The Woman Who Left (2016), la siguiente película de Lav Diaz, está marcada por la pasividad y la espera resignada, es A Lullaby to the Sorrowful Mystery una obra que se caracteriza por la acción y por el continuo movimiento. Los personajes de A Lullaby to the Sorrowful Mystery huyen, buscan, van hacia un lugar concreto para tener que ir a otro después.
Aunando con maestría documentación espesa de la historia filipina y española, humor y dosis de surrealismo que quiebran el discurso del cuerpo, Lav Diaz construye una obra en la que el desesperante camino que no da fruto se cruza, además de con una secta religiosa bastante turbia, con un trío de figuras que pertenecen a otro plano —oponiéndose así al cansancio progresivo de los personajes históricos y muy humanos José Rizal, Andrés Bonifacio, Gregoria de Jesús, etc.— que en su burla, excentricidad y sabiduría aportarán ese halo de misterio que viene para reforzar al ya de por sí potente enigma de la espesura del bosque. Y en esto que se está dando la relación entre la evidencia del cuerpo y enigma como escape del pesar del permanente camino, es que llega Lav Diaz y dilata hasta la extenuación una escena de humor —supongo que extremadamente graciosa para gran parte del público español por eso de que se le parodia— que frena el torrente dramático y su acompañamiento críptico no para servirle de contrapartida —ya que aunque se trate de una parte demasiado estirada no tiene sentido hablar de que se busque crear una contradicción de peso equilibrado para encontrar cierta armonía, de hecho su atractivo es que más allá de la comedia representada lo que se vuelve realmente cómico es lo surreal de su inclusión en ese momento al producir esa sensación de «¿qué cojones?» que tan difícil y arriesgado se vuelve por su enorme posibilidad de carecer de éxito—, sino quizá más bien para evadir la mente tanto de las consecuencias físicas del andar de los personajes como de la propia experiencia corporal y psicológica en la que se encuentra el espectador integrado, lo que se hace más evidente cuando lo que te está presentando Lav Diaz es a un capitán general cieguísimo de opio en sus idas y venidas alucinadas (retratado con una finura que por poco te lleva a ti a tener un blancazo en medio de la sala) por un lado, al típico cura narigón castizo haciendo visibles sus descuidos por el otro. Y así, destilando genialidad en todos los palos que Lav Diaz va tocando a lo largo del metraje, así como cruzando en un baile -que recuerda bastante a los de Béla Tarr, pero en concreto al de Sátántangó (Hungría, 1994) por tres motivos: el encuadre desde la distancia que te hace consciente de tu propio observar; la prolongación y ausencia de cortes; su efecto de distensión- con gracia y sin que quede forzoso el encuentro de la historia de Gregoria de Jesús con el relato -que también abre y cierra el cineasta- de dos hombres que se odian pero que no pueden evitar sentir compasión el uno por el otro en su también incesante caminar, el director de Filipinas hiere con su retrato del pesar y la pena de la búsqueda que no encuentra el objeto, una estampa de muerte, locura y piedad –una piedad que se mantiene en The Woman Who Left en ese compartir el dolor seas amado u odiado- que, puesta en escena junto con un humo que no cesa, adquiere una pureza brutal en el despliegue de los sentimientos humanos en muchas de sus posibilidades. Si Albert Serra en El cant dels ocells (España, 2008) dejó salir medio perdidos a sus Reyes Magos por el lateral izquierdo de la pantalla para dejarlos descansar a ellos pero también a nosotros de su paseo fatigoso, Lav Diaz dejará escapar por la misma dirección a tres mujeres que, resignadas y rendidas en la penitencia, no saben muy bien tampoco a donde ir. Una vez desaparecen solo queda pensar en lo que hay detrás: alguien con la capacidad y el valor de hacer películas como esta, entumeciendo los sentidos y secando los cuerpos desde la representación de la materia. Todo lo demás da igual.
Hola. Un par de apreciaciones sobre los personajes históricos. Primero, José Rizal no fue nunca el líder de la revolución filipina, es más, se opuso radicalmente a esta, pese a que los revolucionarios intentaron atraerlo para la causa. Él era un líder intelectual del nacionalismo filipino, pero su ideario era reformista, no buscaba la independencia de Filipinas de España, sino la aplicación de reformas que recuperaran la representación en las Cortes de Filipinas y un estatus de provincia española, no colonia. De este modo, Rizal fundó la Liga Filipina (reformista), mientras que el Katipunan (de carácter radical e influencia masónica) fue el grupo que inició la revolución. Sí es verdad que estos, tras la muerte de Rizal lo convirtieron en un mártir/héroe nacional para la revolución.
Segundo, por tanto, Bonifacio no fue heredero de Rizal. Bonifacio fue el líder insurrecto al principio del levantamiento. Sin embargo, tras la Convención de Tejeros, los revolucionarios designaron a Aguinaldo como presidente de la futura república de Filipinas. De los agravios sufridos en esta reunión vendrán su, primero, la huida de los hermanos Bonifacio y proclamación de una junta revolucionaria independiente y, segundo, la captura y condena a muerte de estos.
No he podido ver la película, y no es por falta de ganas, así que no sé cómo refleja esto Diaz, sin embargo, la principal responsabilidad de las ejecuciones de los Bonifacio se atribuyen al presidente y líder de la revolución Emilio Aguinaldo. Pese a que la historiografía oficialmente señala que Aguinaldo intentó por todos los medios posibles indultarlos, al final cedió ante las presiones de sus hombres de confianza, aunque las ejecuciones fueran realizadas en circunstancias algo extrañas.
Sobre lo estrictamente cinematográfico, muy interesante tu reseña. A falta de poder verla buenas son las lecturas sobre ella.
Un saludo.
Tienes razón desconocido interesado en la historia filipino-española, anduve mirando por ahí y dicen más o menos eso que tú me cuentas. Esa muletilla que apoya el nombre propio la rescaté del catálogo de Filmadrid, ya que siempre se vuelve necesaria una aclaración que dilate el nombre en bruto, pero me encontré con que Lav Diaz no aclara mucho a quién está representando. Es más, es el propio director el que aclaró delante de todos que, como persona medianamente sensata, sospecha de la Historia y entonces habla de historia. Es decir, que dio a entender que por muchos libros de todos los bandos y demás que se leyera, es imposible llegar a una Verdad que se identifique directamente con los hechos que se sucedían por aquel entonces. En el mismo momento que un acontecimiento como la muerte de José Rizal sucede, ya se está interpretando en esas milésimas de segundo que tardan los nervios ópticos, auditivos y demás movidas de nuestro cuerpo tardan en llevar esa información al cerebro para que este las oiga, las vea e interprete todos estos datos de los sentidos. En resumen, que sí que es un error que ya veré a ver si me borran, pero que por el otro lado el propio Lav Diaz dice que es imposible llegar a afirmaciones sobre la historia de Filipinas, por mucho que se lea y se entreviste, aunque uno se pueda acercar. Que la historia siempre son cuatro huesos de tiempos pasados que se nos dan en el presente y de ellos nos inventamos el esqueleto entero para llenar esos huecos que nos dan miedo.
Un saludo. Y gracias por la corrección.