La señora Hook muere tras un largo padecimiento. Sus siete hijos —tres chicas y cuatro niños menores de edad— se quedan huérfanos. Pero no se lo cuentan al señor Halbert, un vecino rico y distraído. Tampoco a la señora Quayle, una trabajadora que les ayuda en las tareas del hogar. Ni siquiera a la profesora, Miss Bailey. Cada noche los siete hablan con su madre a través de Diana, la segunda hermana mayor de ellos, que hace de médium con la fallecida. A las nueve cada noche, hasta el día que regresa Charlie Hook, el padre desaparecido.
Es increíble que una película que se programaba en horario familiar a finales de los años setenta y el primer lustro de los ochenta, en cualquiera de los dos canales de Radio Televisión Española, resulte tan inquietante o perturbadora cuando es revisada en la actualidad. No se trata únicamente del tratamiento psicológico que se hace con un grupo de protagonistas infantiles, realmente ajustados a sus papeles, a su capacidad emocional por la edad, desde chavales de seis años hasta los quince o dieciséis de los más crecidos. Un plantel de jóvenes intérpretes que resultan creíbles, entrañables y sobre todo inocentes, sin la sensación de parecer dirigidos o forzados por el realizador. Tampoco es cuestión de una historia demasiado triste para ser el motor de un film considerado un clásico del cine juvenil que, tal como citaba al inicio del párrafo, llenaba huecos de programación en sesiones de tarde durante las vacaciones navideñas.
Sí, resulta increíble que, inmersos como estamos ahora en una época contemporánea tan vigilante, con lógica, en la protección a la infancia. Pero con un punto exagerado en la eliminación de traumas infantiles, ocultando hechos tan determinantes como son la muerte, la enfermedad y la necesidad de crecimiento personal de los niños, en un contraste con décadas pasadas en las que veíamos films que ahora pueden resultar espeluznantes por lo que cuentan. Como es el caso de A las nueve de la noche, aunque lo que se narre sea tratado con extrema sutileza, respeto a sus personajes y a los actores menores de edad que los encarnan, además de una vitalidad que pervive al mismo tiempo que la melancolía flota en el ambiente.
Jack Clayton fue un director británico nacido en Brighton que dirigió siete largometrajes a lo largo de casi cuarenta años. Siempre adaptando novelas como la de Julian Gloag que sirve de base para el guión, titula Our Mother´s House. Su acercamiento a los textos era certero, comenzando este en mitad de la acción, situando a los siete hermanos por separado dentro de la casa, cada cual en su habitación, estudiando, recogiendo la compra o jugando los más pequeños. En pocos minutos ya sabemos los nombres, edad, relación y carácter de los siete protagonistas sin necesidad de apoyarse en rótulos explicativos, de ubicación, época o con alguna voz en off que guíe la acciones. Por si fuera poco también se traza la geografía física de las dos plantas, habitaciones y espacios del hogar en el que viven, añadido el jardín en el que se encuentra el pequeño cobertizo que convierten en el santuario de la madre. Mediante un uso ágil y clarificador de las panorámicas, travellings y zooms que encuadran a los pequeños por la casa y las calles cercanas. Fotografiados con el tono cobrizo y ocre que se refleja tanto en las copas de los árboles como en las hojas que alfombran las aceras y el césped del jardín. Captados con una iluminación de aspecto pictórico pero con la justificación lumínica que se aprecia en unas tomas de imagen que parecen siempre captadas con luz natural.
El tono genérico modula la profunda tristeza del arranque, con la muerte de la madre, al relato de aventuras en el desarrollo de los menores, conscientes de tener que ocultar a todos los adultos que los conocen el fallecimiento, para no ser separados y luego conducidos a hospicios u orfanatos. La mezcla genérica también coquetea con el fantástico y el terror, sin cargar las tintas en ninguno de los dos. Y en un momento que coincide con el ecuador del metraje, el film crece con la inesperada llegada de Charlie, el personaje interpretado por un inmenso Dirk Bogarde, capaz de ser atractivo y miserables a partes iguales, como pocos grandes actores podían conseguir.
Más allá de la desolación que puede producir la visión de una obra maestra como es A las nueve cada noche, es más fácil encontrar las enormes influencias que se recogen en muchos títulos posteriores protagonizados por niños. Influencias que ha reconocido este mismo año Paco Plaza cuando estrenó su interesante Verónica. Pero un juego de referencias que se encuentra también en obras tan distintas como Nadie sabe, Déjame entrar, El secreto de Marrowbone o la serie de televisión Stranger Things, sin extendernos mucho más. De hecho, uno se pregunta qué hubiera rodado Alejandro Amenábar cuando dirigió Los otros de no haber existido Suspense (The innocents) también realizada por Jack Clayton. El cineasta inglés continuará en el limbo de los malditos que han servido como referentes a muchos cineastas. Seguidor él mismo de la estela tan perversa como mágica de La noche del cazador de Charles Laughton, de la crueldad infantil, la dureza de los descubrimientos que también echó a volar Alexander MacKendrick con su Viento en las velas.
Clayton revienta los cuentos de hadas para fabular con una realidad que se antoja fantástica para poder soportarla, con seguridad narrativa, gestos, sonrisas y miradas infantiles medidos, sin recurrir a una partitura musical emocionante del mismo George Delerue, sino contenida. Con la profesionalidad de un observador tan atento como generoso con sus personajes. Así consigue una película imperecedera, triste, viva y emocionante.