La directora austriaca Ruth Mader encuentra en la recreación de un futuro inminente los visos decadentes hacia el propio existencialismo. Con su segundo largometraje, Life Guidance, nos encontramos ante una distopía en la que las clases altas consiguen la perfección de su día a día con trabajos perfectos, vidas familiares envidiables y una felicidad anexa a un estilo de vida diametral. Así al menos discurre la cotidianidad de Alexander, el protagonista de la función, prototipo de individuo inexorable de esta forma de vida inminente cuya actividad diaria hacia el sistema empieza a desmoronarse ante una preocupación exacerbada en torno a algunos parámetros de su trabajo, lo que le ocasionará una rotura en el equilibrio entre lo profesional y lo familiar, con el consiguiente tambaleo de su categoría de perfección en esta sociedad milimetrada. Ahí entra en juego el ‹Life Guidance›, un organismo/mecanismo del Gobierno para guiar hacia la excelencia perdida a algunos de sus individuos, siervos leales hacia este existencialismo.
Con un enclave de perfecta simetría en sus localizaciones (arquitectura calculada, pretendido esplendor en la implementación del plano y el encuadre…), Ruth Mader escribe en forma de thriller un relato triste y decadente, centrándose en la pérdida de identidad y la consecuente crisis existencial de su protagonista. El enfoque de la realizadora es loable por su habilidad para mostrar una falsa alegoría de la perfección, en un mundo que a vista del espectador se asume perfecto pero bajo una estética gris, opresora y de inspiración decadente. Así, con el falso entusiasmo de una sociedad perfecta se asimila también a la ‹Life Guidance›, una organización que se presenta con gratas intenciones hacia el individuo dentro del propio sistema, sirviéndose de una tonalidad agradable y dedicada, algo que sucumbirá cuasi en declive cuando a la hora de encarrilar la historia el mundo ficticio de Mader se vuelva pérfido y la tragedia sobrevuele la lucha de Alexander contra el propio organismo; este, paradigma intocable de cualquier distopía moderna, se embadurna con la falsa pretensión de un mundo feliz en apariencia, pero hediendo en la falta de identidad de sus miembros.
Si la estética, cristalina pero de cruenta armonía visual que defiende la postura fílmica del vacío existencial de todos los personajes que pasean por la pantalla, es todo un acierto, y que además supone un look muy poco dado a prodigarse en las entrañas del indie europeo (el Demonlover de Olivier Assayas viene a la memoria como paralelismo a este respecto), Life Guidance discurrirá por las mecánicas del thriller árido e incómodo, manejando con soltura la tensión en este viaje contra el sistema, desdibujando a medida que la narración avance esa retrato preconcebido del capitalismo perfecto, destruido aquí en la delimitación de una sociedad podrida en esencia y tan solo magnífica en su fachada; su componente crepuscular se expondrá a medida que Alexander (con el intérprete Fritz Karl amoldándose a su rol de manera estoica) vaya reconociendo que el esplendor de sus labores diarias caiga abajo a favor de la oscura visión y asimilación de este futuro cercano repleto de incertidumbre, provocando la eterna disputa entre el individuo y los propios mecanismos articulados del sistema que le ha tocado vivir.
Life Guidance supone un más que loable retrato de una encarnizada distopía, como si la propia directora quisiera realizar una lectura de los venideros destinos de algunas de las sociedades europeas de la actualidad. Su motor es la decadencia, tanto en su sombría puesta en escena como en lo premeditado de las interacciones entre sus personajes, extensible esto hacia su mecánica al pulverizar esa aparente perfección ficticia que sucumbirá en una inesperada crueldad final de los acontecimientos; más concretamente, en una escena inesperada y de trágico calado, momento a partir del cual las pocas concesiones que la película tenía se dejan a un lado para confluir en su dibujo global de un mundo taciturno y degenerado, con incómodas ínfulas de realidad.