Una de las vías más recurrentes para explorar la naturaleza humana y su circunstancia ha sido siempre el del horror a modo de vehículo mediante el cual llevar los miedos perceptibles a un estrato todavía más profundo, ese donde el terror es algo más que un estímulo tanto externo como interno. En ese aspecto, el mondo zombie —al que se dirige en este caso el cineasta canadiense Robin Aubert— ha resultado sin lugar a dudas uno de los mejores objetos en la exploración de unos sentimientos cuya reacción nos puede llevar desde lo irracional a la alienación más pura y dura. La falta de contexto deslizada por Aubert desde un buen principio se percibe, especialmente, en una mirada más profunda en torno a los personajes que conforman la obra; unos personajes que si bien se desarrollan gracias a los apuntes que el libreto de Les affamés va arrojando sobre ellos, advierten a la perfección todos esos miedos estipulados, que nos llevan a un pasado abrupto, en ocasiones alimentando unos remordimientos que cuestionan desde el planteamiento de un futuro incierto hasta su propio rol en un mundo en el que, más allá de si hay cabida para la esperanza, no parecen querer seguir.
Una visión que, lejos de reforzar a través de una estética marcadamente decadente en ese espacio abordado por un pesimismo que se persona en el entorno a cuentagotas, Aubert mide con una ambientación que, sin llegar a ser luminosa, sí huye de esas atmósferas tensas y asfixiantes más propias del género, y acerca con estampas de exteriores que se antojan, cuanto menos, respirables. Decisión que sí altera en un último acto donde todas esas percepciones captadas a través de sus personajes terminan por darse cita en un marco donde liberar una última y única esperanza.
Los parajes donde se desarrolla gran parte del film, se personan así como un protagonista más que posee la suficiente importancia como para determinar tono y atmósfera de una obra que no se muestra muy inmersiva para el contexto en que nos encontramos. Aubert, que va desarbolando ese mondo zombie gracias en especial a un uso apropiado de los exteriores, no dota sin embargo al espectador de ninguna información: su arma, el modo de sugerir y no explicitar en todo momento los detalles del mismo, termina deviniendo una de sus virtudes centrales.
Les affamés se persona así como un título refrescante en un universo al que cada vez es más difícil sacar partido, incluso cuando se tienen buenas ideas —un claro ejemplo sería la irlandesa The Cured, que también pasa por Sitges—, sin caer en obviedades o tópicos que conducen a un inevitable déjà vú. De este modo, pesa más esa inconcreción a la que se ciñe Aubert —como comentaba, no se habla de contexto ni se otorga aclaración alguna acerca del periplo desarrollado por cada uno de sus personajes: ni hay flashbacks destemplados, ni diálogos evidentes—, una sutil descripción realizada —apenas se conocen detalles de la infección más allá de los que salen por boca de sus personajes, ni mucho menos peculiaridades acerca de cómo actúan los infectados, más allá de lo que deja entrever el cineasta a medida que avanza el film— e incluso las relaciones establecidas entre sus protagonistas y su desarrollo, que distan de ser fáciles de encajar, llegando a obtener un resultado donde cada paso está medido con precisión y tanto el tratamiento de su tempo como de la tensión aplicada se antojan capitales para comprender y apreciar una aportación que como mínimo se siente destacada en un panorama donde precisamente ya no es fácil toparse con trabajos tan tenaces como Les affamés.
Larga vida a la nueva carne.