El periplo de A Dragon Arrives!, último largometraje del iraní Mani Haghighi, comienza hace más de año a través de la Sección Oficial de la Berlinale, de la cual salió sin premio alguno, para terminar pasando por el BAFICI, Sitges e incluso el emergente Filmadrid, de carácter vanguardista y autoral. Certámenes dispares entre sí y con un carácter lo suficientemente marcado como para cuestionar la naturaleza del largometraje que nos viene al caso. Y es que A Dragon Arrives! posee tal excentricidad narrativa, tal hibridismo estilístico, que su selección en cada uno de estos festivales parece quedar más que justificada.
Un primer rótulo en pantalla avisa del contexto. Golfo Pérsico, años sesenta, durante los días posteriores al asesinato del Primer Ministro iraní frente al Parlamento. La investigación de un joven detective acerca del suicidio de un prisionero político, esto último sucedido en un barco atorado en el desierto, motiva una serie de inesperadas situaciones ligadas a un extraño misterio sobre el cual pivota la narración del film. Parece existir una extraña presencia, un dragón subterráneo jamás mencionado ni avistado, que provoca fuertes y aislados terremotos cada vez que un cuerpo es enterrado en las proximidades del navío, lo cual anima al detective a convencer a un colega arquitecto y a un ingeniero de sonido a que investiguen junto a él el origen de este extraño suceso. Esta premisa permite al cineasta indagar en el terreno de lo sobrenatural sin dar demasiada información y es la chispa que desencadena la otra cara de la película, en la cual el propio Mani Haghighi se entrevista a sí mismo en la actualidad para narrar una interesante anécdota. En la antigua casa de su abuelo (el también realizador Ebrahim Golestan, quien fuera abanderado de la Nueva Ola de cine iraní anterior a la Revolución Islámica del 79), Haghighi encontró una vieja caja polvorienta que contenía, entre otras cosas, varias cintas de grabación y una fotografía de tres hombres frente a un barco en mitad del desierto, quienes no son otros que el detective, el arquitecto y el ingeniero de sonido y que, como desvelan a Haghighi fuentes cercanas, desaparecieron misteriosamente poco después de empezar su investigación.
De esta forma, el cineasta construye A Dragon Arrives! a dos niveles radicalmente opuestos, como ¿falso? documental y como recreación ficticia de una interpretación de los hechos. ¿Cuánto de lo expuesto en el primer nivel es verídico y cuánto inventado? Pese a que ambos niveles parecen compartir el mismo narrador ya que, y esto es muy interesante, versatilizan sus metanarraciones, y la influencia entre ambos es transversal, finalmente cada nivel elige su propio camino y se distancia del otro. Es decir, germinan de un mismo núcleo, que es el descubrimiento de la caja por parte de Haghighi, pero el empleo de múltiples narradores, de ambiguos flashbacks y fantasiosas dramatizaciones de eventos pasados produce un cisma que los libera, como si ambas historias estuvieran destinadas a contarse por completo incluso desdeñando la información compartida.
Este sinuoso laberinto con tintes del mejor ‹neo-noir› hollywoodiense, lo que también repercute en la factura de la película, que cuenta con una producción insólita para tratarse de cine iraní, termina resultando un disfrute de calidad y un ejemplo de los riesgos a los que cada vez más se atienen las cinematografías orientales (“medio orientales”) apostando por historias para cuyo relato es preciso hacer uso de un popurrí de géneros que en ningún momento resultan forzosos o fuera de lugar. Sin embargo, la intrincada narración de A Dragon Arrives! sirve precisamente para ocultar al dragón del título y el simbolismo fantástico que lo rodea, que son claros ‹macguffins› para tratar el conflicto iraní. El monstruo enterrado bajo la arena que clama de dolor y sacude la tierra gritando la muerte de todo preso político no es otra cosa que el cúmulo de voces calladas en su día por una monarquía autoritaria pro-occidental que mutó (y hasta nuestro días) en una teocracia republicana e igual de autoritaria que la anterior.
Por otra parte, cabe mencionar el inteligente uso del «Basado en una historia real» que prometen los créditos iniciales, ya que mientras Haghighi afirma que el descubrimiento de la vieja caja en casa de su abuelo es cierto, ningún Primer Ministro fue asesinado frente al Parlamento.