Un último plano definitivo (y definitorio). En ello parece parapetarse un S. Craig Zahler que tras una ópera prima tan potente como aquella Bone Tomahawk protagonizada por Kurt Russell tenía dos opciones: allanar su camino en busca de una síntesis todavía más efectiva de su cine, o dar un nuevo paso hacia la concepción de una obra que en su debut ya se sentía muy presa de sus códigos, de una personalidad —anclada, obviamente, en el siempre ineludible parapeto de la referencia— sorprendente para por aquel entonces un primerizo. Probablemente, la opción adoptada por el cineasta en su segundo largometraje, esta Brawl in Cell Block 99 protagonizada por un Vince Vaughn despojado de su condición para la ocasión, no sea la más valiente ni la más encomiable, aunque en ella se refrende un carácter brutal e implacable al que ya apelaban algunos de los instantes más sórdidos de Bone Tomahawk, pero al menos define un camino coherente que tras dos largos de ficción, no admite duda alguna.
Ese talante inexorable del cine de S. Craig Zahler no tarda en despegarse de la pantalla: en una de sus primeras secuencias, un Vince Vaughn fuera de sí arremete a golpes contra un vehículo que no parece importar al protagonista de qué material estará hecho. El de Florida, como decía, es no obstante un autor coherente para con la identidad de un cine que ha logrado sufragar en menos fotogramas de los esperados, y si algo parecía advertir esa violenta escena se diluye en otro acercamiento a una narrativa pausada y gradual.
Algo se vuelve a cocer a fuego lento en un film que, en realidad, no requiere más a sabiendas de cuales son sus objetivos. Alguna explosión de violencia aislada, y un camino que es andado por Vaughn —que da vida a Thomas Bradley, un ex-boxeador— con el sosiego necesario: cada detalle, cada pequeño gesto es así medido en un énfasis descriptivo que no hace sino acrecentar los rasgos de una obra en la que el tempo, aunque no lo parezca, también es importante.
De esa paulatina introducción, pronto nos inmiscuye S. Craig Zahler en una acción que tendrá más consecuencias de las imaginables, y que derivará en un estallido definitivo que el actor estadounidense escenifica a la perfección. Ya no son las medidas y envergadura de Vaughn los artefactos centrales de una interpretación más física que concienzuda, también una determinación que parece encantado de exhibir, como si cambiar de registro fuese una bendición —doy fe de que así es— ante la que sólo cabe una decisión que muestra del primer al último minuto.
Así, y para cuando casi ni nos hemos dado cuenta, el cineasta ha armado un fabuloso ‹crescendo› narrativo que deriva en uno de los más brutales y vigorosos ejercicios de género de los últimos años. Sí, quizá sea cierto que el libreto que tiene entre manos Zahler resulte más bien discreto, pero tan cierto es como que sabe aprovechar al máximo sus características, y es ahí donde radica uno de los grandes triunfos del resultado final.
No cabe duda acerca de la naturaleza animal de Brawl in Cell Block 99, pero ello no mengua las posibilidades de un film que tiene cine en las entrañas, cuyo tono —hasta cuando recurre a ese salvajismo del que hace gala— está tan medido en todo momento que no sorprende esa pulsión narrativa, la quietud con que se mueve la cámara o el calmo discurrir de ciertas secuencias que preparan el terreno, se mascan con total sosiego y se disfrutan como lo que es. La fiereza que desprende el nuevo trabajo de Zahler no impide que la obra devenga en total y absoluto divertimento en la que gozar de su desmadrada violencia, del enésimo gran papel de un Don Johnson renacido o de una banda sonora que rememora otros tiempos e incluso afianza una condición de ‹exploit› rubricada en ese detonante final. Impagable.
Larga vida a la nueva carne.