En 2004, Shunji Iwai realizó un largometraje llamado Hana & Alice, expandiendo sobre la base proporcionada por tres cortometrajes publicitarios emitidos con anterioridad. Once años después presentó una precuela de esta historia con una particularidad: al contrario que su predecesora, ésta era una película animada. Así es como llegamos a El caso de Hana y Alice, o lo que es lo mismo, la historia de cómo estas dos amigas llegaron a conocerse y forjar su relación.
Partiendo de una base narrativa ya consolidada, lo cierto es que las expectativas que me generaba este proyecto eran razonablemente elevadas. A pesar de la falta de experiencia de su autor con el medio, a nivel de historia ya tenía gran parte del camino recorrido, por lo que no debía suponer mucho esfuerzo mantener una línea clara a seguir. Y mantenerla, lo que se dice mantenerla, lo hace. En no pocos momentos es plenamente reminiscente del tono de Hana & Alice, tanto en sus esporádicas virguerías visuales como en ciertos diálogos y paralelismos que se pueden establecer con facilidad. Y esto, tan loable en intención, también es parte del problema.
En una de las primeras reseñas que escribí para esta página instaba a debatir sobre la problemática de utilizar un medio expresivo como es la animación sin aprovechar su toque distintivo, convirtiéndolo por tanto en una mera copia dibujada del cine de acción real. Si entonces no ofrecí ninguna conclusión clara, aquí debo volver a ello, con más énfasis si cabe. No me gusta poner puertas al campo ni mucho menos pontificar sobre la manera correcta de concebir el medio, pero con esta cinta la duda resurge con fuerza: ¿Por qué? ¿Qué aporta aquí la animación? Tal vez el hecho de tener una película anterior de base narrativa y estética tan claras para ésta lo explique en gran parte, pero no puedo dejar de percibir que falta identidad visual en la elección de Iwai. No es que tenga nada en contra de la rotoscopia, la técnica en sí me parece muy interesante y acompañada de una cierta visión artística se le puede sacar mucho jugo, pero sí en contra de esta concepción plana, apagada y plenamente funcional de la rotoscopia. Acciones y gestos enlentecidos y de más que cuestionable fluidez, fondos de detalle casi fotográfico habitados por personajes monocromáticos… todo ello por potenciar el realismo en los movimientos. Pero a qué precio. La identidad de El caso de Hana y Alice como obra de animación es prácticamente nula, porque no es más que una imitación de la acción real. Y la distracción que me genera esa circunstancia puede explicar también gran parte de lo que me impide congeniar con ella.
Porque tampoco la narración está a la altura. Y esto sí que me genera perplejidad, más que nada porque no entiendo cómo, y no exagero, puede darme la sensación tras ver esto de que conozco menos a los personajes que antes de empezarlo. Si algo saqué de la película de 2004 fue una capacidad de entender y congeniar con Hana y Alice que me convencieron por completo; si algo echo de menos aquí es ese sentimiento de cercanía y comprensión. Me cuesta explicar cómo ante personajes que ya están construidos, de los que ya tengo información de antemano, puede suceder esto.
Es cierto que esto no llega a pasar realmente con Hana; su problema si acaso es otro y consecuencia de estar por completo fuera del enfoque de la historia hasta bien avanzado el metraje, porque más tarde sí recibe un desarrollo claro y lineal pero pegando con ello un salto abrupto a una posición protagonista para la que no hay una transición adecuada. Algo que también veo criticable, pero tal vez en menor medida e incluso perdonable. Sin embargo, con Alice, a la que acompañamos primariamente en la cinta y que proporciona el punto de vista de lo que se narra, esto es dolorosamente obvio. De la chica resuelta que no se deja intimidar y que con tanto énfasis nos habían presentado así no queda nada al cabo de un tiempo. De sus motivaciones para investigar el caso tampoco: se convierte en un sujeto pasivo de las motivaciones de otros, en este caso de Hana. Es cierto que tiene un pequeño arco de introspección cuando pasa un tiempo con el anciano, pero no menos cierto es que esa introspección no responde a nada de lo planteado anteriormente. No hay continuidad narrativa en ella.
Y tal vez todo esto sea en último término una consecuencia de algo de lo que ya pecaba su predecesora, la dificultad no siempre sorteada con éxito de tener que alternar entre dos personajes con motivaciones individuales distintas que amenazan con fagocitarse el uno al otro. Pero donde aquella salvaba los muebles y no sin problemas lograba dar la sensación de que la individualidad de ambas se respetaba, ésta fracasa. Y lo hace en primer lugar porque pasada la primera mitad se queda en una tierra de nadie, en la que Alice sigue siendo la que chupa cámara pero la que mueve la historia y establece la razón de ser para sus decisiones es Hana, pero también porque esto establece dos mitades claramente diferenciadas y demasiado aisladas entre sí para verlas como parte del mismo continuo.
Pese a todo, El caso de Hana y Alice retiene buena parte de la magia de su antecesora, y como aquella, lo hace también de manera esporádica, no por ello menos fascinante. No son pocos los momentos aislados por los que merecería la pena ver esta película, ya sea esa clase de ballet improvisada en medio de la calle, el absurdo del exorcismo en clase, los pequeños detalles de sarcasmo que marcan las relación de Alice con su madre o esa bonita historia que se nos cuenta entre el anciano y ella. Pero el conjunto de la cinta no ofrece una solidez adecuada, y al final de la misma la sensación de que esta precuela no profundiza ni aporta nada a lo que ya conocíamos de antemano se hace patente.