Algunos detalles de Maria, el debut en la dirección de Calin Peter Netzer, me han traído a la memoria pasajes de la inolvidable Brutos, sucios y malos, aquel sangrante, cruel y divertido fresco sobre la pobreza que firmara Ettore Scola a mediados de los años setenta. También, por supuesto, ecos de la decadente bonhomía del mejor Kusturica, más que nada por la proximidad cultural y geográfica. Es una lástima que ambos referentes queden tan grandes a una película que, honestamente, se diría nacida con diez años de retraso. Porque lo más sorprendente de ella reside precisamente en lo trasnochado de su estética y narrativa, y en lo poco que parece tener en común con las formas expresivas más reconocibles del nuevo y celebrado cine rumano, más allá de compartir un evidente interés por argumentos de temática social. Lejos queda la incómoda sequedad expositiva que demostrara, por ejemplo, Cristian Mungiu en 4 meses, 3 semanas y 2 días, así como esa narrativa elusiva, ambigua y desafiante que contrasta enormemente con la obviedad discursiva de Maria, en el fondo un ejemplo de cine social de sota, caballo y rey, en el que todo se muestra sin dobleces ni sutilezas.
En cierto sentido, resulta estimulante que Netzer pretenda aligerar la enorme carga dramática de su historia insertando ramalazos de humor costumbrista y mordaz; que no lo apueste todo al tremendismo propio del cine social más complaciente. Como decíamos antes, a Scola y Kusturica (entre muchos otros) les funcionó. El problema es que el humor en Maria suena a exabrupto aislado, nunca encaja armoniosamente con el drama que vive su protagonista, más bien al contrario, socava su eficacia y le resta pegada, distrayéndonos con las poco divertidas peripecias del compañero de trabajo del marido (interpretado, con mucho talento, por Horatiu Malaele), un personaje cómico que hubiera tenido más éxito en otro tipo de película, pero que aquí produce más desconcierto que otra cosa. Y es una lástima, porque en Maria había un retrato femenino poderoso que merecía mejor suerte. No es culpa de Diana Dumbrava, capaz de insuflar una tristeza infinita a cada mirada, sino de un guión previsible y carente de misterio, que si bien ofrece un panorama desolador de la Rumanía postcomunista (pobreza, precariedad laboral, corrupción, inoperancia política y policial, sensacionalismo informativo…), lo hace a costa de pintarlo todo con una brocha demasiado gorda. Es curioso, de hecho, el poco inteligente uso de la música (a ratos excesiva) o la tosquedad con que aborda algunos de los momentos más intensos.
No obstante, no se le puede negar no sólo voluntad de denuncia, sino también cierta capacidad para captar con precisión determinados tipos sociales, como el del marido, un borracho pendenciero y maltratador de libro que Serban Ionescu interpreta con una verdad apabullante; su personaje, odioso y creíble, también es víctima de las deficiencias del sistema (el sueño prometido del capitalismo lo deja tirado en la cuneta, como a tantos otros). Es en estos soplos de realismo sucio (la turbiedad ambiental, los secundarios zarrapastrosos, la situación asfixiante en el hogar), en los que el tono baila entre la tragedia y la farsa, donde la película despunta y ofrece algunos elementos de mayor interés, ya que en lo demás su sordidez (tan evidente, tan gritona) es incapaz de transmitir el desgarro, la incomodidad y el insoportable realismo que sin duda posee su material dramático, para más inri basado en una historia real.
En cualquier caso, sirve para poner sobre el tapete el malestar social de un país y la idiosincrasia de su gente, al tiempo que da testimonio de la alarmante situación de pobreza y desamparo que una buena parte de la sociedad rumana intenta sobrellevar sin perder la dignidad por el camino, pese al contexto de corrupción, desidia gubernamental y crisis económica en el que se mueven y que Netzer critica con más furia que elegancia. Finalmente, también nos permite conocer las primeras inquietudes estéticas, temáticas y narrativas de quien se dice es una de las voces más interesantes del nuevo cine rumano, algo que nunca está de más.