Olviden toda ley habida y por haber: física, empírica o cinematográfica. Eso debió pensar Coralie Fargeat ante un título (Revenge) tan primario como sencilla es la propuesta que plantea la francesa en su debut. Y es que su primer trabajo tras las cámaras no es otra cosa que la puesta al día de un subgénero tan emblemático como el ‹rape & revenge›. Claro está que aquello de repetir esquemas —o incluso aludir a tonos— pasados no convence a todos, y si bien los más puristas del género podrían aplaudir de nuevo cuantos ejercicios de esa índole pasasen ante ellos, nunca está de más dar un giro —bastante grande— a la perspectiva y dejar al espectador con la mandíbula desencajada.
En ese sentido, las intenciones de Fargeat quedan bien claras desde un primer momento. Estética (y ética) bordean unos límites que podrían llevar cualquier propuesta a coquetear fácilmente con un sentido del ridículo —y, hasta en cierto modo, de una moralidad de la que siempre ha estado exenta el género— que, de hecho, no rehúye la aquí debutante. Da igual si son absurdos detalles (esa manzana) o una búsqueda descarada del artificio a través de lo formal para matizar un estilo que más adelante se acabará abrazando sin contemplación alguna: la cuestión es dejar bien claro desde un primer momento que Revenge no tiene deudas con ninguna etapa pretérita y su único objetivo es llegar a un carácter tan imprudente como divertido.
Asumir esa naturaleza, ese despendole creativo que la cineasta propone a través de un artefacto que no es lo que parece, no es fácil. Menos cuando desde su inicio se dispone un libro de estilo de lo más extravagante que sólo refuerzan ciertas secuencias aisladas —la de ese baile— y algún personaje —los dos invitados prematuros— de lo más particular. En su prólogo, pues, Fargeat se limita a dar las claves de una cinta que se siente muy despreocupada en ese juego, pero no estalla hasta disponer un sentido del absurdo que a partir de entonces será santo y seña de la misma. Y es cuando la inverosimilitud a la que apela Revenge termine por dispararse definitivamente, el momento en que ya no habrá vuelta atrás.
Lejos de contener en su esencia un grito desesperado por reclamar atención, lo que se establece es una concepción distinta, ya no sólo del género, también de los mecanismos que dispone. Más allá de la ya conocida violencia —y según como, sanguinolencia— del ‹rape & revenge›, se instaura también una percepción humorística que nos lleva desde un marcada actitud cercana al ‹grand guignol› hasta el desatado patetismo implícito en alguno de sus personajes. Es a través de esa nueva concepción como Revenge logra desmantelar el género y ofrecer otra mirada igual de salvaje y feroz, pero apuntando a elementos que, lejos de rebajar su tono, lo amplifican más si cabe.
Revenge termina, a partir de esta disposición, por desarrollar un juego del ratón y el gato —elevado a su máxima expresión en esa hilarante secuencia final— al concretarse en nuevos espacios, y aprovecha en ellos una configuración que sin duda beneficia esa extraña veta cómica, incluso paródica en algunos momentos. Sin grandes pretensiones y de carácter desenfadado, el debut de Coralie Fargeat demuestra que todavía hay muchas sendas por explorar en el cine de género, y al final la sensación obtenida es que si todas ellas nos han de llevar a films como esta Revenge, bienvenidos sean.
Larga vida a la nueva carne.