Nacer – morir
Nacer – vivir – morir
Nacer – descubrir lo injusta que es la vida – desear a cada minuto morir
Una niña llora, es prácticamente un bebé, parece que su desesperación no tendrá fin pero pronto su madre la abraza con cariño, le da un beso en la cabeza y todo está bien, el mundo puede seguir porque ella se siente arropada, protegida de cualquier obstáculo.
Pasan los años y cuando esa niña se acerca peligrosamente a la edad adulta rechaza a diario los abrazos de la amante madre, hasta que, por insólito que parezca, ese mundo feliz y seguro que le vendieron de pequeña desaparece, y es incapaz de volver a los brazos de la madre. Demasiado tarde, piensa. Demasiado lejos.
Filthy comienza en un punto perdido en el tiempo, con el conflicto avanzado, con la mirada de la protagonista anegada por el miedo, en una sala blanca, con planos muy cerrados, todavía más cercanos, totalmente confusos e intrusivos. Sin dar significado al estado en el que se encuentra, nos ponen en alerta, obligando a sentir tanta lejanía de la realidad como parece sentir ella.
El resto es mecánico, pura conformidad. Los planos se abren para llevarnos a un inicio, el de una joven de instituto dispuesta a volar y descubrir el experimento de toda vida media en una familia con algún problema de más, de las de amor a contrarreloj. El conflicto aparece, la situación que da pie a las salas blancas, la aberración normalizada hasta nuestro interno escándalo por una sociedad demasiado evasiva, y se manifiesta el silencio, al pensar que los brazos de mamá se mantendrán cerrados sin importar la verdad.
Y la cámara se distancia un poco más si es posible, los silencios se apoderan de ella ante jóvenes igualmente perdidos, que por contra utilizan el descaro, el insulto como armazón. Pero la pantalla decide ganarle terreno a ese impuesto mutismo, una salida rápida hacia el equilibrio. Una verdad que no necesita ser citada en voz alta si la cosa marcha.
Filthy inyecta empatía y distancia en ese género al que se aferran tantos debutantes europeos. Parece que el trauma adolescente es un mal común con el que cualquiera puede aportar un punto de vista propio, y el de Tereza Nvotová es el que se narra con secretos de adultos a golpe de percusión.
Pero el equilibrio nunca llega a Filthy, del mismo modo que no hay un día plano en un ser avergonzado de la vida. Si el silencio es lento y aciago, la impuesta justicia del ciudadano medio se acomete a salto de conejo, con poca certeza y una misma falta de ilusión —teniendo en cuenta que no es de agrado tener que recurrir a ella—.
Aún así se abusa de un estímulo preciosista y liviano, se recure a los campos de visión para expresar cuando nos encontramos sin las palabras de la protagonista, distintos rasgos de intimidad se cambian por simples movimientos de cámara en un entorno siempre frío y apagado, sin importar el lugar donde sucede, más como significante de tristeza que por temporal estacional.
Filthy es una película con un crudo relato envuelto en bellas estampas, que nos transmite duda y luego rabia, y poco a poco va apagando los rescoldos que quedaban de esas llamas tan intensas.