A Far Shore (Masaaki Kudô)

Aoi es una madre de 17 años que trabaja en un club nocturno mientras hace todo lo necesario para cuidar de su hijo de 2 años; convive también con su pareja, Masaya, un tipo que elude responsabilidades y con cuya naturaleza violenta se topa la protagonista de tanto en tanto. Masaaki Kudô reproduce un panorama poco menos que desolador en apenas unos minutos pero que, por contra, sus personajes desafían disponiendo una suerte de optimismo que se vislumbra en algunas de sus escenas más crudas, como esa detención a la que se verá sometida Aoi tras huir de la policía por el desempeño de un trabajo a todas luces ilegal o, aún más clarividente, tras la visita de su compañera y amiga Mio, que la encontrará tendida en el suelo de su casa después de una paliza propinada por Masaya. Momentos que bien podrían contener la dureza de un contexto para nada favorable, menos teniendo a cargo a su hijo, pero sin embargo son percibidos a través de los ojos de Aoi y Mio con un prisma muy distinto, buscando (y encontrando) siempre una percepción que huye de tremendismos y suaviza, de algún modo, un periplo para nada fácil que se verá truncado cuando las autoridades endurezcan las medidas en esa serie de clubes nocturnos donde ambas trabajan, impidiendo que la protagonista pueda continuar con el desempeño de una actividad que es la que, al fin y al cabo, le permite cubrir las necesidades para poder cuidar a su hijo. Algo que no está por la labor de hacer su compañero afectivo, Masaya, que lejos de arrojar ambigüedad, rechaza de forma frontal todo aquello que tenga que ver con trabajar o asumir un deber compartido, que carga continuamente sobre las espaldas de Aoi, rehuyendo cualquier tipo de compromiso.

Masaaki Kudô realiza un retrato que, aunque posee componentes, no establece vínculo alguno con su dimensión social, que irá dejando pinceladas aquí y allí, y evita del mismo modo entroncar con una raigambre genérica fácilmente reconocible en algunos de sus pasajes, pero que el cineasta nipón opta por no desarrollar, priorizando ante todo una pulsión dramática que será la que lleve el peso de la historia. No obstante, no hay que obviar que puede que en determinados instantes e incluso un par de secuencias muy concretas, se entable una perspectiva más psicológica que gira alrededor de esa alienación en la que se sumergirá, en parte, la protagonista, y que habla sobre una sociedad devoradora cuyas herramientas no son sólo eficientes, sino además proveen el germen de una indefensión que aniquila cualquier sentimiento asociado a lo vivido —tal y como le sucederá a Aoi llegados a cierto punto—.

A Far Shore entabla de esta manera un diálogo mucho más sugerente de lo que proponían sus primeros compases, demasiado acentuado por un relato desde el que descubrir las distintas capas que irá proveyendo la crónica de Aoi, pero sin otorgar estímulos que más adelante sí se verán reflejados tanto en su aparato formal, con esas tomas desde las que el japonés imbrica pasajes más tenues pero que al mismo tiempo dotan de un trazo ciertamente evocador a sus imágenes, como en la representación de un estado que prácticamente anulará la humanidad del personaje central.

El film de Kudô adquiere así una dimensión donde, sin necesidad de que emerjan incentivos que hubieran dotado al conjunto de una naturaleza muy distinta, se conforma como una obra más honda en sus propósitos —si bien posee alguna imperfección como ese empleo un tanto errático de su banda sonora—, pues halla la capacidad de otorgar una esencia propia al relato sin acudir a otros registros, complementando con algunas estampas de lo más sugestivas un tan extraño como escurridizo sino.

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