Algunas películas parecen aspirar al culto, a ser de culto. O al menos a tener una audiencia que las reivindique y estudie con el paso de los años. Muchas veces es la dirección, o la estructura y el montaje, que junto al guion esconden un subtexto que invita a realizar varias lecturas de una misma obra. La importancia de llegar a nunca ser indiferente al público, más que de gustar. A olvidarse del éxito presente para recordarse en el futuro, en muchas ocasiones.
Remainder, de Omer Fast, basa su argumento en el del libro del escritor Tom McCarthy (cuyo título original coincide con el del film, y que se conoce como Residuos en su traducción al español), y muestra a un personaje sin memoria que, a medida que la va recuperando, la intenta reconstruir del todo, utilizando para ello el dinero que ha recibido de una indemnización derivada del accidente que le ha dejado sin recuerdos y con otras secuelas físicas deprimentes.
¿Cuál es el camino al culto? ¿Un argumento original y sorprendente, un discurso filosófico incomprensible para la mayoría, salvo para las mentes más preclaras? Tal vez baste con eso, con la originalidad… o la rareza bien desarrollada. Si perturba nuestras mentes, las de los espectadores; si inquieta hasta tras verla, durante días y semanas; si transforma los significantes previos de nuestro inconsciente. En definitiva, si nos llega tanto que nos cambia o al menos nos amplía el horizonte de las pajas mentales.
Desconozco las intenciones de Omer Fast como recreador de la novela en imágenes, ni por qué se contradice con el ritmo de su cinta, tan opuesto al ritmo de su apellido, pero no cabe duda de que Remainder acaba por recordar a otros cultos, aunque en el camino sí intenta crearse uno propio, jugando constantemente con la memoria del espectador, al mismo tiempo que el protagonista (Tom Sturridge) repara en la suya, buscando las similitudes entre lo pasado y el presente.
Quizá le falten mimbres para tal nivel de admiración colectiva, o tal vez se olvide de formular preguntas y de dar respuestas, dejando al espectador sin un futuro para él. Quién sabe. Lo que sí está claro es lo siguiente: la audiencia con pasado (cinéfilo) no será conquistada por el argumento ni por su final, y como mucho apreciará la dirección y la composición y planificación de algunos planos y secuencias, sobre todo dentro de su lento arranque. En cambio, la audiencia que carezca de memoria, o de un trasfondo lleno de otras obras de culto mayores y con algo más de enjundia, puede que sí quede sorprendida tras el visionado.
Y perdón por haberme enroscado con el culto, y por haber dado tantas vueltas sobre el mismo discurso para terminar en el mismo lugar. A veces uno tiene esas manías, repitiéndose una y otra vez sin demasiado sentido o sin ninguna lógica. Pero no todo tiene que tener una explicación lógica, a veces depende del estado de ánimo y otras veces del estado de la mente. Yo en mi caso me conformo con no haber sido aburrido y con que se disfrute del camino. No tengo otra pretensión. Yo más que culto, soy educado.