Un año antes de consagrarse como uno de los mejores directores del chambara de todos los tiempos con la hipnótica La espada del mal, Kihachi Okamoto rodó una compleja partida de ajedrez basada en un relato situado en los albores del final de la época samurai a mediados del siglo XIX. Era convulsa y de cambios. No siempre bien vistos por aquellos que regentaban el poder y por tanto los privilegios inherentes a su uso. Tiempos igualmente de oportunidades para aquellos que aspiraban a convertirse en los nuevos ostentadores de los tejemanejes que atenazan al ciudadano corriente. Perverso para éstos. Para quienes ejercen el papel de mera marioneta de unos y de otros. Para esos pobres desgraciados cuya ambición de prosperidad y ascenso simplemente supone un pozo negro del que resulta imposible salir. Cuyos actos no descansan en la reflexión, sino en la ira y el odio de clase.
Esto y mucho más es Samurai Assassin, filme realizado en un ya lejano 1965 por un Okamoto que se encontraba en un estado de forma espléndido. El film fue sacado adelante bajo el patrocinio de Toshiro Mifune, estrella y productor del mismo, quien ese mismo año se pelearía con su eterno compañero Akira Kurosawa tras legar a la cinefilia una de las mejores películas del dúo: Barbarroja. Samurai Assassin se eleva como una película que no defraudará a los fanáticos del cine japonés. Lo tiene todo. Una historia compleja que pivota en los alrededores de una heterodoxa intriga palaciega protagonizada por dos clanes enfrentados. El comandado por la casa Li asociada con el gobierno tradicional de Tokugawa dominador de los designios de la isla desde tiempos ancestrales y por otro el liderado por esa nueva ola que aspiraba a voltear la política japonesa haciéndola girar hacia la influencia occidental que estaba aterrizando en Japón a través de un grupo de asesinos comandados por Kenmotsu Hoshino (Yûnosuke Itô) que tratará de asesinar al Lord rival. Trama que acabará derivando hacia una espiral de traiciones, venganza, suspenso y doble juego que la convierte en una especie de thriller de espionaje. Poseedora de unas buenas coreografías a katana armada, que si bien escasas, ofrecen el jugo suficiente (con esas salpicaduras de sangre marca de la casa) para enriquecer con pequeñas dosis de acción el drama que soporta el armatoste central de la fábula. Un reparto colosal donde destacan Mifune y Eijirô Tôno y en el que aparecerán en pequeños papeles nombres tan importantes como Michiyo Aratama, Haruko Sugimura o el gran Takashi Shimura en un cameo que no decepcionará a sus seguidores. Y una narración que se enreda jugando con el espectador a partir de una serie de flashback encadenados, al más puro estilo de las novelas de cajas chinas, que irán desgranando los misterios que se esconden tras la personalidad de los dos personajes que parecen encerrar la personalidad del traidor que ha delatado la presencia de los asesinos y sus intenciones para desembocar en una explosión de violencia y sorpresa final que dejará con la boca abierta al más cauto.
La sinopsis es fácil de resumir. El 17 de febrero de 1860 una partida de samuráis descastados será contratada para asesinar al Lord regente en Edo, el señor Li, un político de la vieja escuela que no ve con buenos ojos las ansias de progreso. Es un día lluvioso y tranquilo. Pero en el momento de asestar el golpe algo sale mal. De este modo el jefe de la cuadrilla, Hoshino, decidirá abrir una investigación pues sospecha que entre sus filas se halla un traidor. Las pesquisas señalarán a Niiro (Toshiro Mifune) un ronin ambicioso de incierto pasado y pobre de solemnidad. Pero recaerán asimismo sobre Kurihara, un samurai culto y de alto rango, leído en la cultura occidental y con contactos en la casa Li mediante los lazos familiares de su esposa. Dos hombres antagónicos, pero amigos. Uno rico, otro pobre. Uno culto, otro inculto. Uno pacífico, el otro visceral. Uno con un linaje conocido, el otro huérfano de madre y con un padre desconocido que abandonó el hogar tras observar que su concubina había quedado embarazada. Así a través de pequeños capítulos narrados en flashback por los espías que siguen los pasos de Niiro y Kurihara seremos testigos de sus andanzas y de su vida pasada. Un Niiro infectado por el odio que lo corroe por no conocer quien fue su padre. Criado por un médico que finalmente huyó. Acogido junto a su madre por un mercader que ejerció el rol de protector. Deseoso de instruirse en el arte samurai. Y que finalmente no pudo acabar su carrera, pues se enamoró de la hija de un general (Shimura), hecho que lo hizo caer en desgracia al ser rechazado por la estirpe de su enamorada.
