La propuesta de Ignacio Vilar es ambiciosa desde sus raíces. Sin ir más lejos, estamos ante la primera adaptación a la gran pantalla de la novela homónima de Eduardo Blanco Amor, trabajo llamado a convertirse en una de las piezas clave de la literatura gallega y que fue escrita durante el período de exilio en Argentina de su autor. Por lo que respecta a dicha novela, se trata de una obra publicada en el año 1959 en Argentina, cuatro años después de la aparición en México de Pedro Páramo y tres antes de la publicación del clásico de la literatura catalana La Plaça del diamant; año contemporáneo, además, al rodaje de la película que se convertiría en esta joya del cine español llamada Viridiana. Es importante tener en cuenta este contexto para entender la obra de Blanco Amor, así como recordar el coqueteo que en aquel entonces se daba entre las artes sudamericanas y las españolas (a propósito de este hecho, recordemos que la película de Buñuel fue rodada tan pronto como el director regresó de México tras años de exilio). Pues no son pocos los rasgos que los trabajos citados comparten.
La obra de Blanco Amor comparte con las de Juan Rulfo, Mercè Rodoreda y Luis Buñuel (esta última en el terreno cinematográfico) la voluntad de desentrañar el aspecto más oscuro de una sociedad en plena época de represión y pérdida de libertades. Como una suerte de radiografía en formato de autocrítica, que antes que definir verdades absolutas nos invita a la reflexión… a pesar de su firme pulso a la hora de retratar el aspecto más crudo de la humanidad. En pocas palabras, los autores citados dibujan un ambiente de represión en donde la víctima tampoco está exenta de pecados; hecho del que nace una especie de interrogante respecto al orden de las cosas: ¿Es la represión la responsable de las acciones despiadadas de esta sociedad reprimida? ¿O es el carácter despiadado de la sociedad el que conduce al nacimiento de una autoridad represiva? Este acertijo no resuelto, que sigue el manido formato de “el huevo o la gallina”, queda perfectamente plasmado en los casos anteriores… pero en el trabajo de Ignacio Vilar parece algo confuso; motivo por el cuál la película no logra la excelencia de las obras citadas.
La imagen con la que arranca A Esmorga es en toda regla una declaración de intenciones. Su contenido y la estética de la que hace gala nos ayudan a hacernos una idea del tipo de discurso que plantea Ignacio Vilar. Sin excedernos en la información, digamos que de esta imagen se desprende que estamos ante un drama social cuya fijación por la estética buscará la armonía con el realismo más crudo. Es decir, un filme a caballo entre el manierismo y la transparencia, como pudiera pasar con la notable Pa Negre (película de un discurso muy parecido al de la que nos ocupa: esta autocrítica que conduce al acertijo mencionado) o la mucho más convencional La voz dormida (de hecho, las dos películas comparten contexto con la que nos ocupa). En el caso del trabajo de Vilar, el director gallego consigue un ritmo atractivo y una ambientación convincente; pero sus esfuerzos para camuflar el carácter estereotipado de sus personajes resultan demasiado evidentes. Como si la intención tuviera más presencia que el resultado… vamos, aquel defecto que para bien o para mal marca la diferencia entre una película conseguida y una película pretenciosa.
Volviendo a los parecidos entre ambas películas, cabe decir que no son pocos los rasgos que A Esmorga comparte con Pa negre. El menos evidente (y tal vez el que más gusta a un servidor) es el hecho de presentar un enemigo casi invisible: en todo momento sentimos la presencia de la autoridad y en más de una ocasión los personajes principales se esconden de las garras de la guardia civil (incluso llegamos a oír sus voces), pero se trata de una amenaza que nunca veremos materializarse (como mucho se nos permite conservar a alguien que, según ciertas voces, es partidario del régimen). Como si los perseguidores fueran la exteriorización de los rincones más oscuros de nuestras almas; en cuyo caso el acertijo quedaría resuelto: nosotros creamos nuestra propia represión. Pero entonces topamos con el segundo parecido entre los trabajos de Villaronga y Vilar: la homosexualidad clausurada. Se nos habla de la persecución de una orientación sexual, persecución que podría ser la causa de la degradación de los tres personajes… con lo que recuperamos el dilema de “el huevo o la gallina”.
Esto último es probablemente la mayor virtud de la película: conservar la voluntad de la obra original, a saber, plantear injusticias cuyo responsable no tiene nombre ni apellidos. Por eso es una pena que los diálogos resulten demasiado esquematizados y que en ciertos momentos el discurso caiga en la monotonía. Pues son estos detalles los que hacen que algunas secuencias de por sí sugerentes (como el caso del clímax final, situado en un vertedero que actúa como reflejo del carácter salvaje y degradado de los personajes) rocen la ridiculez y resten credibilidad a los acontecimientos. Por eso la ambición del director no se corresponde al resultado: sus pretensiones se hacen demasiado evidentes y el carácter de espejo social que poseía la obra original queda prácticamente diluido. Como si todo el contexto que rodeaba la novela (junto a sus compañeras de viaje anteriormente citadas) hubiese desaparecido por completo, restando únicamente la sombra de un movimiento que se pretende plasmar mediante el uso de una estética que roza lo prefabricado.