A Different Man (Aaron Schimberg)

Ser otro es siempre mejor opción, pero recuerda: tus imperfecciones afloran de nuevo. El mensaje está ahí, pero lejos de confrontarnos a una de esas novelas de pseudo-ayuda firmadas por el último Paulo Coelho de provincias, a través de la comedia más negra y punzante que se le podía ocurrir a Aaron Schimberg encontramos una película brutal incentivada por fundamentos básicos propios del ‹body horror› e hilados con total confianza para distorsionar la belleza y la perfección.

Puede que otras películas que este mismo año han juzgado el aspecto físico se lleven los aplausos, pero sin duda A Different Man es la que realmente ha sabido succionar la esencia para hablarnos de todas esas capas con las que uno es capaz de justificar la derrota personal. Te ríes y sientes la herida abierta en todo momento, porque el film apela a las inseguridades más tontas con las que cualquiera ve dominada su vida y las retuerce, un poco en exceso, para convulsionar la gracia, la fatídica comedia negra.

La idea es básica pero concienzudamente perfilada. Sebastian Stan formula una fantasía de personaje cuyas variaciones son impactantes y celebrables durante toda la película. Un actor tímido, molesto con su propio aspecto que difiere terriblemente de lo que él considera normal, decide someterse a un tratamiento experimental para que su apariencia sea de guaperas a ojos de la sociedad. Hasta aquí contamos con la parte afín al cine ‹low sci-fi›, como excusa para pervertir un personaje infeliz ajeno a su propia realidad. Aaron Schimberg nos plantea si ante la posibilidad de cambiar nuestro aspecto podríamos ser una persona realmente diferente y, aunque durante unos minutos esto parezca posible, el director nos presenta una vuelta de tuerca aparentemente meta-biográfica del propio personaje cuando debe enfrentarse a la visión de otros sobre sí mismo. Aquí empieza el terror y al mismo tiempo la comedia incómoda, frente al reducido universo de Edward.

Ese universo del personaje se triangula con la (idealizada) chica de al lado y el tipo que sí ha sabido triunfar con un aspecto parecido al suyo, dándonos tiempo a respirar durante la película, a concebir las dudas y las reflexiones sobre el problema interno que siempre será más definitivo que cualquier condición externa. Las inseguridades del hombre que era antes afloran y dan forma al fantasma que realmente nos atormenta vez tras otra: no hay forma de alcanzar la perfección, porque ni siquiera existe. El alter ego involuntario para el propio Edward es Oswald, interpretado con gracia y energía Adam Pearson, donde refleja su aspecto anterior y el estilo de vida que nunca supo alcanzar con el mismo. Así nos sugiere una nueva pesadilla, cuando el protagonista, incapaz de ver un problema en su propio egocentrismo, empieza a delirar y atragantarse con esa ambiciosa necesidad de dominar a la persona, al personaje, al reflejo y a la sociedad, sin ser capaz siquiera de asimilar sus propias incongruencias. Poco a poco se le va de las manos el dibujo de los tres implicados en el triángulo y todo deriva a lo insano y peligroso, deliciosamente jocoso y terriblemente exasperante, en una espiral hacia el infierno propio que horroriza y encumbra todavía más frente la imagen que percibimos de ese hombre diferente.

Vale, Schimberg se pasa el juego con un guion impoluto y desnortado, pero también obra magia con la forma en la que equilibra escenarios, el cuidado repertorio de imágenes e incluso la exposición cromática elegida, haciendo que una película aparentemente indie y minoritaria consiga reinventarse a cada momento pese a presentarnos un conflicto mil veces narrado. Es curiosa la fórmula en la que la distorsión de la identidad se convierte en una mezcla de géneros cinematográficos y emocionales que nos perturban y nos divierten por partes iguales, porque hay que ser muy Oswald para afrontar la fantasía de A Different Man sin sentirte un poco Edward.

El síndrome del impostor ‹in aeternum›.

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