Pasados ya unos días después de la ceremonia de clausura del Lychee Film Festival, es momento de sacar algunas conclusiones respecto al certamen, que en su primera edición ha tenido una buena acogida por parte del público barcelonés.
Curiosamente, el palmarés de la sección a competición se resolvió en favor de los dos únicos documentales presentes: Aún hay un mañana, de Fan Jian, que ganó el premio de la crítica, y Los Van Gogh de China, de Yu Haibo, que se hizo con el del público. Es realmente interesante el hecho de que fueran dos películas de no ficción las que ganaran, ya que más allá de algunos representantes como Wang Bing, el cine chino documental no tiene un gran renombre en la escena internacional.
Por las fechas en las que celebraba (entre San Sebastián y Sitges), no era fácil que el Lychee consiguiera atraer la atención de los medios y del público. Aunque se trata de un festival modesto, con pocas películas proyectadas, ha sabido hacerse un hueco gracias a su especificidad; un festival de cine exclusivamente chino es algo diferente que atrae, a parte de al público cinéfilo, a los numerosos amantes de la cultura asiática que hay en Barcelona.
Uno de los puntos fuertes del festival ha sido precisamente el hecho de mantenerse modesto, sabiendo el papel que juega en una escena ya masificada. Así, fue un acierto la elección de los cines: el Texas, que se suele llenar por sus precios populares; el Phenomena, una sala que apuesta por ofrecer la mejor experiencia al público; y les Cotxeres de Sants, para aquellas películas puramente wu xia. En este sentido, hay que agradecer también la valentía de la organización a la hora de programar películas de kung fu, un género poco conocido y apreciado en nuestro país, así como haber invitado a uno de sus máximos exponentes, Xu Haofeng.
Por ser la primera edición, hay muchas cosas que perdonar al Lychee, pero aun así hay que mencionar ciertos elementos mejorables en próximas ediciones. Más allá de que las fechas no sean las mejores para destacar, y pese a una organización impecable, sí que se ha observado una cierta inexperiencia, especialmente con las actividades (las Lychee Talks, por ejemplo, que no ofrecieron nada demasiado interesante). Por otra parte, la sección oficial a competición no era todo lo variada y abundante que se debería esperar, y el hecho de ofrecer solamente un pase por película hacía difícil que un público cinéfilo pudiera disfrutar de todos los films.
Como retos del futuro, el festival debería buscar ampliar su sección oficial con películas de primeras espadas del cine chino, valiéndose de aquellos films que hayan tenido una buena acogida en festivales de mayor escala (Cannes, Venecia, Berlín o San Sebastián). Por otra parte, invitar a algunos directores más conocidos entre el gran público, ofrecer más pases de cada película y mejorar y ampliar las actividades paralelas serían otros de los retos a considerar en un futuro. Aunque sin duda, la mejor noticia sería que el Lychee volviera el año que viene, ya que un festival dedicado al cine chino siempre tendrá algo que ofrecer.