La película irá avanzando poco a poco. Sin prisa, pero sin pausa. Con una narración muy sobria y mesurada. Sin adornos ni florituras. Casi sin música, únicamente los sonidos de unos tambores funerarios que avisarán del terrible desenlace que nos aguarda. Apareciendo como un atestado que relata los sucesos sin echar más leña al fuego. La voz en off de un narrador omnisciente insípido y reportero ayuda a ello. La puesta en escena también. En este sentido Okamoto no muestra ningún tipo de interés por incluir ningún tipo de desvío respecto a su objetivo final. Planos cortos, secos y predominantemente exteriores. Reluciendo sus portentosos y habituales movimientos de cámara en grúa y travellings frontales. Y algún que otro zoom muy en la línea con el cine de acción japonés de los sesenta. Haciendo gala de una poesía visual muy presente. Con esa lluvia que constata la depresión y pobreza presente en la atmósfera. Y la crueldad. Como Kurosawa, Okamoto se sirve de las gotas de lluvia para dibujar unos parajes dantescos e inhumanos presos de una violencia soterrada que absorbe el aire y la tierra por la que pisan sus personajes. Incluyendo en el arranque y en el desenlace las dos escenas de acción cumbre adornadas en esta ocasión con unos copos de nieve que dan fe de la frialdad del alma humana, de sus desatinos y de su sinrazón. Dos escenas violentas. Sobre todo la final. Un auténtico pandemonio en el que la sangre, las vísceras, y la furia se desata sin control. La cámara de Okamoto se moverá nerviosa, tensa y abrupta en estos momentos finales. Los combatientes se confundirán con la nieve. Veremos estallar cabezas, brazos y piernas de no sabemos quien. Para finalmente alcanzar su sino. El de la maldición que acecha a quien ha sido utilizado para fines espurios. A quien se revelará la verdad de un modo cruel e incauto. Quien logrará su fin a costa de herir de muerte su pasado, su presente y su futuro. A través de una sorpresa que no desvelaré pero que otorgará al film una conmoción admirable convirtiéndolo en una fábula moral de proporciones mesiánicas.
Por lo demás no quiero confundir al lector. Este no es un chambara al uso repleto de acción y un ritmo trepidante. No. Es un chambara de autor. Que prefiere el sosiego al brío. Que juega con el desconcierto y la confusión. Muy intelectual. Planteando una conducta filosofal alrededor de las cloacas del poder, de la injusticia presente en el Japón feudal, de las ganas de venganza que esas injusticias generan, de las felonías afectas a las diferencias de clase, del sadismo propio del ser humano, de como quienes mueven los peones manipulan nuestra conducta para convertirnos en monstruos sin conciencia a los que les da lo mismo matar a un fiel compañero que a un desconocido, pintando un mundo sumido en el salvajismo, inmisericorde y carente de amor.
Todo ello convierte a Samurai Assassin en un dulce muy gozoso y sobresaliente. Cautivador y soberbio. Imprescindible para los que amamos al cine japonés, sus historias, su mitología, su épica y su filosofía. Pues aparte de pasar un rato la mar de entretenido, esta es una película que invita al pensamiento sugiriendo que no siempre otro mundo es posible.
Todo modo de amor al cine.
Ocurrió un 3 de Marzo, en el primer año de Manen. El ¨Día de la Contemplación del Melocotón¨ fue un día extraño. La nieve caía sin parar sobre Edo y tuvo lugar aquel incidente a las puertas de Sakurada.
Un hombre, sujetando bien alto su katana, clamó a viva voz: ¨¡Contemplad!, ¡esta es la hazaña del día! ¡La cabeza del tairo Ii en manos de un ronin de Bishu!¨. Ese hombre se llamaba Niiro Tsuruchiyo, y de ninguna manera pudo representar mejor el principio del fin de la era del samurái.
El sr. Kihachi Okamoto se encuentra en esa nómina de cineastas japoneses que, por A o por B, no alcanzaron el éxito ni llegaron a oídos de tantos como Akira Kurosawa, Masaki Kobayashi o Kenji Mizoguchi, y la verdad es que podría llevar todo un día el recitar esa lista. Sin embargo, hablamos de todo un artesano que supo acomodarse a los géneros más variados durante su longeva trayectoria cinematográfica, tales como el bélico, la comedia o el ¨thriller¨ de acción, destacando clásicos imperecederos como ¨La Era de los Asesinos¨, ¨El Emperador y el General¨ y ¨La Bala Humana¨, por citar unos pocos ejemplos.
Admirador del ¨western¨, también otorgó a sus films un toque occidental, pues según se cuenta decidió hacerse director de cine tras ver ¨La Diligencia¨. Sus obras de samuráis, y se puede afirmar sin problemas, no tenían nada que envidiar a las de sus compatriotas Hideo Gosha, Hiroshi Inagaki o los antes mencionados Kurosawa y Kobayashi. Esta ¨Samurai Assassin¨ es un buen ejemplo de ello.
Shinobu Hashimoto, colaborador habitual de Kurosawa, se basó en la novela de Jiromasa Gunji, a su vez inspirada en hechos reales, para concebir el argumento, que nos sitúa en un momento clave de la historia, justo antes de que la restauración Meiji alterara al país nipón, y nos narra la gran hazaña de Niiro, un ronin que sobrevive como bien puede, haciendo de guardaespaldas, de chantajista o de asesino, un ronin de tortuoso pasado, hijo bastardo de un noble del cual su madre, concubina de aquél, nunca le quiso revelar la identidad. Pero aún conserva la esperanza de llegar a convertirse en un gran samurái, de poseer tierra, riquezas, y lo más importante, una reputación.
