El director Pema Tseden ha construido durante los últimos diez años una filmografía con sello propio, en la que se vale de pequeñas historias para retratar el modo de vida de su país natal, Tibet. Su última obra, Tharlo, fue parte de la sección oficial en el Festival de Venecia hace un par de años, obteniendo un recibimiento positivo tanto de la crítica como del público.
Aunque ha desarrollado su carrera en China y no trata temas especialmente polémicos en sus películas, Tseden fue detenido el año pasado en un aeropuerto y retenido contra su voluntad, según informó uno de sus asistentes. Este hecho muestra la represión que viene sufriendo Tibet por parte de las autoridades chinas desde la ocupación de 1951, y que numerosas organizaciones internacionales no han cesado de denunciar.
Tharlo evita el comentario político, al menos de forma explícita, pero sí que cuenta con numerosos elementos que la hacen interesante desde un punto de vista cinematográfico. La trama sigue a Tharlo, apodado “colita”, un solitario pastor de ovejas que se ve forzado a ir a la ciudad con tal de poderse hacer un documento de identidad. Allí conoce a Yang Tso, una joven peluquera con la que iniciará una curiosa relación.
La película está claramente dividida en tres partes, tanto que podríamos decir que cada una pertenece a un género diferente. En su inicio, Tharlo parece la típica comedia de “pez fuera del agua” con toques ‹indie›, al retratar al protagonista en la ciudad. En esta parte, compuesta básicamente de una sucesión de planos-secuencia con cámara fija, se retratan situaciones cómicas de tono surrealista, ‹à la› Aki Käurismaki o Jim Jarmusch. A nivel técnico, es interesante el juego que se realiza con el sonido en off, compuesto por varias capas donde destacan sonidos urbanos, aunque no naturalistas.
En su segunda parte, el protagonista vuelve a la montaña, y el film toma un camino de introspección, prácticamente documental, en donde se muestra a Tharlo en su vida cotidiana. Aprovechando sin duda unos espectaculares paisajes, la fotografía en blanco y negro de Lu Songye brilla especialmente en este segundo acto, ofreciendo un impecable trabajo de composición y de luz, tanto en interior como en exterior. Se trata de un tramo en el que el tono de la película se va oscureciendo, y en el que se traen al frente elementos que no habían salido a la luz en la primera parte; la soledad, la decadencia de un modo de vida e incluso la explotación a la que se ven sometidos muchos pastores. Es seguramente la mejor parte del film, y funcionaría sin problemas como una obra separada si Pema Tseden hubiera optado por un tipo de film menos complaciente y más radical.
Tharlo finaliza su camino hacia la oscuridad en el desenlace, presentando un tercer acto desgarrador, libre de todo tipo de tono cómico. Pese a un plano final maravilloso, el director no acaba de redondear la película, en parte porque los conflictos planteados se cierran de manera algo simplona y deshilachada. Quizás por el tono cómico de su inicio, Tharlo puede parecer la típica fábula sobre la corrupción de un pastor en la ciudad, cuando en realidad nos habla de un medio rural ya en decadencia, y de la falta de futuro de la mayoría de sus trabajadores ante el mal llamado «progreso».