Un artesano coloca un órgano nuevo en una iglesia junto a otros operarios. Primero corta, luego lima las listas de madera. Después acopla los tubos de metal que se ajustan al teclado y los pedales. David, el director del documental, entrevista a Raúl, el organista del templo para conocer qué es la música sacra, su influencia en la fe de los parroquianos. Poco a poco, tirando de la manta, le pregunta cómo se convirtió María, su hermana y además la mujer de Raúl. Comienza de esa manera una búsqueda sobre las razones de la conversión o afianzamiento en el catolicismo por parte de las hermanas y la madre de David.
Todo lo que vemos en la pantalla mientras se desarrolla Converso podría parecer un milagro, por fácil que resulte hacer una comparación con términos religiosos para definirlo. El primer motivo es la duración, de algo más de una hora, por lo que podemos hablar en sentido estricto de un largometraje, tal como se regula por diversas academias de cine y enciclopedias. En este caso se trata del primero de David Arratibel, después del mediometraje Oírse. Otros motivos son la idoneidad de las conversaciones y testimonios que se suceden en el film. Es evidente que la elección de las intervenciones depende sobre todo del montaje final, el que ha quedado después de unas veinte versiones del largo según las declaraciones del propio autor. Unas charlas que resultan adecuadas para no dispersar la idea principal de la película que parece ser la conversión de sus hermanas y madre, mediante la comprensión desde un punto de vista escéptico y más materialista. Gracias a este punto de vista que neutraliza la propia subjetividad agnóstica del director, en cuanto al catolicismo, cristianismo o cualquier otra creencia sagrada. Así permite acercarse más a entender la fe de su familia, a encontrarse con ellas y de paso saber cómo se encuentra el propio realizador, protagonista forzado por varios giros de estructura que se añaden al metraje.
El aspecto visual de la cinta prima la simetría en las composiciones de planos generales dentro de la iglesia y algunos exteriores. Mientras que las entrevistas sitúan la cámara en ocasiones dentro del propio plano, una licencia que le sirve para que sea nítida la sensación de confianza entre David y cada una y uno de sus entrevistados, en planos de duración larga, sumados a escorzos en los que asumen la situación frontal de sus hermanas, la madre y el cuñado, al tiempo que el cineasta les inquiere de espaldas. No hay contraplano durante los cuestionarios porque solo interesan las reacciones de ellas o su cuñado, incluso cuando el entrevistado pasa a ser el director, no conocemos sus reacciones ni veremos sus gestos.
Sin embargo lo más interesante del conjunto es la zozobra narrativa que marca el autor en el montaje del documental. La complicidad familiar, junto a la disposición de todos los implicados que consiguen una sinceridad y sentimientos espontáneos, difíciles de conseguir en un film aunque sea del género documental como es en este caso concreto. Y por supuesto la humildad de Arratibel cuando es consciente de la imposibilidad de rodar en imágenes lo que significa esa fe para sus hermanas, esa reafirmación de su madre o el didacticismo socarrón de su cuñado. Una imposibilidad que logra lo mejor del largo. Esa equidistancia personal que llega al equilibrio justo para que la película pueda ser vista con interés, tanto por creyentes como por ateos. Los dogmas están presentes en boca de sus interlocutores, aunque nos parezcan impuestos o no a los espectadores, según las convicciones de cada uno.
Pero en la balanza final queda un buen ejercicio de terapia familiar, de tono simpático, con menor interés en las intervenciones de Paula, la hermana pequeña. O en alguna revelación del propio David cuando conduce el coche y habla con María. Detalles que no empañan la narración que comienza con el detalle de los dibujos e imanes sobre un frigorífico, mientras escuchamos la conversación fuera de campo, de la nieta con su abuela, bromeando sobre el tío cineasta. Además de la breve secuencia del montaje del órgano en la iglesia, bien rodada y editada. Unido a todas la relaciones personales y momentos cumbre de los protagonistas, vinculados por la belleza de la música, un arte verdaderamente universal para cualquiera, sea o no crédulo.