Alejada del tono folclórico imperante en los clásicos del cine indio, la obra de Shyam Benegal se destapa como un fascinante capítulo que explorar en la cinematografía del país asiático. Dotada de un tono intimista, crítico y muy ligado a ese cine social que forjó el maestro Satyajit Ray (al que el propio Benegal rindió homenaje con un documental sobre su figura filmado en los años ochenta), las pocas perlas que están disponibles de este maestro aparecen sin duda como un dulce más que apetecible. De las cuatro películas que he podido ver, me apetece rescatar esta Ankur, espléndido debut de Benegal en el largometraje de ficción tras cultivar una exitosa y prolongada carrera en el terreno del documental.
Lo primero que llama la atención del film es su ropaje visual. Sustentado en una fotografía preciosista que reluce los paisajes y ambientes de la India profunda y rural. Colmado de impactantes amaneceres y profundas estampas de esos cielos y bosques despejados de contaminación y humo. Asimismo su magnífico elenco de intérpretes destacando sobremanera la bellísima e hipnótica Shabana Azmi, actriz que se convertiría en fetiche del director, propietaria de unos ojos cautivadores que enamoran, el sobrio y competente Anant Nag y el siempre magnífico Sadhu Meher, aquí en un papel de alfarero mudo y con ciertos matices que dejan entrever quizás una tendencia homosexual que alcanzará su cenit en la inolvidable secuencia con la que se da cierre al film. Finalmente la película trazará de un modo muy inteligente un relato que inicialmente parece viajar por los almibarados senderos del melodrama romántico al más puro estilo de los culebrones de sobremesa para posteriormente girar sus designios hacia los de una fábula moral que recorre las lindes de la revolución social a partir de una serie de alegorías que reflejarán las injusticias que padecen los parias y clases descastadas, así como los abusos a los que son sometidos éstos sin ningún tipo de consideración por los miembros de una burguesía vaga, vacía y amoral que no mostrará ningún tipo de escrúpulos en vulnerar los derechos de quienes son considerados inferiores en el escalafón con el fin de mantener sus privilegios sociales.
La trama se apoya en un hecho que parece sucedió realmente en la década de los 50. Nos cuenta la historia de un joven estudiante llamado Surya (Anant Nag) quien después de graduarse en la universidad viajará a un apartado palacete sito en una finca propiedad de su familia para descansar y preparar su boda concertada por su padre con una rica heredera hija de un amigo de su progenitor. Benegal arrancará su apuesta mostrando la dicotomía existente en su país. Abriendo la cinta con la escena del enlace entre la joven Laxmi (Shabana Azmi) la empleada de la familia de Surya encargada de cuidar y limpiar la residencia en ausencia de sus propietarios y Kishtaya (Sadhu Meher) un alfarero mudo y alcohólico que parece no tener ningún tipo de oficio ni beneficio. Las escenas de celebración y festejos rituales propios de este tipo de acontecimientos —con sus supersticiones y colorido característico de aquellos lares— serán contrapuestas con el talante erudito, frío e intelectual de Surya y sus allegados, hombres de ciudad deshumanizados por el progreso y por su acomodada posición, así como la aceptación a regañadientes del protagonista de aceptar su futuro casamiento con la esposa elegida por su padre a la cual no conoce, llamada Saru.
Si bien Surya llegará al hogar en el pueblo con pocas ganas de relacionarse con su entorno, fundamentalmente con la vecindad de la amante de su padre —una mujer integrante de una casta más baja que sedujo a su amo en su juventud— y su hermanastro bastardo a quienes su padre ha regalado un pedazo de tierra para eximir su pecado sexual a pesar del odio que Surya experimenta hacia ellos, la aparición en los alrededores de la estancia de su criada Laxmi despertará en él un sorprendente interés por despachar y compartir conversaciones con su bella asistenta aún a sabiendas de que ello está generando rumores y habladurías entre sus paisanos, quienes desprecian los orígenes marginales de la doméstica y su beodo esposo. Sin embargo la fascinación que Surya sentirá hacia Laxmi crecerá sin límites ni miedos, olvidándose de que su estadía en la casa obedece al aplazamiento de sus nupcias con Saru hasta que ésta alcance la edad mínima exigida para tener relaciones sexuales con su cónyuge.
