Alexander Payne ha decidido hacer de lo pequeño una gran aventura. Puede que en su última película lo haya materializado de un modo muy gráfico, al proponer con Una vida a lo grande (Downsizing, 2017) una nueva perspectiva de vida encogiendo a sus protagonistas (evitando eso de emular a Cariño, he encogido a los niños, claro).
Pero Payne lleva haciendo esto desde sus inicios, coger un hecho prácticamente simbólico y convertirlo en algo impactante, revolucionario. En Election con unas elecciones de instituto, en Los descendientes un coma irreversible, en Nebraska un boleto de lotería; siempre hay un buen motivo para hablar de la implicación de las cosas más irrelevantes en la sociedad.
Y sí, en su primera película ya demostró sus intenciones. Citizen Ruth convierte en comedia un tema que, pasados ya más de veinte años, nos hace darnos golpetazos contra la pared al ver lo poco que cambia todo. Pero aún así nos divertimos. No tenemos solución.
La idea es simple, una jovencísima Laura Dern, de nombre Ruth y de profesión “yonki”-desastre pasa de ser el insignificante despojo humano al centro de todo tipo de atenciones por algo que no le libra de ser despojo, porque el interés está en su interior. Vuelve a estar embarazada.
Y un embarazo es una molestia para el estado cuando una persona tan predecible trae otra vida a este mundo, cuando no sabe siquiera cuidarse a sí misma. A pasos agigantados, al futuro “bombo” de Ruth se le añaden platillos, trompetas y cantaores flamencos, porque ese embarazo para persona poco recomendable se convierte en vox populi y todo el mundo tiene una opinión al respecto.
Payne se asegura de convertir uno de los temas que más opiniones públicas genera en un circo, al conseguir que todos los personajes sigan una férrea convicción a través de la caricatura. Poco a poco nos confirma que los extremos se tocan, y las metodologías pueden ser muy parejas aunque el fin sea completamente distinto. Ante un embarazo no deseado, las voces que gritan son los militantes pro-vida y los pro-abortistas, viendo todos ellos a Ruth como un ejemplo a seguir.
Ante tan importante decisión, ser madre o no, el director no hace más que revolcarnos por el fango con Ruth, una y otra vez nos topamos con su falta de voluntad, y con la intención de adaptarse a quien le ofrece a su apoyo, tanto vestida de muñeca bien de los ochenta o como activista que muestra su reivindicación a través de camisetas de Frida Kahlo. El caso es fundirse con la multitud. Aunque constantemente vemos a Ruth como una pelota que va cambiando de mano, las embestidas no son suficientemente fuertes como para doblegarla. Ruth quiere algo inmediato, dinero y droga, y que hayan convertido su vida en una continua «intervención» no va a cambiar su anárquica condición —algo que nos recuerda cada vez que centra a Ruth en la pantalla rodeada de una muchedumbre ¿bien?intencionada a la espera de ver hacia donde da el segundo paso—.
Citizen Ruth es sin duda una divertida y ácida exposición de la inexistencia de la casualidad. Alexander Payne no pudo ser más agudo en su primer largometraje, donde las convicciones son poco más que un mercadeo y donde lo justo no es lo que uno decide, es lo que los demás creen que es lo mejor. Para ello se acompaña de todo tipo de simbolismos en cada esquina, además de una Laura Dern desatada y entrañable dentro de su fatalidad, porque desde sus inicios, este director tenía claro que los perdedores son los que siempre enamoran al público.
Un imprescindible para comprender el humor de Alexander Payne. Y la importancia de elegir entre la vida, la libertad de elección… y el dinero.