Este anhelo coincide con el plan de las facciones de distintas provincias, Mito, Satsuma y Chosuu, de acabar con el daimyo Ii Naosuke, mano derecha del shogunato Tokugawa, pues su decisión de incorporar a un joven, influenciable y fácil de manipular, para gobernar en Edo como shogun es, como poco, indeseable. El futuro de Japón está en juego, aunque Niiro, que se ha aliado con el clan de Mito, contempla el asesinato de Naosuke no como una ocasión para salvar al país, sino para convertirse en un samurái de prestigio.
Es obvio que las comparaciones entre ¨Samurai Assassin¨ y su hermana ¨Yojimbo¨ son odiosas (y más por contar con Toshiro Mifune de protagonista), no obstante Okamoto, cual Mizoguchi, se centra en desnudar el alma del protagonista, mostrándolo ante nosotros no como un luchador legendario como tantas veces, sino como un ser humano. Y es que el personaje que aquí interpreta Mifune no tiene nada que ver con su Sanjuro; aquél era un mercenario resignado a su situación, moribundo pero despreocupado, no sabíamos de donde venía y poco importaba adonde iba, pero Niiro Tsuruchiyo desea ser alguien, prosperar, y además ahondamos en su pasado, en su gran tragedia familiar. Es decir, conocemos al hombre tras la espada, aunque más o menos sus ideas son semejantes a las del héroe de ¨Yojimbo¨: le importa tres pimientos la situación del país o qué gobernador viva o muera. El único porvenir que le preocupa es el suyo propio, y punto.
De este modo, el propósito de Okamoto coincide con las consecuencias del asesinato de Naosuke que nos son narradas en la propia historia: la completa desmitificación de esa icónica figura que fue el samurái, cuyo momento de gloria estaba próximo a acabarse. Además de eso, el director desata una demoledora crítica social, haciendo hincapié en la conciencia clasista y adornando de pesimismo y amargura la historia, donde somos testigos de grandes dilemas en los que se enfrentan el honor y la dignidad con la hipocresía y el cinismo, dilemas que constantemente asaltan al protagonista.
Okamoto sabe imprimirle el ritmo justo al film, en el que momentos de gran carga dramática son atravesados por estallidos de violencia donde tienen lugar unos impactantes combates, algunos de ellos bajo grandilocuentes efectos atmosféricos, como también le gustaba a Kurosawa. Los acontecimientos de esos hombres dispuestos a todo por figurar en la Historia nos son narrados del mismo modo que en las ¨Batallas sin Honor ni Humanidad¨ de Fukasaku: paso a paso y sin descuidar fechas ni detalles.
A todo esto hay que añadir el trabajo del director de fotografía Hiroshi Murai y las grandes actuaciones de Yunosuke Ito, Eijiro Tono, Michiyo Aratama, Matsumoto Koshiro y, por supuesto, ese Toshiro Mifune dejando patente, una vez más, el por qué es uno de los más míticos actores japoneses que han existido. Es una vergüenza que ¨Samurai Assassin¨ no sea tan conocida como otras obras del mismo género, porque, a mi parecer, debería constar entre las mejores películas de samuráis de la Historia del cine.
Su influencia ha llegado a directores como Yoji Yamada, Takeshi Kitano, Takashi Miike y, como no, Tarantino, además de ser una de las inspiraciones para el sr. George Lucas y su ¨Star Wars¨ (prestad atención a la trama de Niiro y su padre), junto a ¨La Fortaleza Escondida¨, de Kurosawa.
Por añadir algo al excelente artículo, me gustaría comentar el impresionante trabajo de fotografía de Hiroshi Murai.
Una de las cosas que más me impresionó fue el tratamiento de los primeros planos de los actores (con esas caras tan bien escogidas e interesantes) , extrayendo un interés tremendo al rostro humano en todo momento, pero también en general en los encuadres en interiores y exteriores. Uno puede ver la película abstrayéndose del complejo guión y disfrutar solamente de la fotografía. A veces me ha recordado curiosamente al tratamiento de Sergio Leone , buscando rostros interesantes y filmándolos con deleite.
Otra cosa que quería comentar es el gran nivel de los guionistas de las películas de samurais de los años 60.
He visto todas las de Kurosawa, muchas de Hideo Gosha , varias de Inagaki y de Okamoto. Todas tienen unos guiones interesantísimos y que solo por ese mérito tienen enganchado al espectador. Deberían aprender los guionistas actuales.
Por supuesto se añade el gran nivel de fotografía, de interpretación de actores y de personalidad artística de cada director.
Y por ultimo comentar el estilo sarcástico, incisivo y de mensaje cerebral de Okamoto, muy particular pero con fuerte personalidad y enorme nivel de colaboradores.
No me gustó la espada del mal (porque no me gustan las peliculas que acaban con la trama a medias), ni tampoco Red Lion (pobre T. Mifune, que cosas le obligan a hacer). Pero me encantó Samurai Assassin y muchísimo también Kiru.