La conjunción formada por uno de esos intérpretes capaces de abrazar el disparate —tanto voluntaria como involuntariamente— y fundirse con él hasta que ni siquiera se alcance a comprender el cometido que tiene en pantalla —en efecto, hablamos de Nicolas Cage— y uno de los dos autores de esa joya que nos dejó la pasada década ante un Jason Statham enajenado y adrenalítico perdido, aunque en solitario en esta ocasión —él es Brian Taylor— prometía al menos uno de esos vuelos en caída libre y sin frenos que de vez en cuando nos ofrece el cine de acción (y comedia) más insensato. Un escenario en el que padres y madres, en forma de masa enfurecida, aniquilan su propia descendencia acuciados por una extraña epidemia cuyas causas desconocemos, bien podría ser el idóneo.
Mom & Dad, sin embargo, no arranca del mejor modo posible incluso con unos condicionantes que bien podrían funcionar por sí solos, y aquello que se presumía una orgía de caos y destrucción en manos del autor de Crank deriva en un intento baldío por introducir al espectador en el marco fijado; y es que desde una comedia que parece pagada de sí misma pero no termina de funcionar, cierta descompensación expositiva al introducir al respetable en materia y un arranque al que le falta energía, Mom & Dad no ofrece los suficientes alicientes ni con un cineasta que unido al contexto dotado parecía mucho más despreocupado y atrevido en anteriores ocasiones, cuando no tenía ante sí un tumulto dispuesto a todo con tal de cumplir su objetivo.
Paradójicamente, y cuando mejor explota el cineasta las características de esa jugosa premisa, es el momento en que su trabajo bien podría haber ido en declive: dirigiéndose a un escenario, el de los interiores, que se antoja más apropiado para sugerir que no para instaurar la destrucción como modo de supervivencia. Ello, unido a un discurso —esa entrañable escena entre Nicolas Cage y Selma Blair sobre las consecuencias de la pater/maternidad tiene su miga— que en ocasiones fomenta Mom & Dad como algo un peldaño encima de un entretenimiento descerebrado, hace despegar finalmente un trabajo en el que Nicolas Cage está en su salsa de nuevo, algo que no cabía dudar ante un actor de tamaño calibre; un actor al que sólo hay que dar un poco de libertad y cuaja a la perfección cuando la enajenación es su forma de vida y gritar y gesticular no son sino una vía de escape hacia su máxima expresión.
En ese último tramo donde el delirio termina apoderándose —a la forma ya de un Crank revitalizado— del panorama, Taylor incluso se permite destemplar el ambiente con flashbacks que no sólo no desentonan, además alimentan un filón humorístico que, aunque tarde, termina estallando. Con sus defectos y carencias, Mom & Dad se muestra menos conservadora de lo que cabría esperar —no lo olvidemos, esto es América— y devuelve a su autor a esa línea de cineastas con ganas de divertirse y que nos divirtamos con ellos, algo que pareció quedar atrás después de su debut junto a Mark Neveldine, y en su nuevo trabajo suscita de nuevo en un film que, sin alardes, otorgará una pieza tan desvergonzada y gamberra como lo siguen siendo las aportaciones de un Nicolas Cage cada vez más fuera de sí, más cerca de nosotros.
Larga vida a la nueva carne.