Tras los incidentes provocados por el fraude electoral perpetrado por el gobierno que provocó los disturbios que convulsionaron Irán, la industria cinematográfica ha sido ultrajada por la censura de su país, que está lacerando una de las cinematografías más emergentes e interesantes de los últimos tiempos en el panorama internacional. Aunque de vez en cuando, como sucedía en España en sus tiempos más oscuros, hay películas que se saltan dicha censura, como es el caso del director Rafi Pitts con su último trabajo. Pitts, educado en Gran Bretaña, realizó su aprendizaje en el séptimo arte en Francia trabajando a las órdenes de Jean-Luc Godard y Léos Carax, para posteriormente escribir y dirigir varias películas, entre las que destacan Es invierno y un documental para la televisión sobre Abel Ferrara. El cazador, la obra que hoy nos ocupa, es una coproducción de Irán con Alemania, escrita, dirigida e interpretada por el propio Rafi Pitts. Rodada durante los meses previos a las citadas polémicas elecciones, se anticipa a mostrar la sangre que se derramaría tras la votación.
Ali intenta reintegrarse en la sociedad como buenamente puede tras salir de la cárcel. Trabaja como vigilante nocturno porque sus superiores sólo le permiten trabajar en el turno de noche debido a sus antecedentes. Vive con su esposa y su hija de 6 años en la ciudad Teherán. De vez en cuando, se refugia en la soledad y el silencio del bosque para practicar su pasatiempo favorito: la caza. Un día, en pleno fervor popular contra la policía, tras horas de espera en la comisaría, le informan de una noticia luctuosa para sus intereses provocada por un tiroteo entre la policía y los manifestantes. Ali decide llevar a cabo una venganza aleatoria contra las fuerzas del orden con su rifle de caza de largo alcance. Su fuga y persecución tendrán unas implicaciones todavía más dramáticas que los tristes acontecimientos que marcaron su vida.
El cazador mezcla géneros aparentemente opuestos: drama, thriller y crítica social en una película dividida claramente en 2 partes con 2 entornos completamente diferentes: el urbano de Teherán y los apartados bosques cerca del Mar Caspio. Ambas dominadas por un estilo naturalista heredero del cine europeo de los 50 y 60, también habitual en el cine de autor iraní contemporáneo.
En la primera parte la capital de Irán es presentada como una ciudad anónima y fantasmagórica dominada por el hormigón y sus concurridas carreteras y túneles que ayudan a transmitir la deshumanización de la urbe, acentuada con los tonos grisáceos apagados del film, que encajan perfectamente con el estado de ánimo de Ali dominado por el vacío y la soledad. Muchas de las tomas están presentadas de tal modo que el tamaño del protagonista empequeñece respecto a lo mostrado para resaltar el anonimato de un ser ante la gran ciudad.
En el segundo segmento el director iraní propone un cambio de tercio sorprendente en la historia mostrando la desesperada fuga del protagonista en un camino silencioso hasta el final. Para ello recurre a los códigos y modelos narrativos del thriller tradicional de Hollywood de los años 70 (hay una escena de persecución de coches de una tensión notable que tiene lugar a en unas colinas dominadas por la niebla que está rodada con pulso), siempre con el minimalismo por bandera, pero reduciendo ligeramente el aura misterioso de su puesta en escena de la primera parte. Pitts hace alarde de cierto estilo y habilidad para realizar un thriller sombrío con un suspense bien medido durante el desenlace, que se aparta de un drama de venganza al uso, centrándose básicamente en la descripción del vacío de su protagonista. En esta segunda parte incorpora la temática del sufrimiento de un pueblo frente a un Estado policial corrupto y violento que campa a sus anchas con el beneplácito del gobierno.
La película fluye a un ritmo deliberadamente lento, especialmente durante su parte más introspectiva, con el acompañamiento omnipresente de la radio, donde escuchamos en las noticias los discursos de los políticos durante la campaña electoral. La cinta plantea múltiples preguntas, pero Pitts no parece muy interesado en dar respuestas, haciendo gala de una notoria ambigüedad, no explicando en ningún momento los motivos por los que el protagonista había estado en prisión tiempo atrás. El director, como es lógico, no simpatiza con la sangrienta elección de su protagonista, pero se muestra bastante comprensivo con la desesperada situación que le ha tocado sufrir. El propio Pitts interpreta a Ali sin apenas diálogos, e incide en el lenguaje corporal y las expresiones faciales para transmitir sus estados de ánimo, dominados por un hermetismo que le impide reflejar emociones en su rostro, con vestigios claros de un tormento interior muy acentuado. El protagonista está tan ensimismado que es casi inalcanzable para el espectador, aunque durante la segunda parte de la narración muestre ligeros síntomas de humanidad sin decir ni una palabra. Pese a ser una película dominada por los silencios y el sonido ambiente, la música hace acto de presencia en contadas ocasiones, y cuando aparece lo hace con una guitarra eléctrica al estilo de la sugerente y peculiar banda sonora de Dead Man.
El cazador toca temas universales que trascienden las fronteras nacionales: la justicia y la venganza, como sucedía en la también iraní Nader y Simin, con la que comparte también la visión pesimista sobre la burocracia. El director iraní ataca al sistema con cierta habilidad e imaginación para saltarse las despiadadas tijeras de los censores del país islámico. El resultado global es irregular y se antoja menor respecto a otros autores que nos han llegado de su país, pero resulta interesante por la referencia a un contexto político e histórico tan problemático, además de ser una dura y inspirada reflexión sobre el desesperante nuevo rumbo que ha tomado la sociedad iraní en los últimos tiempos. No obstante, si la cinta proviniese de otras latitudes donde no hay problemas con la censura, probablemente, hubiese tenido menor repercusión.