Jumanji fue la primera película que vi en el cine. Es cierto, pisé tarde las salas de cine, pero la primera vez fue con un juego engañoso. Un año antes apareció Juego mortal, y el consecuente infierno que padecía un Edward Furlong adolescente. A esa accedí vía VHS alquilado en el videoclub del barrio (rebobinar antes de la devolución). Algo que me lleva a Beyond the Gates, que toma el nombre del juego Beyond the Gates (no necesita más), que nos ponía a Barbara Crampton en modo interactivo para juguetear con el mundo de los muertos sí o sí, tablero incluido.
En resumidas cuentas, en los 90’s jugábamos a los 80’s, en 2016 revisitábamos los 80’s y en el 2017 nos entra la vena nostálgica definitiva mientras hablamos a un tiempo de los millennials.
Una casa, alcohol, jóvenes guapos (de los de anuncio de moda grupal desenfadado que si se expone en papel ocupan dos páginas y si es en pantalla se mueven «slow and fucking sexy») y un fin de semana que quemar drogados y liados junto a la piscina. Tatuajes recientes sin significado, bikinis minúsculos que poco tienen que tapar, bromas y respuestas que decaen siempre en el mismo cliché: sexo.
Así avanza esta película hasta que en pleno orgasmo —femenino, eso sí— alguien vislumbra sobre una Nintendo polvorienta una «cuca» caja en la que pone ‹Game of Death›.
Cambio de tercio.
Los juegos peligrosos de apariencia disfrutable son un must del cine de terror y/o aventuras para todos aquellos que crecieron con el deseo de abrir un paquete perfectamente envuelto en alguna fecha señalada, rezando para que contuviera un juego de mesa/videojuego (esto ya alcanza varias generaciones, pero es que somos muchos). O los tantos otros entrometidos que deseaban rebuscar entre los trastos de los mayores para encontrar alguna joya prohibida e imposible —ahora tildada de ‹vintage›—. Hola Trivio 3000. Jugarte sí era una odisea.
Así que Game of Death por temática ya tiene un buena cantidad de adeptos, solo por la osadía de elegir a un grupo de seres inquietos, tal vez aburridos o simplemente rendidos ante la presión de grupo, que se sientan frente a un tablero (esta vez interactivo) dispuestos a prestarse a un “a ver qué pasa”.
De aquí al final la decepción. Tal cual. El juego ofrece lo que promete: muertes, pero los jugadores no están a la altura de las circunstancias. El descontrol inicial se dilata en demasía, para pasar a un reconocimiento de lo ocurrido más dilatado si cabe. Los muertos cumplen a la perfección, rociando de casquería a los ídolos esculturales llamados protagonistas, como un efecto estilístico que rompe las normas de buen comportamiento. Aparecen moral y supervivencia, todo ello disfrazado de instinto asesino, una comicidad que no termina de encajar y un tramo Bonnie and Clyde que tira la casa por la ventana (los efectitos visuales de videojuego/videoclip me resultaron fascinantes —a la vez que esperados por el tipo de juego en sí, tanto que si no hubiesen recurrido a ellos exploto yo— visto el discurso del resto).
Igual en una especie de festival de gore moderno lo que realmente sobra es la moral o la verbalización del problema como algo serio, pues la casquería ensucia el mensaje, más cuando parece contradictorio —¿por qué, pelirroja, por qué?—. Pero como recopilación de aplauso fácil, Game of Death está más que preparada para triunfar, sobre todo cuando pasados diez minutos ha conseguido (conscientemente) que hagas tu propio ranking sobre el orden en que deben morir. Siempre y cuando, claro, ¡mueran todos!