Quizá alguno no sitúe a Jonathan Levine en su memoria, algo casi normal teniendo en cuenta que se trata de un director/montaña rusa, uno de esos que dan grandes saltos, como su film de espíritu recargado de positividad 50/50 o el acercamiento a la «chavalada» de la figura del muerto viviente (cuando ya vampiros, brujas y licántropos eran cosa de niños) con Memorias de un zombie adolescente. Reconozco que no he experimentado estos saltos, pero para llamarlos así, primero Levine tuvo que convivir con las caídas en picado, siempre como referencia a los éxitos efímeros (los top) y no a la calidad del resto de su trabajo.
Participando en series y dirigiendo comedias siempre con actores de los que se escriben en mayúsculas, ese fin de semana rebautiza al mito hecho mujer Goldie Hawn y aquí estoy, varada en su oscuro objeto de deseo.
Hasta el más guapo tiene unos inicios y el de Levine lleva nombre de mujer. Su primera vez en el cine tiene una relación muy íntima con la necesidad de desvirgar(se). La asignatura favorita de la adolescencia norteamericana (según guionistas de diversas índoles).
Oh Mandy Lane, Mandy, Mandy Lane.
«All my live I’m looking for the magic
I’ve been looking for the magic
Fantasize on a silly little tragic
I’ve been looking for the magic
In my eyes»
Looking for the magic, Dwight Twilley
Bajo el glamouroso título de All the Boys Love Mandy Lane (voy a obviar el título español por resultarme un injusto spoiler) descubrimos a esa chica rubia, de pómulos elevados, que agacha ligeramente la cabeza, para mirarte desde abajo con la boca entreabierta, desprendiendo hormonas a través de un halo de inocencia impropio para una adolescente. ¿Una imagen muy sexualizada de la chica de al lado? Posiblemente, pero es la idealizada visión en la que cae una y otra vez Mandy Lane a ojos de cualquier macho. Ese objeto de deseo al que catapultan a un pedestal invisible es Amber Heard y todos los demás, peones en un tablero lleno de sorpresas.
La película comienza como cualquier comedia romántica con problemas típicos de adolescentes lleno de tópicos y con un número loable de personajes estereotipados preparados para representar una nueva 10 razones para odiarte, Chicas malas, American Pie o, viajando un poco atrás (no demasiado) Jóvenes y brujas. Con imágenes más propias de un anuncio de Tommy Hilfiger versión «hash», un variopinto grupo se junta alrededor de una piscina donde los deportistas, el fumeta, las animadoras, el pringado de humor de alto nivel o Ken Barbecue pueden compartir una misma fiesta o estatus social sin que a nadie se le haga raro. Siempre y cuando miren con una avidez un tanto nauseabunda a Mandy Lane.
Pero Levine tiene otros planes para la joven deseable, y nos anticipa que su originalidad se basa en incrustar en este distendido ambiente de alcohol, drogas y sexo tan fortuito en un slasher que intenta robar protagonismo a la misteriosa chica de intachable virtud. Porque Mandy Lane se marca un papel de Batman en toda regla (el protagonista siempre en segundo plano hasta que metió mano Christopher Nolan), conocemos las dobleces o intenciones demasiado evidentes de todo el mundo pero nunca terminamos de conocer al objeto que todos quieren corromper. Aunque la película lleve su nombre.
All the Boys Love Mandy Lane juega en todo momento con la unión de unos tonos tostados de atardecer sureño que se mezcla con planos que recuerdan a la casa de La matanza de Texas, como un anticipo para la disgregación del grupo en sus horas más bajas cuando la oscuridad y la muerte es sucia, abrupta, sin perder esa esencia videoclipera en su definición. Con una intención muy clara tarda en sacar esa presuntuosa dialéctica de homínido adolescente de escena para dejar que el terror muestre la patita, todo revolucionado a base de homenajes, pero dispuesto a cambiar la rutina, no se corta al mostrarse dura. Parece que el misterio es «¿quién?» pero el verdadero arte está en no tomarse en serio cualquier cosa que suceda, en no buscar segundas lecturas que nadie ha propuesto, en conformarse con ser otra de esas personas que no tiene la gracia suficiente para bajar a Mandy Lane del pedestal.
Que ilustre todo esto con la repetitiva canción de Tú eres el siguiente es porque yo también quería dedicarle mi amor incondicional a Mandy Lane, pero de lejos, que sé desde siempre que las calladas no son misteriosas, son cautelosas y seguro que tienen algún buen motivo para ello.