El ocultismo es ese apasionante tema que en el cine queda siempre espectacular visualmente, empleado en favor de una ambientación atmosférica para un fin, pero al mismo tiempo reducido a unos garabatos previos o unas manos entrelazadas sobre la mesita del té para la posterior apocalipsis fantasmal.
Liam Gavin vio un vacío inspiracional en el mundo del esoterismo. Los que crecimos con Buffy Cazavampiros conocemos ese momento en el que los libros antiguos con grabados demoníacos y datos explicatorios sobre su existencia, bondades y puntos flacos eran una parte vital del metraje. El tono teen no se lo quita nadie, pero nos enganchó a la temática sobrenatural. De todos modos, no pasaba de la estructura: demonio – búsqueda informativa – aniquilación (bueno, sí, había mil cosas buenas a las que aferrarse).
Banal la comparativa pero necesaria para convencer en la creencia del interés del fan medio por las formas de las fuerzas de extrarradio. El bien y el mal es más poderoso que lo terrenal y hay un largo recorrido para alcanzarlo. A Dark Song es un interiorizado y extenso viaje hacia una fuerza superior y un fogonazo rápido y sorpresivo como conclución.
Gavin nos invita a vivir una tediosa marcha para llegar a un destino místico. Para ello se vale de una casa aislada del mundo real con un círculo de sal y un guía que conoce todas las pautas a seguir para llegar al espectro deseado. Las pautas son como una preparación de oposiciones: un proceso lento, complejo y repetitivo que por contra nos mantiene atentos bajo toda esa presión del buen hacer. Como alivio introduce cambios radicales de tono según el lugar de la casa donde se encuentren. Si en las habitaciones utilizadas con un fin paranormal el guía es la mano dominante, se permite mostrar rasgos de personalidad de la iniciada en el resto de estancias. Del mismo modo, tras una intensa experiencia se corta de un modo seco trasladándonos a un momento distendido y alejado del tema inicial.
Su juego se transforma en una perdición temporal, sin día, noche o factores externos que puedan indicar su verdadera situación, nuestro lineal modo de comprender los hechos se evapora en su relato, mientras se refuerzan temas como la veracidad, la confianza ciega y las motivaciones que consiguen llevar a alguien a este punto, pero utilizando dos personajes volubles y desconfiados, contrarios que deben buscar un mismo fin. Se agradece que en ningún momento traten de llevarnos a un punto anterior de este proceso, aunque era fácil caer en la tentación, del mismo modo que desaparece la necesidad de empatizar con estos protagonistas.
Si el director se hubiese centrado únicamente en el procedimiento sin caer en la experimentación con el más allá (algo que aparece de un modo cortante, como casi todo en la película), A Dark Song sería una de esas rarezas transitoriales con un enfoque casi único. Pero no se queda ahí, una decisión totalmente aceptable si uno quiere experimentar con sus límites o ausencia de ellos, y aunque a muchos les espanta el final creo que Liam Gavin se salta toda expectativa y consigue cogernos por sorpresa con un último hachazo totalmente alarmante. Utiliza un golpe de efecto para llevarnos a una redención tipo, y en cierto modo se le podría perdonar esa resolución tan convencional en este giro sin retorno por lo llamativo de la señal que utiliza.
A Dark Song es un acercamiento templado a ese universo de panfletarios y mediums de los que nunca queda clara su veracidad. Su temple no es negativo, es necesario para un avance prolijo muy bien ambientado (no es la explicación lo que destaca, es la evolución visual) y condicionado por el pulso entre dos mentes escépticas dedicadas precisamente a un acto de fe ciega. El atrevimiento se evapora, pero el camino queda irradiado por una luz extrema que con el paso de los días me sigue provocando, siendo el «error» lo que conseguirá mantener en nuestra mente su existencia por encima de los abusivos productos fabricados en serie que abundan últimamente en esta escisión del cine de género.