«Si no tienes talento para escribir, no escribas.» Esto le dice el personaje de María León a su marido, el protagonista de El autor (Manuel Martín Cuenca, 2017), interpretado por Javier Gutiérrez. Sumido en una vida mediocre y un trabajo rutinario de oficina en una notaría, superado por los éxitos de su esposa —una escritora de ‹bestsellers›—, Álvaro vive frustrado en su faceta de autor literario por una combinación de falta de compromiso artístico, pasión e imaginación. Su frágil ego masculino hace el resto y así comienza un retorcido juego de manipulación que le sirve de inspiración para su futura gran obra: una novela sobre el edificio al que se acaba de mudar. A partir de los distintos vecinos, Martín Cuenca traza una panorámica de la sociedad española actual, aunque típica de nuestro más tradicional cine costumbrista. El solitario ancianofranquista, la familia de inmigrantes con problemas laborales, la portera cotilla insatisfecha sexualmente… son una excusa para que el protagonista genere intrigas que hagan del argumento de su prosa algo interesante, único y original.
El humor emerge de forma natural y bastante inspirada en las secuencias desde la comedia de situación a una sátira social que, dentro de su obviedad, busca sin disimulo la complacencia y complicidad del espectador. Explotar los tópicos culturales y los clichés de los escritores ‹cipotudos› patrios llega hasta el extremo de la literalidad en una secuencia memorable que dice mucho más sobre el mundo de la literatura de lo que el propio director seguramente reconocería a priori. Esta perspectiva del relato se aleja así, de forma casi definitiva, de explorar mínimamente la vertiente metanarrativa de su planteamiento —no nos encontramos ante un ejercicio al estilo de Adaptation (Spike Jonze, 2002) o Más extraño que la ficción (Marc Forster, 2006), ni mucho menos–. Son elementos puramente cosméticos los utilizados en su metraje al respecto, dejando de lado un poderoso y anulado discurso sobre la capacidad de la ficción para transformar la realidad y la retroalimentación que las propias experiencias personales ejercen sobre la misma durante su creación, que está a su alcance en todo momento sin prestarle atención. Algo de lo que el profesor del taller de escritura al que asiste le instruye al comienzo del film, en una de las contadas pero intensas ocasiones en las que la presencia de Antonio de la Torre captura por completo la atención del largometraje.
Al final las intrigas que componen la cinta no sólo acaban por obsesionar al aspirante a escritor. La estructura narrativa acaba sufriendo de manera deliberada de un efectismo digno de una mala novela. Una de esas que busca sorprender a toda costa desde un ejercicio de supuesta coherencia temática que daña al conjunto por una innecesaria e injustificada resolución. Jugar a ser Dios utilizando a los que te rodean como marionetas se paga, pero también el manejar las expectativas de tu público de manera deshonesta cinematográficamente hablando. Este es el principal pecado de una película a la que sus pocas ambiciones juegan todo a su favor. Entre las excepciones se encuentra la descontextualizada interpretación de una María León que parece desubicada en los pocos momentos que aparece en pantalla, así como la inoportuna búsqueda de lo cómico en la mirada que construye la cámara sobre el cuerpo de la actriz Adelfa Calvo y unos personajes femeninos que, en general, son maltratados por un guión al que no le faltan detalles del mismo machismo anacrónico que señala en el retrato crítico realizado hacia sus personajes.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.
El autor de Manuel Martín Cuenca es una película que combina el humor con la crítica social a través de la historia de un hombre que busca inspiración para su gran obra literaria. Aunque la película tiene momentos inspirados y divertidos, se centra demasiado en las intrigas generadas por el protagonista y descuida explorar el potencial metanarrativo de su planteamiento. Además, la resolución final es efectista y daña al conjunto de la película. La interpretación de María León y la representación de los personajes femeninos son criticados por su descontextualización y el machismo anacrónico del guión.