En A House in Jerusalem, el cineasta palestino Muayad Alayan vuelve a acometer un análisis incisivo sobre la conflictiva convivencia en la ciudad santa —muy particularmente en una casa allí situada—, como metáfora de las terribles consecuencias del conflicto árabe-israelí y la expulsión del pueblo palestino. En esta ocasión, recurre a las estratagemas propias del cine fantástico, sobre una puesta en escena sólida y preocupada por los detalles simbólicos, para contarnos una historia de pérdida, recuperación y memoria que se va conformando en la narración de forma paralela entre los dos bandos en guerra perpetua.
Comienza con una chiquilla sola y ensangrentada en la carretera. Es Rebecca (Milley Locke), que después de la trágica pérdida de su madre en Inglaterra vuelve con su padre (el actor británico Jonnhy Harris) a una casa proporcionada por la familia en Jerusalén para tratar de superar el traumático quebranto. El desconsuelo inunda la atmósfera de esta familia rota, en el nuevo colegio impuesto, en la soledad cotidiana, en el dolor profundo, que Rebecca trata de conjurar observando frecuentemente en el teléfono móvil un video de su madre cantándole una canción tradicional. Y en ese preciso instante aparece un cuervo. Y la niña descubre una trampilla hacia el subsuelo en el jardín de su casa, que su padre censura de inmediato.
Este hallazgo se convierte en un túnel espacio-temporal que conecta el presente de Rebecca con otra tragedia pasada, otra vida quebrada, otra niña, palestina, Rasha (Sheherazade Makhoul Farrell), que sigue esperando el regreso de sus padres, desde aquel día, cuando «los hombres con las armas» se los llevaron. Primero encuentra una muñeca vieja, sucia y desgastada, que apela a los juegos infantiles fatalmente truncados. Y finamente a una compañera de búsqueda, corpórea pero fantasmal, una presencia, un espíritu, que solo Rebecca puede ver, y que la ayudará a comprender muchas cosas. De esta manera, el relato de Alayan, compuesto una vez más junto al guionista Rami Alayan, vuelve a incidir sobre la realidad socio-política de su comunidad para incorporar una vuelta de tuerca argumental —recordemos que ya ensayó una inquietante y esclarecedora historia de infidelidad entre las etnias enfrentadas en la magnífica Los informes de Sarah y Saleem—, que dosifica los enigmas concurrentes de manera más que efectiva, hasta llegar a las mismas entrañas de aquella familia destruida y del conflicto eternizado. En el camino, seremos testigos de investigaciones policiales y secuestros ilegales que aluden directamente a las peores prácticas del Estado de Israel y ponen de manifiesto el nivel de tensión cotidiano que atenaza al pueblo palestino en los territorios ocupados.
En definitiva, Alayan vuelve a componer una película híbrida, eminentemente política en su fondo, sobre una dimensión intimista del dolor humano, que se apoya con originalidad en los mimbres del suspense fantástico, para contarnos una historia de dimensión universal.
«El Cine es más hermoso que la vida.»
Excelente análisis, María, como siempre. Tomo nota sobre la recomendación. Gracias.
Muchas gracias, Isa La peli está muy bien como cuento, Una mirada desde el fantástico al conflicto interminable,