A veces los golpes tienen árbitro. Público. Vestuario. A veces nos gusta descubrir el boxeo a través del cine. Hoy nos declaramos fans de lo pugilístico con dos obras absolutamente imprescindibles en el tema. En un lado del ring, con un peso en la historia indeterminado, encontramos la mexicana Campeón sin corona que presentó Alejandro Galindo en 1945. En el otro lado, la norteamericana Réquiem por un campeón con Ralph Nelson como promotor en 1962. Ding, ding, ding, ¡que comience el combate!
Campeón sin corona (Alejandro Galindo)
No existe un deporte más cinematográfico que el boxeo. Su liturgia, sus rituales sagrados y su épica se adapta como una seda a la narrativa del séptimo arte. Ya sea mostrando su lado oscuro en aquellas joyas del cine negro o su estrato social en el sentido de reflejar la ascensión y caída de uno de esos moradores de los bajos fondos más bravucones que cerebrales. Perteneciente a este segundo grupo reluce uno de los grandes clásicos del cine de oro mexicano. Pues Campeón sin corona, melodrama urbano rodado en 1945 por uno de los más grandes autores de la época de oro como fue Alejandro Galindo, se eleva como una de las joyas del subgénero de boxeo.
El molde del film establece una metáfora que detalla esa idiosincrasia presente en los barrios populares de México. Habitados por toda una serie de perdedores afectados por su complejo de inferioridad los cuales observan al vecino del norte como un territorio indomable e imposible de igualar. Una falta de fe en sí mismo que impedía progresar a México. Siendo el film un canto en favor de los desheredados, pero también una denuncia de ese talante feroz que solo aparece cuando nos enfrentamos a quienes consideramos más débiles y se esconde cuando más falta hace.
La película nos presenta a Roberto Terranova (David Silva), un humilde trabajador de barrio poseedor de unas innatas facultades para el boxeo. Pelea tras pelea sus puños derribarán a sus adversarios siendo adoptado por Rosas (Carlos López Moctezuma), un promotor que guiará sus pasos con mano firme y sentido común. Sin embargo los éxitos y el dinero cambiarán a Roberto quien olvidará a su novia Lupita abandonando igualmente el nido familiar para caer en los brazos de una aristócrata bastante vampiresa que tan solo ansía aprovecharse de la fama de sus víctimas. Igualmente Terranova mostrará un inexplicable miedo al enfrentarse a un púgil norteamericano. Así, la popularidad y la mala vida serán los obstáculos que dificultarán el camino de Roberto hacia el título mundial.
En primer lugar destaca la maravillosa ambientación de esos barrios populares de la ciudad de México filmados en estudio que hilvanó Alejandro Galindo, un cineasta curtido en la artesanía visual aprendida durante su estancia en los EEUU. Todo en la película huele a clásico. A ese melodrama de la MGM. Pintada con ese diálogo auspiciado en el plano medio cortado de manera exquisita gracias a las virtudes narrativas ligadas a la técnica del montaje. Campeón sin corona goza también de ese carácter primitivo, al ser una de las primeras piezas mexicanas que situaron el centro de la acción en los barrios humildes de México, otorgando el protagonismo a uno de esos jóvenes sin glamour ni aptitudes para el romance que lideraban los guiones de esos años. Llamativa por el lenguaje utilizado por sus actores repleto de chascarrillos y jergas propias de su ambiente. Rica por tanto en describir la cultura y reglas de este pequeño hábitat arrabalero.
En segundo su soberbio ritmo. Optando por elipsis que evitan los planos secuencia. Puntualizando una fábula de hombres quemados por el sol que luchan por huir de la marginalidad. A base de dar y recibir golpes. Siendo los invisibles los que más duelen. Los psicológicos. Los de creerse inferior a los acomodados. Esos tormentos interiores que nos hacen caer noqueados por el efecto del aroma del papel de los pesos y del perfume de la alta sociedad.
Finalmente sus sublimes secuencias pugilísticas. Bordadas a través de planos cenitales que observan con distancia a los gladiadores. Aproximándose al ring para presenciar la sangre que brota de los guantes que machacan el rostro ajeno. Con las salpicaduras del sudor de los contrincantes. Con esa nobleza que emana del boxeo. Digno en la derrota y sereno en el éxito. Secuencias que evocan a las mejores tomas de Toro salvaje o Rocky, obras estadounidenses que creo tomaron prestados algunos recursos ideados por Galindo a la hora de filmar con un ojo privilegiado la solemnidad del cuadrilátero. Todo ello convierte a Campeón sin corona en una de las grandes películas de este fascinante subgénero. #FuerzaMéxico
Escrito por Rubén Redondo
Réquiem por un campeón (Ralph Nelson)
Si uno echa un vistazo al elenco de Réquiem por un campeón (1962), la primera pregunta que le viene a la cabeza, leyendo nombres tales como Anthony Quinn, Jackie Gleason, Mickey Rooney o Julie Harris (o incluso viendo el cameo inicial de Muhammad Ali), es: ¿cómo puede ser tan poco conocida? Estrenada tan sólo un año después de El buscavidas y el mismo año que Lawrence de Arabia, puede que encontrarse entre medias de dos obras maestras del cine, siendo menos ambiciosa, haya influido. Porque si algo es incontestable aquí, en la película de Ralph Nelson, es que su claustrofóbica sencillez está llena de actuaciones muy complejas y muy poco artificiosas (sobre todo por parte de Quinn y Gleason).
Esta Réquiem por un campeón es un remake de una versión televisiva dirigida por el mismo Nelson, pero no se le ven las costuras. De hecho, tiene algunos detalles técnicos muy interesantes (a falta de ver la cinta original sin Ali), como el traveling de apertura, con los clientes del bar viendo una pelea en la televisión, o la misma escena de la pelea, rodada en primera persona. Sin embargo, sobre todo es destacable en el acercamiento al ring, y especialmente cuando toca salir de él. Ese mundo. Un mundo desconocido para mí, sobre el que nunca he mostrado interés (más allá de la tertulia de 15 minutos protagonizada por Garci y Joseba Larrañaga). Un mundo, como el de otros tantos deportes, en el que cientos participan, y del que sólo conocen la gloria unos pocos. Años de dedicación y de trabajo, futuro de olvido, en su mayoría, y en este caso aún más: los golpes.
Réquiem por un campeón se acerca a todo eso, en su linealidad, en lo que dura un fin de semana de menos de 1 hora y media, generando en el espectador toda clase de sentimientos empáticos hacia el protagonista, ese boxeador que una vez llegó a estar entre los 5 mejores del mundo, durante la época de Rocky Marciano, y del que, tras 17 años sobre el cuadrilátero, apenas nada queda. Una mezcla de niño y hombre montañoso, mandíbula rota, hablar farragoso y contenido escaso, pasión y lealtad. Una sensación de abatimiento constante que, en definitiva, no deja de cuestionarse el porvenir de quien es más simple, sus salidas tras la retirada profesional, y, cómo no, las compañías. Reivindicable.
Redacción: Alberto Mulas