Un grupo de obreros alemanes asientan una base de trabajo para la construcción de una central hidráulica en plenos campos de Bulgaria. Esta premisa le servirá a Valeska Grisebach (quien ya había competido en Gijón con su extraordinaria Sehnsucht) para establecer un cercano retrato sobre la integridad, basado este en el choque cultural de esta manada de trabajadores que, con cierta óptica de superioridad y asaltando hasta la candidez moral de algunos de los oriundos del lugar, provoque un conflicto que dificultará en demasía la unificación entre los habitantes búlgaros y estos invasores que, como ellos dicen, solo están ahí para ganar dinero. En una historia de este cariz tan limítrofe a la hora de no ir mucho más allá de la propia (contra)relación de los personajes, se necesita un vínculo entre drama y espectador: aquí lo encontramos en Meinhard (mención especial para el intérprete, quien da imagen al cartel de la película, Meinhard Niumann), cuya estoica fisonomía hace encontrar sentido al propio título del film: con parsimonia, seguridad e impasibilidad, como si un hombre procedente del lejano oeste se tratase, supondrá el eje de unión en este mayoritario intento de integridad, siendo este el principal baluarte empático de la ficción al ser el único de los protagonistas que intenta evitar esa separación con los lugareños; esto, como es de esperar, provocará que por momentos se generen disputas hasta en su propio bando.
La búsqueda de esa integración bajo el estigma de la incomunicación es el motor principal dentro de este drama que no obvia incluso en toquetear con ciertos apuntes cómicos (sin desentonar, dirigiéndose al costumbrismo y la espontaneidad de su reparto) y hasta con cierta turbiedad, como en el momento en el que Vincent, réplica adversa a las intentos de Menhard por la conciliación, rozará el acoso sexual con una de las habitantes del lugar. Con todo, Western se esfuerza en conformar dentro de su aridez estética (incidir en que se trata en una tierra de fronteras) un mensaje hacia la búsqueda de empatía dentro de la confrontación cultural, para el que la directora ejecuta además dos armas que funcionan estupendamente: los inevitables apuntes dramáticos, con una bella aparición en escena de un caballo blanco cuyo destino tendrá inesperada determinación, y una relación de amor entre Meinhard y una joven del lugar. Un escenario muy determinado que hace la película mucho más cercana, algo a lo que ayudará la no profesionalidad del elenco interpretativo; la improvisación parece ser un arma muy loable en esta película, que aún así no escatima en tener una profesionalidad excelsa en su filmación y ubicación, con unos paisajes que a su manera también supondrán otro guiño a su título.
Grisebach no pasa por alto elementos muy cercanos a ese “combate de integración” que dibuja como el nacionalismo (los obreros pondrán, cuasi a modo de conquista, y con mucho orgullo, una enorme bandera alemana en su lugar de trabajo), lo “testosterónico” de algunas de las acciones o la ya mencionada soberbia que ejercen algunos de los protagonistas hacia los oriundos, elemento disruptivo para el personaje principal; a él se le atribuirá aún más esa importancia hacia la fisonomía que sucumbirá todavía más lejos ese componente visual que ayudará en la buena planificación escénica que guarda para sí el film. A través de su mirada, no solo conoceremos el conflicto, si no que ampliaremos la información de algunos de los personajes, empezando por él mismo. Curioso es también el cómo la directora, que aunque no muestra la fría densidad de su anterior trabajo (tampoco le hacía falta a esta historia, más luminosa y natural), dinamita su discurso y microcosmos en una esperada confrontación final que el espectador tendrá que adivinar si finalmente aparece o no. Sea como fuere, el enfoque emocional y cercano hacia su mensaje será la mejor valía de esta película, que deja a su directora como una de las miradas más interesantes del cine europeo.