Largometraje argentino estrenado en el Toronto International Film Festival del año en curso, la protagonista, quien le da nombre al filme, es una joven madre de un bebé que ejerce la prostitución. Su día a día se complica cuando es expulsada del apartamento donde vive, debido a sus prácticas y a la persecución de los inspectores municipales. En este punto, se abren dos posibilidades, una en la búsqueda de recuperar sus cosas personales, y la segunda, ver cómo seguir con su trabajo ya no desde la comodidad de su hogar, lo que trae mayores dificultades.
Sofía Gala, la actriz encargada de darle vida a este personaje, logra una actuación muy destacada por la simpleza con la que se expresa en pantalla, elemento que también va de la mano del filme como comentaré más adelante. Sobresale por lograr transmitir un personaje fuerte y decidido, que tiene claro que su hijo es lo primero y el medio, la posibilidad que tiene para mantenerse. A pesar de las dificultades de su entorno —como es de esperar, turbio— en ningún momento se sensibiliza o se recurre a maniqueísmos baratos para producir lástima.
Las escenas de sexo o intento de son muy bien manejadas y muy bien llevadas por ella, quien se muestra segura. La larga secuencia donde tiene relaciones con un hombre sobre el final, muestra lo frustrante para ellas, y lo banal que puede llegar a ser algo como tener sexo sin ningún tipo de consentimiento y solo por un placer (en el caso del hombre), que finalmente termina en nada. A lo largo del metraje, Gala con su accionar, sus movimientos, su voz, su lucha logra transmitir fuerza y fiereza. No en vano, su actuación fue premiada en el Festival de San Sebastián, poniendo su nombre a la par de grandes leyendas del cine argentino como Evangelina Salazar, Graciela Borges y Norma Aleandro.
Claro que la interpretación de la protagonista no sería igual sin el trabajo detrás de cámaras de Anahí Berneri, realizadora quien a lo largo de sus cinco largometrajes siempre ha explorado a personajes envueltos en algún dejo amoroso o sexual, aquí presenta quizá su obra más arriesgada junto con su ópera prima Un año sin amor (2005), que versa sobre un homosexual con SIDA que se ve inmiscuido en prácticas sadomasoquistas. Con Alanis presenta un trabajo pausado, muy ascético en cuanto a la forma en que la cámara se posiciona, de forma estática siendo testigo vivencial del argumento.
Esto, acompañado por decorados y locaciones igual de austeras, es algo valioso por el modo en como Berneri en ningún momento se interesa por estilizar la imagen, por el contrario nos sumerge en lugares oscuros, con tonos amarillosos o rojizos principalmente. Es en este punto donde el trabajo de Luis Sens como director de fotografía toma mucha valía, logrando transmitir un sentir neutral y sin pasión de lo que vemos en pantalla. Porque la única lucha de la protagonista es su hijo.
El gran trabajo de Anahí se muestra también en la forma en que usa la imagen, segmentándola repetidas veces, cuestión que transmite su inquietante y fragmentada situación personal. Las tomas no son limpias, por lo general hay algún objeto que divide la pantalla, o se juega con el reflejo de espejos o bien, algún vidrio. Más que merecida la Concha de plata a Mejor dirección en San Sebastián. Alanis es un trabajo serio con un tema muy bien manejado, Berneri es fuerte en sus intenciones igual que su personaje y ese enérgico póster oficial que algunos cines han decidido omitir a la hora de publicitar el filme.