Comenzó su carrera junto a otro de los grandes, Alan Resnais, rodando un magnífico documental llamado Las estatuas también mueren. Y, a partir de ahí, empezó una mirada introspectiva a su tiempo, una mirada donde más allá del poder evocador de la memoria y los recuerdos, también se encuentran un cine reflexivo y comprometido más allá de toda duda, en el que la imagen parece escindirse de la propia pantalla y el texto cobra una importancia fuera de lo común para hablarnos sobre tradición y modernidad, y elevar el ensayo a una categoría que trasciende de cualquier descripción o análisis posible.
Autor de joyas atemporales como La jeteé o Sans soleil, uno se pregunta cómo un autor capaz de suscitar tantas sensaciones entre el espectador puede dejarnos a día de hoy a la edad de 91 años, si su inquieta mirada todavía no se había detenido y sus imágenes seguirán resplandeciendo en la retina de asombrados espectadores de toda índole. Porque la realidad es que hoy nos deja Chris Marker, pero una realidad más ilusoria nos dice que su cine se preservará en el lugar donde Marker sabía evocar como ninguno: la memoria. ‹Repose en paix›, Chris Marker.
Larga vida a la nueva carne.
Sobre la memoria y cómo la técnica la retiene. Aquí, como en la poesía de Horacio, bien merece la reflexión: non omnis moriar…