Este hecho, la unión de lo legítimo con lo ilegítimo, será aprovechado por Benegal para verter una afilada crítica en contra de ese doble rasero y moral inherente a la aristocracia india, muy digna en defender la pureza y el honor cuando se trata de campo ajeno (como ese Surya que achaca a su padre su debilidad y sus pecados, escupiendo sobre la tierra que pisan su hermanastro y su detestada pseudo-madrastra) pero felona e intrigante cuando es su propia carne la que entra en juego. En este sentido Surya se saltará las reglas trazadas por su casta. Por un lado permitirá que Laxmi no solo limpie la casa (la labor por la que ha sido contratada exclusivamente) sino que la empleará como cocinera, punto prohibido pues ingerir la comida preparada por una integrante de las castas más bajas supone un pecado grave a los ojos de la sociedad. Por otro el joven terrateniente sacará partido de las continuas ausencias y desprecios que Laxmi sufre por parte de su marido para arrimarse y cortejarla.
Así Kishtaya será sorprendido robando vino, siendo castigado con un ultraje público. Vergüenza que acarreará el abandono del alfarero del hogar, algo que será aprovechado por Surya para seducir a Laxmi y acostarse con ella a imagen y semejanza de esas concubinas que su padre tomó de joven. Sin embargo esto llegará a oídos del padre de Surya, quien temeroso de que su hijo tome el camino de en medio decidirá adelantar la llegada de Saru. Ésta resultará ser una mujer terriblemente retrógrada y clasista. Por lo que con la llegada de Saru, Laxmi será desplazada a la intemperie de nuevo, siendo humillada y maltratada por la nueva huésped.
Si bien Surya tratará de limar asperezas entre ambas pues siente un especial afecto por Laxmi un suceso desencadenará un huracán. El embarazo de Laxmi. La noticia de ello provocará una ira irrefrenable en el joven amo, quien temeroso de ser marcado con la señal del adulterio instará a su amante a abortar. Pero Laxmi no atenderá la demanda de su patrono, por lo que Surya decidirá hacer la vida imposible de su antigua amante hasta que ésta decida aceptar su proposición. El regreso de Kishtaya a casa acrecentará la culpa de la bella Laxmi, pero la bondad con la que su marido acogerá la nueva del embarazo de su esposa aún sabiendo que el fruto de su vientre no es suyo, expiará el pecado de la criada. Pero un hecho sangrante, cruel y vil mostrará la inclemente condición de la que están forjados los seres humanos, unos entes salvajes, inclementes y despiadados a los que gusta despreciar y mortificar a aquellos que se muestran más débiles y bondadosos. Solo la rebelión de los sometidos a un atropello sin control podrá vencer la injusticia.
El título de la película hace referencia a la siembra. A ese nacimiento de vida en forma de fruto. Al alimento que propicia el crecimiento y la supervivencia de los seres vivos. A la concepción y el brote de una nueva vida en el vientre de una madre. A ese hijo ansiado por Laxmi que será renegado por los prejuicios de casta. Unos tabús que aprisionarán la libertad de los humildes. A ese pueblo mortificado por los de siempre. Por los favorecidos por el sistema. Por los acomodados y pudientes que joden a quienes únicamente desean vivir en paz y con dignidad. Unos humildes que finalmente tomarán conciencia de su lucha en contra de las tradiciones que perviven a mayor gloria de los de arriba.
Desde el punto de vista formal la película es una maravilla. Planos pausados, parsimoniosos. Moldeando la forma desde el plano fijo, pero sin hacer ascos a embellecer el cuadro con el empleo de unos movimientos de cámara elegantes y consecuentes. Algunas tomas evocan sin rubor a planos marca de la casa Satyajit Ray, como esos que muestran de frente en primer plano a la protagonista oprimida por la ley del patriarcado y a sus espaldas también de frente pero en un segundo plano al hombre co-protagonista que esconde algo que no desea que su compañera observe, secuencia que fue muy explotada por Ray en su obra, siendo especialmente recordadas las icónicas estampas de Madhabi Mukherjee y su compañero masculino de reparto Soumitra Chatterjee en El cobarde, homenajeadas sin rubor por el alumno Benegal en esta su ópera prima.
Optando por un ritmo lento que no da pistas. Avanzando sin hacer preguntas, pero lanzando algunas respuestas de un modo muy poético. Tomando partido por los desplazados y los parias. Ridiculizando las actitudes retrógradas de una burguesía hipócrita y falsamente puritana. Violenta y arisca, que evita viajar al filtro de su interlocutor por sus propios intereses. Una auténtica perla que recomiendo a todo aquél que quiera explorar el universo de un maestro del séptimo arte indio: Shyam Benegal.
Todo modo de amor al cine.